“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su procedencia o su religión. El odio se aprende, y si es posible aprender a odiar, es posible aprender a amar, ya que el amor surge con mayor naturalidad en el corazón del hombre que el odio”
Nelson Mandela.
Mientras escribía este artículo sobre la lejanía y la indiferencia entre los hombres en Génova, la ciudad donde vivo, se vino abajo el viaducto Morandi. Ha ocasionado 43 muertos, numerosos heridos y alrededor de 600 evacuados, que han tenido que abandonar sus casas porque estaban debajo del puente. Génova se ha quedado rota.
Mi marido, que atravesaba el puente todos los días varias veces debido a su trabajo, está vivo gracias a que el 15 era Ferragosto y no trabajaba. Si en vez de haber salido hacia la montaña el 11 de agosto hubiéramos partido el 14 nuestro tiempo hubiera acabado debajo de ese puente.
El puente Morandi, también llamando de Brooklyn por el parecido, era el brazo que unía a los habitantes de la ciudad, el poniente y el levante, las mercancías al puerto, el continente a las islas a través de los ferris. La distancia que ahora queda entre lado y lado del puente roto es infranqueable. Ese vacío es el abandono de quien debería velar por nosotros.
La noche del accidente soñé que moría mi madre, que en realidad murió hace 24 años.
Entendí que el puente era madre porque significaba unión, una vía de riqueza en una ciudad que cada vez agrava más su crisis. En un país donde lo que más cuenta es fare bella figura (quedar bien), donde prima la apariencia, al puente se le iban poniendo parches para que aguantara el tirón del tráfico, que se había cuadriplicado desde su construcción en los años sesenta del siglo pasado.
El Estado en Italia es inexistente. Los gobiernos abusan de la buena voluntad de los ciudadanos y sobre todo de un conformismo que es la muerte. La mayoría de los italianos suelen responder con un speriamo bene o un pazienza cuando el Estado no cumple con sus obligaciones. Se espera un milagro en Amatrice (el 24 de agosto se han cumplido dos años del terremoto que afectó las regiones de Lacio, Umbría y Las Marcas) que sigue reducida a escombros y los damnificados aún no han vuelto a sus viviendas. Como se espera la intervención divina en El Águila, que sigue en obras como si el sismo que afectó a Los Abruzos en 2009 hubiera tenido lugar hace unos meses. El país está abandonado a su suerte. Cuando se produce una catástrofe natural o cuando las infraestructuras se hunden para quien sobrevive empieza un verdadero calvario hasta que se reconstruye, hasta que todo vuelve a la normalidad, siempre que esto suceda.
Dicen que cada pueblo tiene el gobierno que merece. El que actualmente gobierna esta nación impide que desembarquen los 150 inmigrantes de la patrullera de la Guardia Costera Diciotti, atracada desde el lunes por la noche en el puerto de Catania (Sicilia). El ministro de Interior y líder de la ultraderechista Liga del Norte, Matteo Salvini, está dispuesto incluso a ser procesado con tal de que no pisen suelo italiano. A esta ausencia total de humanidad, de compasión, responde con la principal máxima que defendió en su campaña electoral, “primero los italianos”. Nada le importa si los inmigrantes a bordo se ponen en huelga de hambre porque, según él, “cinco millones de italianos pobres hacen huelga de hambre todos los días en silencio”. Después de la intervención de un fiscal y de la asociación italiana de jueces de menores, Salvini se ha visto obligado a dejar que 27 menores no acompañados bajen del barco. El señor Salvini se iguala al tirano Calígula que en la obra de Albert Camus se adjudicaba la capacidad de decidir el destino de los hombres.
Este mismo gobierno racista permite que se explote como a esclavos a los inmigrantes temporeros y que mueran en accidentes de tráfico cuando van o vuelven de las plantaciones. Permite que se desmantelen de la noche a la mañana campamentos de gitanos. Pero “el gobierno del pueblo” sabe explotar las emociones después de una tragedia y servirse de ellas para hacerse propaganda.
En Génova han enarbolado eslóganes dignos de una república bananera. “A mí Benetton no me ha pagado la campaña electoral”, llegaron a decir aludiendo a la familia que gestiona la red de autopistas. Tanto Salvini, como Luigi Di Maio, vicepresidente del gobierno del Movimiento 5 Estrellas, con sus ínfulas han eclipsado al que se supone verdadero presidente, Giuseppe Conte. Arengado al pueblo para que se tome la justicia por su mano. Recogiendo la indignación popular a fin de descargar toda la responsabilidad contra el sistema al que atacan enfebrecidos porque ahora “ya no se pueden esperar a que actúe la justicia”. Basta pensar en el desfile con apretones de manos, besos, abrazos y selfis del día del funeral de las víctimas. No es de extrañar que muchos hayan optado por las exequias privadas porque consideran que sus hijos o familiares han muerto asesinados y no a causa de un accidente.
Preferiría equivocarme, pero mucho me temo que Génova pasará a la cola de las víctimas que después de años todavía están esperando que alguien cumpla lo que les prometió. Asusta este gobierno como asusta todavía ver aquellas viejas imágenes de la Alemania de 1934 cuando el pueblo gritaba jubiloso sin reparar en lo que se les venía encima.
Necesidad de piedad
“¿Tú entiendes a los humanos?”. Es la pregunta que la hermana del ladrón de bicicletas le hace al perro que tiene en brazos. Ella y su hermano lo han salvado de unos niños que querían quemarlo. En Kabul, invadida por la URSS y devastada por la guerra, dos niños abandonados a su propia suerte creen todavía en el amor. Sucede en la película Los niños del fin del mundo, dirigida en 2004 por la iraní Marzieh Meshkini, con guión de su marido Mohsen Makhmalbaf, director de Kandahar.
“El infierno es un agujero negro sin fondo donde los ángeles te queman vivo”, piensan estos hermanos para quienes entrar en la cárcel donde está presa su madre es el único modo de poder sobrevivir. Inspirados por la película El ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, logran su objetivo. El niño es conducido a un reformatorio, pero comprende que ha dejado sola a su hermana. En la última escena la niña aporrea la puerta de una prisión a voz en grito. Es la hermana del ladrón de bicicletas y reclama el derecho a ser detenida para poner fin al infierno del abandono total.
Cuando los ángeles “te queman vivo” significa que quien debería velar por ti te procura el mal. Cuando nuestros países levantan muros para impedir la entrada a los menesterosos que nos piden ayuda el otro está negando su mano abierta, en lugar de socorrer está dejando que la vida se precipite en el vacío.
La palabra piedad proviene de la pietas romana y está encarnada por Eneas. Al héroe de la Eneida se le da la posibilidad de llevarse algo de su casa antes de que Troya sea incendiada. Mientras los otros cogen objetos de oro y plata, Eneas deja la ciudad llevando sobre los hombros a Anquises, su anciano padre, y de la mano a su hijo Ascanio. No olvida tampoco coger los huesos de sus antepasados y los dioses familiares. Eneas es un hombre arraigado, tiene raíces y respeta su pasado como seña de identidad. La pietas es la lealtad, el cumplimiento de los deberes con los dioses, la patria y la familia. Es el cuidado de lo que nos rodea y nos convierte en plenamente humanos. Pío sería entonces sinónimo de ciudadano, sujeto de derechos y deberes y portador de valores.
La piedad cristiana añade a esta idea el principio de universalidad. Está dirigida a toda la humanidad y no solo a la familia. Piedad es identificarse con los males de los demás, acercarse al prójimo porque necesita algo, porque carece de algo.
Según el filósofo lituano Emanuel Lévinas, “La naturaleza propia del ser no es de carácter cognoscitivo o teorético, sino ético. Se realiza en el encuentro de un hombre con el otro, no en su generalidad, sino en el acto concreto de las diferentes experiencias de vida. Encuentra su verdadero significado en el ser para el otro, en el reconocerse en el rostro del otro. El Yo no es el sujeto abstracto y puro del Idealismo, sino esa frágil existencia entregada a la responsabilidad y al respeto por los otros”.
El filósofo italiano Marco Olivetti coincide con Lévinas en que el rostro del otro va más allá de la singularidad y que se percibe en el acto comunicativo, como subsistema social. En esta situación el reconocimiento del ego se produce a través del alter. “El infante, etimológicamente el que no habla, aprende a hablar gracias al acto comunicativo del otro, que al esperar una respuesta lo está considerando ya como sujeto hablante”. Olivetti señala que el reconocimiento del otro tendría que producirse con la naturalidad típica de los niños, libre de prejuicios. Solidaridad significa estar presente allí donde la ausencia implicaría daño y dificultad para los otros.
David Foster Wallace en Esto es agua, el discurso que pronunció en la ceremonia de graduación de la Universidad de Kenyon en 2005, previene a los jóvenes licenciados de los riesgos de lo que denomina “configuración predeterminada”. Una forma perezosa y egoísta de pensamiento que nos lleva a situarnos en el centro del universo y a interpretar las pequeñas o grandes dificultades de la vida cotidiana como una especie de conjura hacia nosotros. El autor de La broma infinita, que se suicidó ahorcándose, propone como alternativa elegir “qué pensar”. Esto es lo que el escritor define como verdadera libertad. “El tipo de libertad más importante involucra atención, consciencia, disciplina, esfuerzo, y ser capaces de preocuparse realmente por las demás personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, realizando miles de pequeños, y nada sexys actos, día tras día”. Según Foster Wallace sus ideas nada tienen que ver con la moral, la religión, el dogma o con preguntas sobre la vida después de la muerte. “La cuestión aquí, es la vida antes de la muerte. (…) Es sobre el verdadero valor de la educación, que no tiene que ver con calificaciones o títulos sino con la simple conciencia, conciencia de lo que es real y esencial, tan escondido a simple vista alrededor de nosotros”.
La atención, a la que se refiere el escritor estadounidense, se revela un factor indispensable en el ejercicio de vivir y con-vivir también para la poeta polaca Wislawa Szymborska, en su poema Falta de atención. “El cósmico savoir-vivre/ aunque calla sobre nuestro asunto,/ exige, sin embargo, algo de nosotros:/ una cierta atención, un par de frases de Pascal/ y una sorprendente participación en este juego/ de reglas desconocidas”.
“Todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo río”, señalaba Manuel Azaña en el discurso que el expresidente de la Segunda República Española pronunció en Barcelona el 18 de julio de 1938 cuando se cumplían dos años del golpe franquista que provocó la Guerra Civil y la posterior dictadura. El discurso que se titulaba Paz, piedad y perdón era una llamada a la reconciliación y al allanamiento del terreno para una mediación internacional con el fin de parar la guerra. Un mensaje que sigue vigente. “Cuando la antorcha pase a otras manos (…) que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad, perdón”.
Cristo sin Dios
“¿Por qué no haces un espectáculo sobre el Evangelio? ¡Hay tanta necesidad de amor en estos tiempos!”. Esto fue lo que le dijo su madre al director italiano de teatro Pippo Delbono poco antes de morir. Y él pensó en todas las conquistas, matanzas, guerras, mentiras, falsas morales creadas en nombre de Dios. Pero pensó también en la belleza, en el arte y en la poesía que la idea de Dios ha generado en estos dos mil años. En sus viajes empezó a filmar y fotografiar imágenes de Vírgenes, de Cristos y mártires. En un principio Delbono pensó titular asedio el espectáculo que acabó llamando Vangelo, porque la poca alegría que vio en los rostros de los Cristos le hizo sentirse como en una prisión.
El montaje le llevó a encontrar en centros de acogida a personas que habían llegado por mar de África, a gitanos que vivían en las peores condiciones. “Y al final”, señala, “se me quedaron dentro las imágenes, las voces, los ecos, los silencios de los campos de gitanos y de refugiados, de los hospitales, pero también aquella fuerza vital, aquella inexplicable alegría hallada en los lugares del dolor”.
Las creaciones del actor y director ligur Pippo Delbono llevan siempre la firma indeleble de su característica personalidad. En el panorama teatral italiano en buena medida determinado por un regusto burgués y por el dictamen institucional, es sin duda uno de los artistas más anti convencionales y con mayor alcance internacional. Entre sus montajes más conocido se encuentran La rabbia, Guerra, Urlo, Gente di plastica, Dopo la battaglia o el reciente Gioia. También ha dirigido varias películas e interpretado otras muchas, entre ellas, Yo soy el amor, de Luca Gudagnino.
A Pippo Delbono se le ama o se le odia. No admite medias tintas. El suyo es un vómito que sacude conciencias y golpea en el estómago. Por así decir, el grado de disidencia permitido en toda sociedad políticamente correcta que se precie. No en vano sus creaciones, por contrarias al orden establecido que puedan parecer, encuentran siempre cabida en las programaciones institucionales, como la del Teatro della Corte de Génova, donde se presentó Vangelo en 2017.
Resulta curioso que el mismo país que ha votado a Salvini aplauda a Delbono cuando mete el dedo en la llaga de la inmigración, por ejemplo, con imágenes de vídeo de los sucesos de Castel Volturno (Campania) del 2008, en los que murieron seis inmigrantes de Ghana por mano de la Camorra.
Vangelo habla de nuestro presente de inmigrantes y refugiados. Delbono, declarado budista, grita en escena que no cree en Dios. Esto no le impide rendir homenaje con esta obra al papa Francisco, en palabras del artista, “la figura más revolucionaria en este momento en el mundo: ese testigo de compasión y misericordia que lava los pies de los presos en una imagen para mí inolvidable, diría vanguardista teatralmente”.
Ante los ojos de los espectadores se suceden impactantes composiciones que parecen cuadros barrocos, proyecciones, visiones oníricas como el cortejo de los encapuchados que recuerdan a los verdugos del Isis, personajes con los monos naranjas que llevaban los presos de Guantánamo, la crucifixión laica de un actor esquelético y entre medias pausas, incómodos silencios. Fragmentos de cotidiana locura surgen en blanco y negro sobre la pared del fondo del escenario, inmigrantes africanos explotados en los campos de maíz por capataces sin escrúpulos.
El inicial desfile de los actores en frac es el reflejo de los espectadores, de quienes presencian el devenir de nuestro mundo sin inmutarse. Sujetos de este viaje evangélico que pretende encontrar el sentido de un amor que se cumple y completa con el otro, que quiere abrir nuevas perspectivas sobre un mundo en busca una buena nueva no para consolarse sino por la urgencia de compartir el amor con el prójimo.
A partir de frases del Evangelio, de textos como Las Confesiones de San Agustín, Oración, de Georges Brassens, o Profecia, de Pasolini, de la música original de Enzo Avitabile en homenaje a la película Jesucristo Superstar, esta es la visión personal y apocalíptica de encuentros con seres humanos marcados por el dolor de vivir. En escena los actores históricos de la compañía, Gianluca, con síndrome de Down, el mendigo Nelson y Bobó, sordomudo y microcéfalo, versátil intérprete de enorme sensibilidad escénica al que Delbono descubrió en un psiquiátrico y que a sus ochenta años sigue actuando. Otros bailarines y actores completan el numeroso elenco, como el refugiado afgano que cuenta la muerte de su propio hermano en el mar. A ellos se une el propio director, desde hace años contagiado de Sida, que en escena relata una experiencia vivida mientras estaba ingresado en un hospital por un problema a la vista: “veía doble, como doble y grotesco aparece el tiempo en el que no se puede reconocer lo verdadero de lo falso, lo real de lo irreal, donde la exasperación de lo moderno nos ha hecho olvidar algo sagrado, antiguo”. Una de las claves del espectáculo está en deshacer el camino hacia la infancia como se desprende de la escena en la que el actor con síndrome de Down se mete en una cuna. A su lado Bobó mece un caballo balancín como si pretendiese ilustrar las palabras de Jesús. “Si no os hacéis como niños no entrareis en el reino de los cielos”.
Medea, hoy
¿Qué conduce a una madre a un gesto contra natura y tan lejano de la piedad humana como matar al propio hijo?
Eurípides veía la muerte de los hijos de Medea como un sacrificio y no como un crimen. Esta heroína, como todos los héroes, va más allá de lo humano y de lo posible. Realiza un acto tremendo y paga su culpa con el sacrificio porque permanece impune. Mata a sus hijos injustamente, pero los dioses consideran que con este horrendo asesinato lleva a cabo un sacrificio. Franco Branciaroli es Medea en el espectáculo que Luca Ronconi llevó a escena en 1996 y que se presentó este invierno en el Teatro della Corte de Génova, dirigido por Daniele Salvo y coproducido por Centro Teatrale Bresciano, el Teatro de Gli Incamminati y el Piccolo Teatro di Milano.
Ronconi liberó a Medea de la interpretación psicológica y socialmente revolucionaria. En su opinión la obra de Eurípides no demuestra lo cerca que estamos de los griegos sino lo lejos que estamos de ellos. Las tragedias griegas no representan lo que estamos habituados a creer que somos. Pensamos que Medea es una madre despechada que, por la traición del marido, mata a sus hijos. Sin embargo es alguien que, traicionada por su marido, mata a la rival y, por desgracia, por ese mecanismo que ha desencadenado, se ve obligada a matar a sus hijos para que no los maten otros. El prestigioso director no presentaba a Medea como una protofeminista sino como a un personaje muy masculino que en cierto momento llega a decir “prefiero luchar que parir”. Es una engañadora que usa su feminidad como una máscara. No es un hombre que se disfraza de mujer, es un monstruo con una parte masculina muy fuerte y al mismo tiempo es una diosa.
Branciaroli considera que volver a proponer el espectáculo 22 años después de su estreno no es una exhumación sino la conservación de una obra de arte que permite acceder a ella a las nuevas generaciones. “Algo que no se hace por el éxito porque el público sigue reaccionando como lo hacía antes. No se divierte porque no tiene la preparación para afrontarlo, salvo un 30%, variando de ciudad a ciudad. Pero no hay que dejarse condicionar por el público porque si no haríamos otra cosa”.
La ambientación nos sitúa en los años 30, en un cine de barrio donde se proyectan ahora imágenes de inmigrantes, ahora una operación quirúrgica como alegoría del teatro. El coro de las mujeres de Corinto es un grupo de chachas que realiza con parsimonia tareas domésticas. Jasón es un trepa con camiseta de tirantes. La nodriza nos pone en antecedentes. La fuerza del montaje está en la dirección que en su aparente ausencia crea una sintonía perfecta de tiempos y elementos, donde nada falta y nada sobra.
No acaba de encajar la interpretación histriónica del protagonista, a menudo más propia del cabaret que de una tragedia griega. Los juegos virtuosos de la voz y la ironía con la que enfrenta el personaje llevan a pensar más en una drag queen que en una heroína de teatro griego. Me preguntaba si cuando vivía Ronconi Branciaroli actuaba de la misma manera. Solo cuando el personaje desata su ira entendemos que nos encontramos ante un ser sin sexo, una furia que va más allá de lo humano.
Un antiguo hospital psiquiátrico para reflexionar sobre el filicidio materno. Un manicomio que ya no es y que ahora, cuarenta años después de que el psiquiatra Franco Basaglia propugnase el cierre de los psiquiátricos en Italia, el lugar del horror se está convirtiendo poco a poco en espacio de creación. Ocurre en Génova, una de las primeras ciudades donde fue aplicado el proyecto de Basaglia Locos de desatar.
L’Ombra, per Medea e tutte le altre se estrenó en las antiguas cocinas del Ospedale Psichiatrico de Quarto. Precisamente la cocina, ese micro mundo doméstico tradicionalmente espacio de la mujer y los hijos.
Producido por Officine Teatrali Bianchini, dirigido por Cecilia del Sordo, a partir de una idea de Emi Audifredi, el espectáculo se inspira en sucesos reales, en diferentes versiones del mito de Medea (Eurípides, Séneca, Franz Grillparzer, Corrado Alvaro, Jean Anouilh, Christa Wolf) y en testimonios de personajes reales. Es el resultado de una serie de talleres gratuitos organizados en la Casa delle Donne de Génova e impartidos por Emi Audifredi.
Nos avisan a quienes acudido a ver la representación de que la función empezará cuando caiga la noche. Esperamos que el cielo de mayo se oscurezca sentados en uno de los patios de este señorial espacio todavía en buena parte abandonado a las malas hierbas. Un complejo de pabellones del siglo XVIII de más de 70.000 metros cuadrados entre espacios verdes y colosales edificios recorridos por corredores de los que no se acierta a ver el final. Los internos que todavía pernoctan en la estructura acaban de cenar. Algunos salen y se sientan en los bancos del patio entre el púbico. Hay quien habla solo, cosa que ya a nadie le parece raro desde que usamos los móviles. Mientras busco los servicios reparo en una pequeña exposición de pintura. Algunos de los cuadros, que darían cuerda a un psicoanalista, contrasta con la tranquilidad del lugar. El baño parece el de una casa, con escobas, fregonas, detergentes y estropajos a la vista. La sensación es de una libertad para los internos difícil de pensar en un psiquiátrico antes de Basaglia.
El oscuro llega por detrás de las ventanas de las viejas cocinas que ahora albergan el improvisado teatro. Un efecto difícil de imitar con la tecnología. A ras de suelo un escenario desnudo. Algunos objetos. Actrices llamadas a enfrentarse con los matices de Medea contenidos en las figuras que la habitan: hija, esposa y madre.
En escena tres mujeres que se adentran en un camino de consejos escuchados y falsas certezas, de vivencias y contradicciones para llegar a comprender que, como advertía Eurípides, detrás de cada persona, de cada gesto hay una historia. Antonella De Gaetano, Gabriella Picciau y Marina Savoia representan acciones propias de una madre que lo es desde hace poco: parir, dar de mamar, acunar. Pero no hay en estos gestos la serenidad o el placer que normalmente se les atribuye porque estas madres están habitadas por una sombra que les impide transmitir luz. Los textos seleccionados a partir de la investigación bibliográfica llevada cabo por las responsables del montaje y Alberto Bergamini completan una partitura en la que palabra, ritmo, movimiento, sonido, silencio diseñan las encontradas sensaciones y sentimientos que atraviesan las protagonistas.
“La decisión de trabajar en este proyecto nace de la necesidad de hacer luz sobre el filicidio. Aunque a menudo encontramos noticias en la prensa, la familia, la sociedad y los medios de comunicación no tutelan la maternidad. La ventilan con un simple y romántico montón de lugares comunes y falsos mitos. Pero ser madre representa una batalla continua en la cotidianidad, sobre todo si se tienen pocos instrumentos o una historia difícil a las espaldas”, explica Emi Audifredi, artífice de la idea de la surge el montaje.
Cuenta la compañía que las participantes en los talleres de los que surgiría el montaje describían la sombra interior a la que alude el título como el riesgo que aparece cada vez que una mujer es demasiado débil para afrontar las expectativas de una sociedad condicionante y se siente asediada por las dificultades materiales y psicológicas de la maternidad o sola para medirse con el falso mito del instinto materno. El objetivo fue realizar un trabajo fundado en la consciencia personal y social para comprender las raíces de un crimen terrible e inaceptable del que toda la sociedad debe hacerse cargo.
La sombra existe en cada uno de nosotros y solo reconociéndola podemos hacerla inocua y contenerla.
El tema de la pietas siempre estuvo presente en L’Ombra, per Medea e tutte le altre, explican las responsables del proyecto. “Hoy la pietas, la piedad, se confunde con el buenismo que contrasta con una renaciente tendencia justicialista y censoria. En nuestro trabajo sobre la maternidad hemos percibido mucha soledad individual, sensación de abandono en el sentimiento de culpa de quien atraviesa sombras interiores, problemas sin resolver y dificultades de la vida cotidiana. Hemos descubierto la falta de un soporte social y colectivo. Cada uno tiene que buscarse por sí mismo los medios para afrontar sus momentos críticos y si no lo logra se siente señalado por una sociedad que condena el fracaso como elección propia y propone la fuerza interior como sabiduría. En el proceso que nos ha conducido al espectáculo hemos dado espacio a la necesidad de diálogo, al valor, y también al miedo de escavar dentro de nosotros, al encuentro entre un yo y un tú.
A menudo en la comunicación, en lugar de empatía, encontramos ideas preconcebidas sobre cómo organizar la existencia según un orden establecido. Como si la vida fuera una especie de armario con compartimentos preestablecidos. El tiempo que puede dedicarnos el otro parece haberse agotado. Hoy la percepción del otro, y de lo desconocido, nos aterra. Da miedo lo que no se conoce, esté fuera o dentro de nosotros, y puede suceder que este miedo no se llegue a soportar, que prevalezca sobre la pietas, incluso en el caso de un hijo que, deslegitimado de ser el propio reflejo, se percibe como arma de venganza.
La exclusión de la pietas de la vida comunitaria crea las condiciones de una moderna alienación. Hay que esforzarse para que la propia identidad sea capaz de acoger y pueda ser acogida, teniendo en cuenta que cada identidad es peculiar y diferente. Tenemos que pensar en el otro como en alguien que es ‘de otra manera’. Nosotros concebimos nuestro teatro como ese ritual catártico colectivo arcaicamente indispensable a lo humano. El reino de la Pietas”.
Hay quien piensa que a veces se llega a ser incluso demasiado condescendientes hacia las madres que atentan contra la vida de su hijo, como la psicóloga Luciana Urbini, especialista en psicología infantil. “Hay madres que están convencidas de tener un muñeco en lugar de un hijo y actúan en consecuencia pensando que pueden hacer lo que deseen porque ese ser lo han parido. Pero nadie es dueño de la vida ajena y es preciso custodiar al niño”.
No todas las mujeres nacen madres, dice la película Maternity Blues – Il bene dal male, dirigida por Fabrizio Cattani en 2012. Basada en la obra de teatro From Medea, de Grazia Verasani, coguionista del filme, trata de contar este crimen inaceptable por la sociedad sin acusas ni justificaciones, simplemente mostrando el dolor de cuatro mujeres que al matar a sus hijos murieron también ellas.
La película muestra a mujeres inestables, con un pasado doloroso, sin un asidero en el presente. Estas madres han cruzado ese límite que no tiene vuelta atrás. Los hijos pueden ser tiranos, usurpadores del sueño, del tiempo y del espacio vital de los padres, explica Verasani. La película no parte del prejuicio que considera a la madre homicida un monstruo, más bien hace referencia al Blues Materno, un modo de denominar la depresión postparto.
Después de la tragedia persiste solo “un pasado que nunca pasa”. Las cuatro protagonistas encerradas en un hospital psiquiátrico judicial han ido a parar bajo las ruedas de un tren que conducían ellas mismas, como Anna Karenina.