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Pride, la película todavía en cartelera dirigida por Matthew Marchus, es una lección resumida sobre los viejos y los nuevos movimientos sociales. Sobre la solidaridad que a veces nace entre ellos y sobre la diferente suerte que corren unos y otros. También sobre su superposición en ciertos momentos de la historia, como ocurre, en este caso, a principios de los ochenta entre un colectivo de gays y lesbianas de Londres que se solidariza y colabora con los mineros galeses en huelga alimentando su caja de resistencia.
¿Por qué hablamos de viejos y de nuevos movimientos sociales? Ronald Inglehart explica bien la transición entre unos y otros: “Debido a que alcanzaron un alto grado de seguridad económica, las poblaciones de las primeras naciones que se industrializaron comenzaron a exaltar los valores posmaterialistas, dando más prioridad a la calidad de vida que al crecimiento económico. Este cambio se ha producido en todas las sociedades industriales avanzadas durante las dos últimas décadas. Al mismo tiempo, se ha producido un cambio de la política del conflicto de clases al conflicto político basado en cuestiones tales como la protección del medio ambiente y el estatus de las mujeres y las minorías sexuales”.
Dicho de manera más sencilla: la prosperidad económica de la posguerra (la renta per cápita real en muchas sociedades industriales alcanzó en varias ocasiones un grado nunca experimentado antes de la Segunda Guerra Mundial), acompañada por el desarrollo del Estado de Bienestar, que redistribuía, aunque imperfectamente, la riqueza creada, aumentó la seguridad material de las clases trabajadoras. “La tarta no sólo llegó a ser más grande que nunca, sino que se distribuyó con mayor equidad y justicia que nunca. Por primera vez en la historia, cantidades enormes de personas crecieron con el sentimiento de que la supervivencia podía darse por supuesta”, cuenta Inglehart.
Dio la sensación de que el movimiento obrero ya no tenía cosas por las que luchar y se fue disolviendo. Como comenta Inglehart, la seguridad material dio paso a una preocupación mayor por lo inmaterial, por lo posmaterial: “El orden de necesidades humanas varía cuando sobrepasamos esas necesidades directamente relacionadas con la supervivencia”. Entonces llegan, como diría Maslow, las necesidades no fisiológicas tales como la estima, la autoexpresión y la satisfacción estética. También, la preocupación por el entorno, por lo que ocurre en otros lugares de la tierra, por la felicidad individual, por cómo se desarrollan las relaciones personales.
En los años sesenta, cuando en la práctica totalidad del mundo desarrollado la seguridad material estaba generalizada, surgieron los movimientos ecologistas, pacifistas, ganó inusitada fuerza el feminismo, así como los movimientos por los derechos del colectivo LGTB. Mayo del 68 fue la cita universal en que se encontraron todos estos nuevos actores y todas estas nuevas preocupaciones políticas.
Hank Johnston, Enrique Laraña y Joseph Gusfield contaron en un libro sobre los nuevos movimientos sociales, De la ideología a la identidad, algunas de sus características, en contraste con las de los antiguos. Extraemos las principales:
1. Su base social trasciende la estructura de clase: lo que une a sus miembros no es la clase social, sino la edad, el género, la orientación sexual…
2. Los movimientos sociales clásicos solían identificarse con arreglo a las ideologías tradicionales más difundidas: conservador o liberal, de izquierdas o de derechas, capitalista o socialista. Pero los nuevos movimientos son más difíciles de clasificar siguiendo estas categorías: se caracterizan por el pluralismo de ideas y valores.
3. Estos nuevos movimientos con frecuencia implican el desarrollo de nuevos aspectos de la identidad de sus miembros que antes tenían escasa importancia. Sus reivindicaciones y los factores de movilización tienden a centrarse en cuestiones de carácter cultural y simbólico relacionadas con problemas de identidad, en lugar de las reivindicaciones económicas que caracterizaron al movimiento obrero.
4. Los nuevos movimientos con frecuencia implican aspectos íntimos de la vida humana, porque “lo personal es político”, lema que cobra una fuerza especial en el caso del movimiento feminista y LGTB, como vemos en “Pride”.
5. En contraste con la estructura de cuadros y las centralizadas burocracias de los partidos de masas tradicionales, la organizaciones de los nuevos movimientos sociales tiende a ser difusa y descentralizada.
El regreso de los viejos movimientos
Pero el Estado del Bienestar, entendido no sólo como un conglomerado de mecanismos que redistribuyen la riqueza para amortiguar e invisibilizar las injusticias y las ineficiencias inherentes al sistema capitalista, sino también como un sistema que da seguridad y protagonismo a los trabajadores, duró en realidad muy poco. Ya a mediados de los años setenta comenzó a desmontarse. Y lo que primero se atacó fue el mundo del trabajo: los economistas y los políticos de la época echaron la culpa a los salarios de la que consideran la gran enfermedad de la economía, la inflación. Por eso, comenzaron a eliminarse garantías y seguridad, sobre todo en los estratos más bajos del mundo laboral, en los puestos poco o muy poco cualificados. El progreso tecnológico y la competencia internacional hizo irrelevantes a sectores económicos enteros en Occidente. El movimiento obrero tenía todo a su favor para volver a resurgir. Lo hizo brevemente. Lo vimos en España a principios de los años ochenta, cuando el PSOE llevó a cabo la reconversión (¿o deberíamos decir “arrasamiento”?) industrial. Y en el Reino Unido a partir de 1979, cuando Margaret Thatcher tomó las riendas del país.
El movimiento obrero resurgió durante aquellos años, pero con muy poca fuerza y con escasos éxitos. No logró parar la gran ola neoliberal de la que fue primera víctima, mucho antes que los servicios públicos. La desregulación laboral ya es un hecho desde hace muchos años, mientras que aún queda algo por destruir en la sanidad, en la educación y en la batería de menguantes prestaciones.
Inglehart tiene una respuesta a por qué, mientras el movimiento obrero moría, los movimientos sociales de nuevo cuño (ecologistas, gays y lesbianas, pacifistas…) lograban un espacio mayor e, incluso, entrar en la agenda política y en los programas electorales: “Los posmaterialistas están mucho mejor formados, se expresan mejor y son políticamente más activos que los materialistas. En consecuencia, su influencia política tiende a ser mayor que la de los materialistas”. ¿Por eso pasa lo que pasa en Pride y que no quiero contar, porque tienen que ver la película?
¿Podemos decir que los movimientos sociales clásicos, los que luchaban por la seguridad económica de todos, bien vía seguridad en el trabajo, bien gracias a las prestaciones complementarias del Estado del Bienestar, han muerto para siempre? El propio Inglehart anticipaba: “El colapso de la seguridad podría conducir a un regreso gradual de las prioridades materialistas”. Ahora mismo, con la última crisis y las medidas adoptadas para, supuestamente, superarla, estamos llegando a ese colapso en la seguridad económica del que habla Inglehart, con cada vez más personas quedándose completamente a la intemperie y sí es verdad que los mensajes de los actores políticos son cada vez más “materialistas”. Quizás el gran paradigma del regreso del materialismo haya sido el nacimiento de la PAH o las marchas de la dignidad, cuyos lemas recuerdan a los antiguos “pan, trabajo y techo”.
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