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Primera crítica. Segunda época. Poesía judicial

 

 

Pieza Paisaje en un prólogo y un acto. De y dirigido por Lola Blasco Mena. Espacio escénico, vestuario e iluminación: Rafael Villalobos. Música: Diego Merino. Movimiento: Zo Brinviyer. Reparto: Marcos Fernández. Enrique Gimeno. Andrea Micu. Vicente Serrano. Sala García Lorca. RESAD. Madrid.

 

La escritura de Lola Blasco Mena avanza como un tanque, hermético e imperturbable, un tanque pedante que lanza octavillas con citas del filósofo judío Günther Anders; un tanque joven y alegre, como de dibujos animados, simpático, sin rostro; un tanque hermoso que habla y discurre; un tanque que en vez de lanzarnos misiles nos saca la lengua, y nos escupe como un sapo; un tanque gracioso y desvergonzado, que se da la vuelta, abre una escotilla blanda, por la que asoma otro cañoncito -esta vez abocinado- que nos dispara un sonoro pedo en nuestras caras cansadas, haciéndonos sentir culpables de su inadmisible comportamiento. Nos demuestra que nos lo merecemos. Cada uno de los espectadores somos uno, y al mismo tiempo encarnamos toda la -no siempre honrosa- Historia de Occidente; nos lo hemos ganado, cada una de las flatulencias viene repleta de las razones precisas y argumentadas, de por qué debemos sentirnos -como Cultura- culpables.

 

¡Todo el derecho! tienen todo el derecho las nuevas autoras dramáticas, las nuevas generaciones, a pedir cuentas a sus mayores, a preguntar cómo se pudo llegar tan lejos despreciando y destruyendo tantas cuestiones elementales, que además les afectarían básicamente a ellos, y con las que tendrían, un día que enfrentarse. Ya ha llegado su turno, lo hacen, lo han hecho con obras como ésta; (aunque eso no quiera decir que sólo por el hecho de tomar posiciones frente a la doble moral de Occidente, se alcance la relevancia artística).

 

Pieza Paisaje en un prólogo y un acto es una bella trompeta de Jericó de hace 8000 años, sonando chirriante a través de un microchip barato coreano. Irreverencia, insolencia, violencia… son palabras bienvenidas en el teatro: honran a Dionisso, el dios padre del arte dramático. La tragedia pura, (a la que pedía regresar Nietzsche, como vitamina para la mala salud del teatro de su tiempo,) transita por esta pieza. El héroe clásico siempre fue un guiñapo en manos de los dioses; el contemporáneo es una colilla pisada por la bota del Sistema, un pequeño pitillo que se fuma, se tira y se aplasta. Lo único que salva al ser humano es su memoria, y el lenguaje resulta la balsa donde salvaguardarla en el cofre de la palabra.

 
¿Cuántos ortodoxos del arte dramático no considerarán Pieza paisaje… ni siquiera una representante del género literario que suele entenderse como teatro? Hace más de un siglo que las vanguardias demostraron que la realidad no es solo una, sino que puede percibirse desde perspectivas múltiples y simultáneas. La pintura cubista ilustra esta creencia. Que en 2010 las obras teatrales deban tener tres actos, y respondan al esquema planteamiento-nudo-desenlace, seguirá siendo una fórmula posible, pero no la única para afrontar el hecho dramático; todo dependerá de si les resulta útil ese modelo a los nuevos dramaturgos para expresar sus convicciones y sentimientos.

 

A Lola Blasco Mena parece interesarle más la Dramaturgia experimental de la Schaubunne berlinesa, o los presupuestos dramáticos de Heiner Müller, que los del realismo sicológico, propios de ciertos dramas de finales del S. XIX y comienzos del XX, y a los que no se sabe por qué se les sigue exigiendo tanta vigencia. La poesía como herramienta del drama ya comenzó a aflorar en el teatro de Yeats y de Synge; les siguieron Pirandello, Valle, Lorca o Arrabal. No se trata meramente de una cuestión de forma, ni por supuesto de métrica, sino de un lenguaje propio de la ceremonia pública, que encarna toda representación teatral: el poder de la palabra pronunciada ante la colectividad. Por esta vía pueden iniciarse exploraciones más altas, más simbólicas, con mayor proximidad a los mitos, esas criaturas concretas en las que se destiló el sentir de toda una época, para sacar conclusiones de utilidad colectiva.

 

Violencia, denuncia, poesía, organicidad, pensamiento, belleza… forman parte de la larga lista de ingredientes que configuran a la pieza teatral entendida como arte. El teatro siempre habla del presente, o de la memoria del pasado que tenemos desde el presente, pero siempre como compromiso con la sociedad que respira, sufre y goza al otro lado de la puerta del teatro. La naturaleza de la representación dramática está directamente emparentada con los procesos judiciales. Toda obra teatral que se precie, se ha escrito contra algo, y a favor de algo. En el escenario se representan los hechos, para que el auditorio, tras sus particulares reflexiones, emita el veredicto; o se vayan a sus casas pensando qué habrían respondido si hubieran sido  preguntados.

 

El piloto y el copiloto del avión norteamericano que lanzó la bomba nuclear sobre Hiroshima no son los protagonistas de esta obra; ni tampoco el filósofo pacifista -de origen polaco -Günther Anders, quien entabló una suculenta correspondencia con el piloto de la nave aérea culpable; ni tan siquiera el autor del brillante prólogo de Pieza paisaje en un prólogo… Carlos Alba Peinado; ni la misma autora de la obra, Lola Blasco Mena; sino la representación poético judicial que en torno a todos ellos ha suscitado y puesto en pie la autora. El debate moral queda tan perfectamente servido al público, como el debate artístico comienza en los espectadores, tras abandonar la sala.

 

Que una autora innovadora decida dirigir la representación de su obra, da pie a una sola reflexión con dos sentidos. ¿Habría enriquecido un director escénico la original propuesta de la nueva dramaturga, añadiéndole toda su propia poética escénica, e imprimiéndole un mayor carácter a algunos de sus personajes?; o, ¿habría sido un peligro, que un director que no confiase en las posibilidades dramáticas del audaz lenguaje de la autora, se hubiera dedicado a intentar normalizar la pieza, dándole un mayor protagonismo al lenguaje escénico que al dramático; por si acaso el público no comulgaba con las arriesgadas apuestas de la joven dramaturga?

 

El trabajo de dirección de Lola Blasco Mena (en perfecta sintonía con su más que escenógrafo, Rafael Villalobos,)  cumple con la misión más importante que se exigía a este proyecto: demostrar la profunda dramaticidad del lenguaje y la estructura propuestos por la autora, y su idoneidad para explorar escénicamente una de las mayores problemáticas que ha sufrido en los últimos siglos la Historia de la Humanidad: el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Hiroshima.

 

Si los coros de esta tragedia irresuelta moralmente por Occidente han sido brillantemente concebidos desde la salmodia recitativa del lenguaje rapero; su ejecución escénica -a cargo de Enrique Gimeno- no alcanza la misma calidad que en el texto. El lenguaje corporal,  rítmico y obsceno del cantante de rap hubiese enriquecido la representación de la obra; porque lo que asoma en las tablas se queda en un pálido reflejo de su modelo. El cierto toque de hieratismo –propio de la tragedia- por el que transitan corporalmente los intérpretes de Pieza Paisaje…, a veces no llega a alcanzar la tensión física y espacial que requiere el escenario para comunicar; les falta un sentimiento danza (tensión y energía) en la ejecución física de sus movimientos.

 

Resulta destacable la interpretación de Vicente Serrano, que sentado en un sillón de ruedas, (que le permite desplazarse por la escena,) inicia la representación, desgranando el Prólogo de la pieza, valiéndose exclusivamente de su voz, y del poder de sugestión de su mirada sobre el público. El joven actor -a modo de no-personaje- consigue transmitir un grado de dialéctica humanidad al discurso teórico, que golpea la mente del público, a la par que lo relaja y concentra en lo que vendrá.

 

El espacio escénico de Villalobos (en su desnuda luminosidad de pantalla de ordenador,) se convierte en un ámbito posible y polivalente, desde el que sugerir las acciones mínimas de los personajes; o dar corporeidad a las palabras como signos escénicos, bien sean las de la dramaturga, o los nombres de algunas víctimas de Hiroshima que se escriben en rojo sobre los módulos móviles del decorado. Tanto el vestuario, como los elementos de atrezzo están cuidados al detalle, para crear una elegante atmósfera de asepsia y funcionalidad, que le otorga una sólida factura plástica a la representación. Por último hay que destacar lo bien calzados que están los personajes de la obra. Ese pequeño detalle viene a simbolizar la ambiciosa idea del teatro que alienta esta brillante y arriesgada propuesta dramática y escénica.

 

HOMO FABER

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