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Print the legend of Bernie Tiede

Suena Oh No, de Andrew Bird

 

 

Cuando parece ser que todavía resuena el eco de su maravillosa Boyhood (ídem, 2014), Richard Linklater ha vuelto a nuestras pantallas con Bernie, una película realizada hace ya cuatro años y que permanecía –injustamente- inédita. Puede que este estreno hecho a rebufo de una película precedente condicione su recepción entre la mayoría del gran público y se la acabe considerando una obra menor, pero no hay que olvidar que la filmografía de Linklater, cineasta que se atreve con todo, es de lo más ecléctica y heterodoxa, tanto en lo que respecta a planteamientos estéticos como en organizaciones de producción.

 

En Bernie parte de un suceso real recogido en un artículo periodístico titulado “Mdnight in the Garden of East Texas”, cuyo autor, el periodista Walter Ned “Skip” Hollandsworth coescribió el guión de la película junto al propio Linklater. La historia tiene como protagonista a Bernie Tiede, un especialista en la tanaxopracia que trabajaba en una funeraria de la localidad tejana de Carthage y que, convettido a ojos de sus vecinos en un ciudadano ejemplar y afable, acabó asesinando a Marjorie Nugent, una viuda adinerada, malhumorada y arisca, con quien mantenía una curiosa relación afectivo-posesiva. El suceso, que desconcertó a los habitantes de la tranquila Carthage, le sirve a Linklater para elaborar una aparente comedia dramática de tintes costumbristas que a través de su compleja estructura narrativa se nos revela como una obra de mayor envergadura, cuyo discurso va más allá de la simple reconstrucción de los hechos.

 

 

A la manera de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1939) que se organizaba en torno a una investigación periodística cuyo relato se desarrollaba a través de diversos testimonios que daban paso a toda una serie de flashbacks que iban dibujando un retrato de la misteriosa personalidad del fallecido Charles Foster Kane, Bernie parte de esa misma idea y construye una narración caleidoscópica y que se desarrolla tanto en el presente –el relato de los entrevistados- como en el pasado –la reconstrucción de la historia entre Bernie y Marjorie.- Sin embargo, si el film de Orson Welles, más allá de estar inspirado en la figura real del magnate William Randolph Hearst, era una reconstrucción ficticia, la película de Linklater combina testimonios reales con testimonios ficticios, de manera que la película evidencia una intrigante naturaleza híbrida entre el falso documental y la ficción realista. No estamos tan lejos, de nuevo, de los terrenos transitados por la filmografía del director de Movida del 76 (Dazed and confused; 1993). Bernie, en ese sentido, es un film escurridizo, travieso, a la par que muy inteligente.

 

 

Esa ambigüedad estética tiene, además, su traslación en el discurso que la película establece en torno a los hechos narrados, de manera que el espectador se ve inmerso en una apasionante debate entre las leyes judiciales y los juicios morales, entre lo que piensa la opinión pública –el apego que sienten la comunidad hacia Bernie y el rechazo que provocaba la señora Nugent- y lo que dictaminan los jueces –la condena a cadena perpetua que Bernie Tiede cumple todavía.- Nosotros como espectadores, incluso, y sin que se nos condicione de forma tendenciosa, nos encontramos en la tesitura de tener que plantearnos ciertas ideas, ciertos juicios. Para acabar, Linklater se permite además abordar el tema de lo legendario y, de paso, recogiendo lo sentenciado por el maestro John Ford –“cuando la leyenda se convierte en hecho, publica la leyenda”- radiografiar la naturaleza de una sociedad, de un país, y que nos preguntemos dónde empieza la verdad y dónde acaba la mentira.

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