Para intentar una respuesta pongamos la lupa en dos casos concretos: El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, una novela que se vende bien comparada con otras novelas latinoamericanas, y Tres ataúdes blancos de Antonio Ungar, premio Herralde.
Para el caso no utilizaremos cifras y estadísticas. Solo pálpitos e intuiciones, es decir, con un alto grado de especulación y ensayo.
La novela El olvido que seremos está contada desde un estilo literario con el nivel cero de lenguaje, es decir, lo más sencillo posible, sin malabares estéticos, sin intentar sacarse a tres jugadores en el área y meter un gol de taquito. La novela es muy fácil de leer, sus palabras, su manera de usar el idioma le resulta muy familiar al lector. Esta forma de escribir acerca más público, más lectores, más ventas.
Pero lo más importante es la empatía que genera el personaje. Don Héctor Abad Gómez, el personaje principal, es un padre estupendo. El lector se siente muy cerca de él, lo quiere, lo admira y se le despiertan intensos deseos de, en caso de ser padre, tener esas dignidades tan amorosas con sus hijos, en resumen ser un padre así con su prole. Además, y de manera contraria y simétrica, el lector siente deseos que su propio padre hubiera tenido estas virtudes. El lector siente que sería otra persona, si su padre lo hubiera amado como don Héctor amo a sus hijos. Es decir, la novela crea una conexión emocional con el lector. Y la tragedia: (ojo con el spoiler) don Héctor pierde la vida a manos de paramilitares colombianos.
El olvido que seremos se lee como literatura del entretenimiento. Y ya me imagino el lodazal en el que me estoy metiendo. No importa. Es entretenimiento porque no es línea dura. Es entretenimiento porque vende mucho, es popular, porque no se centra en el lenguaje, se centra en la historia, porque pinta con acciones el carácter del personaje. Estas acciones generan en el lector la capacidad para identificarse.
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Por otro lado, está la novela Tres ataúdes blancos, que (casi) no vende, así venda varias centenas de unidades y haya sido Premio Herralde. ¿Por qué? Porque a Ungar le gusta la literatura de la línea dura: una literatura que buscar expandir los límites de la forma, del lenguaje, pero no le interesa generar una empatía por el personaje.
Ya lo dijimos la línea dura no vende. Tres ataúdes blancos es una historia que recuerda a La conjura de los necios, a Paris no se acaba nunca, y otras novelas que no sienten la necesidad de generar misterio, ni suspenso, ni intriga. Pero le interesa la ironía. Y a la masa no le interesa la ironía.
¿Por qué la línea dura (casi) no vende? Para contestar la pregunta, creo, hay que sacar la lupa y contestar desde los mecanismos narrativos que tiene cada novela.
La literatura de la línea dura no crea esa conexión emocional con el lector. Al respecto una nota. Las escuelas de narrativa no se han preocupado por encontrar la manera para que los escritores generen empatía con los personajes de las historias. Las escuelas de escritura narrativa están más preocupadas por encontrar nuevas formas de contar historias, nuevos estilos, nuevos fondos. Y eso está bien, pero creo que Borges tenía razón cuando decía en El arte de contar historias que “la novela está fracasando. -decía Borges-. Pienso que todos esos experimento con la novela, tan atrevidos e interesantes -por ejemplo, la idea de los cambios de tiempo, la de que la historia sea contada por distintos personajes-, todos se dirigen al momento en que sentiremos que la novela ya no nos acompaña”.
La literatura ha perdido lectores porque los escritores no se han preocupado por saber contar bien a sus personajes. ¿Qué significa “contar bien a sus personajes”? Creo que una respuesta es generar esa empatía con el lector.
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