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Mientras tantoPremio europeo

Premio europeo


 

El premio Nobel de la Paz ha ido a parar este año nada menos que a la Unión Europea por su contribución a la estabilidad del continente y al avance de la democracia. No me parece mal. Como todavía conservo mi nacionalidad española y España sigue por ahora dentro de la Unión, puedo considerarme también un poco premiado. Quién me lo iba a decir, ¡premio Nobel por ser europeo!

 

Pero, ¿es así en realidad? ¿Soy yo europeo?

 

El reaccionario Joseph de Maistre decía que él jamás había visto a un hombre, sino a un francés, un alemán, un inglés o un español. Más de un catalán dirá ahora que él no ha visto en su vida a un español, sino en todo caso a burgaleses o murcianos. Yo lo que digo es que en mis muchos años fuera de España jamás me he topado con un solo europeo. Franceses, sí. Ingleses de Londres o de Birmingham, también algunos, como italianos de Nápoles o de Bolonia, pero europeos, lo que se dice europeos, la verdad es que no he tenido el gusto de conocer o tratar a ninguno.

 

¿Qué lengua habla un europeo? ¿Cuáles son sus platos favoritos? ¿Qué costumbres le distinguen? Yo no lo sé. En el pasado los más cultos leían y escribían en latín y ahora parece que muchos chapurrean el inglés, pero por la mayor parte el supuesto europeo lo que quiere es hablar el dialecto de su pueblo, paladear el plato de su región y vestir a la moda que dicta el actor o la presentadora de su país. El cosmopolitismo es un traje que les sienta bien a muy pocos y que se suele llevar en los veranos y por la clase ociosa. La mayoría quiere ropa de andar por casa, que le den las películas dobladas y reírse con los chistes de su tribu.

 

Unificar por decreto no trae por lo general nada bueno. España tiene más de quinientos años de antigüedad como nación y todavía hay muchos que no se sienten identificados ni con su historia ni con su cultura. Escocia parece que tendrá su referéndum de independencia para el 2014. La Italia del Norte estaría deseosa de escindirse mañana mismo de la del Sur. Las naciones en el continente europeo han crecido como setas en estos últimos veinte años. A mayor deseo de centralización, mayor es la fuerza centrífuga de los pueblos. Por eso caen todos los imperios. Toynbee y Ortega pensaron en su momento que las naciones mantienen su unidad mientras los gobernantes tienen una conducta ejemplar, pero la experiencia nos dice una y otra vez que el deseo disgregador es casi inherente en cualquier grupo humano. Uno quiere juntarse con los suyos y los suyos no tienen por qué ser ni buenos ni justos y ni siquiera guapos.

 

Yo vivo en los Estados Unidos desde hace muchos años y me siento a todos los efectos madrileño, español y desde luego hispano. Entre colombianos o entre ecuatorianos estoy mucho más en casa que entre franceses o alemanes, por más europeos que sean. ¿Qué puedo tener yo en común con un berlinés o un parisino salvo mi admiración por Rilke, Baudelaire, las cantatas de Bach o la música de Debussy?

 

Me alegra el premio y hasta me enorgullece, pero en cuanto me paro a pensar un poco creo que es una gran ilusión. Aunque de ilusión también se vive…

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