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¿Por qué? (primera parte)

 «Tienes que pensar con tu propia cabeza,

siempre hay que dudar, buscar la verdad».

(Mijaíl Botvínnik a Kasparov cuando tenía 15 años)

 

Este es el primer artículo dentro del blog de ajedrez, por lo tanto, la lógica –o la supuesta lógica- me obligaría a empezar escribiendo sobre ajedrez, de cómo ayuda a los niños y no tan niños en temas tan variados como la concentración, la memoria, la comprensión lectora, autoconfianza pero, no voy a tocar –de momento- ninguno de esos puntos. ¿Por qué?. Porque como Monitor de ajedrez base que soy, como profesor de matemáticas que he sido por muchos años y, finalmente, como jugador de ajedrez que soy,  hay una pregunta que siempre me ha perseguido y que, en mi humilde opinión, lleva a la persona que se la hace, a un estado en el que ya no vuelve a ser el mismo, en el que su visión de las cosas cambia y esa pregunta es. ¿Por qué?.

¿Qué supone hacerse esa pregunta?. Supone en primer lugar, curiosidad, ansia de saber, ansia de conocimiento, es una tentativa de comprobar a través de un juicio propio lo ya dicho o ya establecido y es ese, precisamente ese cuestionamiento,  lo que toda persona que pretenda enseñar algo a otra persona debería intentar transmitir.

Cuestionar y profundizar en el conocimiento de las cosas lleva a quien se adentra a un mundo infinito y apasionante, donde una duda, un cuestionamiento lleva a otra nueva duda o cuestionamiento por descubrir. Llegado a este punto, la famosa cita de Sócrates es ineludible: “Solo sé que no sé nada” y solo pueden darse cuenta que no saben nada, los que, escalando la montaña de la duda, los cuestionamientos y las inquietudes, llegan a la cima y se dan cuenta que, ante ellos se abre un paisaje de nuevas montañas de conocimiento y dudas. Apasionante.

¿Qué tiene que ver esto con el ajedrez?.  Para explicarlo, comenzaré con una historia de amor, una historia de amor que se remonta a 1993 cuando, por azar -“ese azar que hace tan bien las cosas” como dijo Julio Cortázar-, encendí por curiosidad un aparato que tenía un nombre raro: “Kasparov Traveller”, mi primera decepción fue que, al encenderlo, nada se movió, no tenía pantalla alguna, solo había una serie de cuadrados maniqueos y, moviendo las “fichas”(todavía no sabía que se les debe llamar piezas) y con el método de prueba y error, descubrí que cada una tenía movimientos distintos pero, seguía sin entender el juego. Ese mismo día, alguien en casa escuchó el “bip-bip” que avisa que la jugada era ilegal y, me enseñó el correcto movimiento de las piezas y los que era un jaque mate. Cinco minutos después había terminado mi primera clase de ajedrez, también es justo decir que la persona que me enseñó los movimientos no tenía muchos más conocimientos del juego-ciencia que yo en aquellos momentos pero, ese día mi vida había dado un giro.  Tuve la suerte que, una semana después tenía un viaje en avión de 12 horas –mi primer viaje en solitario- y, por supuesto, me llevé aquel misterioso ordenador de bolsillo. Puedo decir, sin lugar a dudas, que uno fue el que subió en aquel avión y otro, el que bajó 12 horas después. Me pasé todo el vuelo jugando con el ordenador, pensando cinco o diez minutos en cada jugada, perdiendo y volviendo a perder pero, pensando en el ¿por qué de tal o cual movimiento?.  Había descubierto el ajedrez…continuará….

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