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¿Por qué escuchar a Czeslaw Milosz?

A mí la poesía me resulta complicada. Al margen de aquella de rimas fáciles (la de Darío, la de Espronceda), a la otra se me hace muy difícil entrar. ¿Han leído novelas de Antonio Lobo Antunes? La primera vez que leí una suya tuve la impresión de no entender absolutamente nada durante las primeras (docenas de) páginas… y cuando estaba a punto de abandonar su lectura, de repente y de forma misteriosa, todo en el libro cobraba sentido y la historia narrada me parecía clara y súper-interesante.

 

Esta mañana procedí a poner un poco de orden en mi librería cuando apareció entre mis libros un CD del poeta Czeslaw Milosz. Al igual que me ocurre con la poesía, me cuesta adaptarme a las nuevas tecnologías. Acceder a la literatura de cualquier otra forma que no sea mediante un libro de papel se me hace un mundo (nunca fui capaz de acostumbrarme al libro electrónico que me regalaron años atrás).

 

Así que en un alarde de esfuerzo y tratando de abrirme a nuevos formatos literarios puse el CD y me tumbé en mi sillón a escuchar la poesía de este autor lituano de lengua polaca.

 

Como ante una novela del luso Lobo Antunes nada parecía tener sentido hasta que, de repente, tras haber escuchado unos cuantos de sus poemas, los textos misteriosos de Milosz se abrieron a mi entendimiento. Todo aquello que hasta entonces carecía de sentido se iluminó ante mí dotando de profundo significado a lo que estaba escuchando.

 

Mislosz decía: “El niño que vive dentro de nosotros confía en que en alguna parte existan hombres sabios que posean la verdad”. Lo cierto es que, para muchos, Milosz encarnaba a uno de esos hombres sabios.

 

Explicado esto vuelvo al título de mi artículo para aclarar que hay que escuchar (o leer) a Czeslaw Molsz para acceder a la sabiduría. Porque sus escritos señalan lo que de verdad importa en la vida. Su obra indica donde podemos buscar la plenitud como seres humanos sin sentirnos decepcionados. Para entender lo que quiero decir, repasemos algunas poesías de este autor.

 

‘Regalo’ es un poema en el que Milosz exclama exultante: “No había nada en la tierra que deseara tener, no conocía a nadie que valiera la pena envidiar”. ¿Qué era lo que tanta felicidad le podía aportar al que esas líneas escribía? Encontramos la respuesta en otros versos del mismo poema: “Los colibríes deteniéndose en la madreselvas”, “trabajar en el jardín”, “la niebla disipándose temprano”… En definitiva, Milosz encontró la felicidad en el contacto con la naturaleza, en las cosas simples.

 

Ya no

De la renuente materia,
¿Qué se puede obtener? Nada, belleza a lo sumo. Así pues, el cerezo en flor ha de bastarnos
Y los crisantemos y la luna llena.

 

Pero como importante literato, la grandeza de su obra va más allá.

 

Hace tiempo vi un reportaje que tenía al escritor portugués José Saramago como protagonista. El conductor del vídeo le preguntaba al novelista, ya anciano, qué era lo que una persona como él, que lo había conseguido todo, le pedía aún a la vida. Saramago no titubeó al responder: “Quiero tiempo”, contestó. “Tiempo para vivir, para disfrutar un poco más de mi existencia”. Me impactó su actitud ante la muerte. Me sorprendió que ni si quiera una mente tan privilegiada como la de Saramago hubiera sido capaz de encontrar una visión más reconciliadora de la muerte. Leyéndole me convencí que la muerte constituye la derrota definitiva del ser humano.

 

‘Tan poco’ es un poema de Milosz que habla sobre lo insoportable que resulta el paso de tiempo y cómo su velocidad lo convierte en algo dolorosamente irreal. De los poemas ‘Pero los libros’ y ‘sentido’ subyace la disconformidad del autor hacia la muerte. Una oposición que me pareció ver también en las declaraciones de Saramago.

 

Para resumir lo hasta ahora explicado, podríamos referirnos a las palabras del también premio Nobel Seamus Heaney relativas a la obra de Milosz: “[su poesía] restaura la eternidad del niño a la orilla de las aguas, pero expresa igualmente el desaliento del adulto al descubrir que su nombre está escrito en el agua”.

 

El último punto que me gustaría resaltar es la enorme ética personal que subyace de la poesía milsziana. Volviendo a Seamus Heaney, éste dijo de aquel que encarnaba, en su escritura y en su vida, una de las conciencias morales y estéticas más ejemplares del siglo XX: “Hombre tierno respecto de la inocencia, de mente firme ante la brutalidad y la injusticia, Milosz podía ser a ratos susceptible, a ratos despiadado”.

 

A Czeslaw Milosz, la figura del poeta como alguien encargado de una misión secreta y que custodia verdades vitales, le resulta muy atractiva (“¿Qué es la poesía –se preguntó el poeta en una ocasión– si no puede salvar a una Nación o una persona?”).

 

Yo, por mi parte, de la literatura espero que me desvele los grandes misterios de la humanidad. Mi sintonía como lector con el literata-poeta Mislosz es, por tanto, total. No puedo más que aconsejarle vivamente su lectura.

 

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