Lo postdigital ya está aquí. Como en aquel anuncio de colonia, vuelve el hombre. Lo saben bien los gurús del puntocero. Intervienen en eventos y congresos como si fueran coachs o antídotos vivientes contra la intoxicación por bits, esgrimiendo
su mejor repertorio de sonrisas y encantamientos, displicentes incluso con la tecnología, reivindicando el factor humano, disfrazando de receta genial lo que no es sino sentido común, seduciendo en las distancias cortas a un público fácil, tan aturdido por el obsesivo y metálico runrún digital que cualquier frase que les recuerde que son de carne y hueso se convertirá en oráculo.
Y entonces salimos con cara de bobos de escuchar a Guy Kawasaki hablando del arte del sonreir y saber vestirse y luego vemos en FronteraD una foto de dos paisanos con boina echándose un pitillo en un bar y de pronto, ¡revelación!, nos damos cuenta de que nuestros mil amigos de Facebook igual no son tales y de que no va a ser fácil intimar con los trescientos que nos siguen en Twitter. Vaya putada, con lo que nos ha costado el aifon. Para evitar este súbito resentimiento los expertos recurren a la desvirtualización y al networking, dos palabros procedentes del argot tecnológico que paradójicamente se utilizan aquí para hablar de lo contrario, de la necesidad de verse las caras y conocerse en persona. Para eso se organizan reuniones como Eats and Twitts, Beers and Blog, Twittmad o Eventoblog, donde uno puede desvirtualizar y ser desvirtualizado y de paso tomarse algo y conocer gente.
Todavía hoy es posible pensar por separado en lo digital y en lo analógico, en internet y en el mundo físico, en los que se conectan y los que no, en integrados y apocalípticos, pero no queda mucho para que todo eso forme parte de lo mismo. El futuro será postdigital, pero no porque repudiemos la tecnología, sino porque todo será tecnología y entonces no la notaremos, pasará desapercibida, no hablaremos de ella, formará parte de cada segundo de nuestras vidas y de cada átomo que habitemos, será consustancial a nosotros. En ese momento seremos capaces, paradójicamente, de sentirnos más humanos que nunca.