Resulta difícil seguir lo que está pasando en España desde esta otra esquina del mundo. La indignación se torna, también, en confusión, en esperpento. La lucidez de El Roto sintetiza con una contundencia siempre incómoda el cuadro del momento: “Por su seguridad, permanezcan asustados”, dice una de sus viñetas. “Estaremos vigilantes para que los robos se ajusten a la normativa”, reza otra.
La semana pasada, mientras los que mandan cuidaban de que los robos se ajusten a las normativas que dictan Los Mercados y los secretos bancarios, el presidente de mi país, Mariano Rajoy, anunciaba ante el Parlamento unos recortes por 65.000 millones de euros y una subida del IVA que, para algunos sectores, será de 13 puntos. Rajoy, tal vez consciente de la indignación que genera entre muchos ciudadanos que esté haciendo desde que llegó al poder exactamente lo contario de lo que prometió que haría, insistió en la idea de que España no tiene elección. Aunque el arranque de sinceridad no le alcanzó para admitir que, de hecho, la economía española está intervenida desde aquel no-rescate bancario de cantidades igualmente astronómicas. Ni de que, lejos de solucionar la crítica situación de España, las nuevas medidas no producirán sino más desempleo y más recesión.
Los hombres de negro vinieron, disfrazados de troika (Comisión Europea, BCE, FMI). Unos más oscuros que otros: al final va a resultar que el FMI es el poli bueno de esta película, rogándole al Banco Central Europeo que compre deuda de los países que se están financiando a intereses insostenibles, implorándole a Angela Merkel de que mueva ficha antes de que Europa entera se derrumbe y arrastre con ella al resto del mundo. El Estado alemán y sus bancos están ganando dinero a costa del sobreprecio que pagan los vecinos pobres del Sur, pero cuando venga la debacle, ellos caerán con nosotros. Tal vez lo saben y sólo pretenden ganar tiempo.
En medio de tanta confusión, unos pocos banqueros piden perdón, pero no devuelven la pasta. A los políticos se les llena la boca hablando de austeridad, de la necesidad de no gastar más de lo que tenemos, pero, hasta donde yo sé, ninguno pagó por los años de despilfarro de aeropuertos sin aviones y túneles sin fin. Supongo que el Gobierno se da por más que satisfecho tras bajarse el sueldo un 7,1%. Incluido el Rey, para quien ese 7% representan 21.000 euros anuales. Hagan las cuentas de cuánto suma el 93% restante. No se me ofendan los juancarlistas, pero, puestos a hablar de jefes de Estado con conciencia social, me quedo con Pepe Mujica, presidente de los uruguayos, que se queda con unos mil euros al mes de su salario y dona el 90% restante para los programas sociales de su gobierno. Olé.
Aquí, ya se sabe, cuanto más platos hayas roto, menos pagas. Pero no se preocupen, queridos compatriotas, que el ministro de Economía, el inefable Luis de Guindos, ha venido a poner orden y ha pedido a los directivos de grandes empresas que, entre recorte y recorte de personal, dejen de subirse el sueldo. Seguro que los ejecutivos españoles, siempre atentos a las necesidades del pueblo, le hacen caso; imagino que por eso el PP no ve necesario subir los impuestos a los ricos y le alcanza con subir el IVA, que lo pagamos todos.
En fin. Lo peor es que, uno de estos días, estaremos tan acostumbrados a estar asustados que nos sentiremos seguros, mientras ellos roban, eso sí, cumpliendo estrictamente la normativa.
POSDATA. Se hace difícil de entender lo que está pasando desde esta esquina del mundo, y seremos cada vez más los que observemos desde lejos, con ese extraño sentimiento de culpa por no estar luchando en las calles de Madrid. Acá sigo, en Buenos Aires, irritada con los políticos, con los banqueros, pero también con el pueblo español por no tomar las calles. No dije salir a la calle, sino tomarla. Fantaseo, incluso, con las oportunidades que nos brinda el hecho de que tanto militares como policías se han manifestado en contra de los recortes… ¿y si por fin entendieran las Fuerzas de Seguridad del Estado que, en lugar de reprimir a los manifestantes, harían bien en unirse a ellos?