Y en la tercera entrega se confirmó la hipótesis: el Madrid no puede jugar contra el Barca con sólo un 30% de posesión y confiar en que Cristiano Ronaldo solucione el marrón; el Madrid no puede jugarle al campeón con la pierna fuerte y ocho jugadores por detrás de la pelota.
Bastó que Guardiola corrigiera alguna blandenguería en el centro del campo con Keita como todoterreno y que Pujol volviera a la defensa para que el Bernabeu supiera que la Champions, el trofeo más preciado del mundo después del Mundial de Clubes, sigue sonriendo a los blaugrana. También claro está un Messi celestial y unos extremos, Villa y Pedro, muy puestos sobre la línea de cal.
Un 0-2 de ventaja es un resultado que deja pocas dudas. Un 0-2 que muchos atribuirán a la expulsión de Pepe, otra vez el detonante para lo bueno y lo malo de este Madrid que gobierna Mourinho de una forma absoluta y caprichosa, tanto que la explosividad del jugador luso-brasileño es un lastre que siembra muchas dudas en competiciones que excluyen cualquier asomo de violencia, por muy discutible que fuera la expulsión.
Se la jugó el Madrid otra vez agazapado, pero sin tanto fuelle como en Valencia y con el Barca esta vez en mayoría en todos los balones divididos. La presión no dio resultado quizás porque faltaron dos actores fundamentales: la experiencia y sabiduría de Carvalho en el centro de la zaga y el recorrido maratoniano de Khedira en el mediocampo.
El Barça como nunca tuvo el control y pensó en jugársela durante 180 minutos con una paciencia a veces cansina, tanto es así que procuró seleccionar esta vez los ataques y no dejar en ningún momento a Di María o a Cristiano sueltos y en carrera. Xavi administró los tiempos y Messi, sin el fantasma de Pepe en los tobillos, se zafó por dos veces de la vigilancia de los centrales y llegó desde atrás imparable en dos goles que acrecientan su leyenda: una en el remate contra Sergio Ramos a gran asistencia de Afellay y la segunda en una de sus correrías de Oliver Twist llevándose por delante a cuatro defensores sin remisión.
No sé si la Copa del Rey servirá para calmar las urgencias de Chamartín. Tampoco sabemos si esta vez Mourinho se inculpará del desaguisado o se remitirá como siempre a su sempiterno lamento arbitral. El Barca fue mucho mejor esta vez, esa es la verdad.