El título del post es de un amigo, poeta y platense, Mario Arteca. Cito ahora a Juan Becerra, amigo, natural de Junín, radicado en La Plata: «De los actos de salvajismo moderno, el linchamiento es el más antiguo. Tan antiguo que para llevarlo a cabo no se necesitan armas ni soportes tecnológicos inteligentes. Es un escarmiento prepolicial, es decir que es prelegal y, por lo tanto, preestatal. Para realizarlo, alcanza con un grupo de personas remojadas en un caldo espeso de animalidad, el descontrol total de sus frenos inhibitorios –ese pedal del homo sapiens que a menudo patina– y ninguna duda acerca de que hay que matar a aquella persona que estamos linchando, ya sea porque cometió un delito que vimos (no importa si ese delito es menor o grave), o porque nos parece o nos dijeron que lo cometió».
Los argentinos despertaron este lunes con la noticia de que el fin de semana hubo tres nuevos intentos de linchamiento, uno en la provincia de Misiones, uno en la de Santiago del Espero y otro en la de Buenos Aires, donde su gobernador, el peronista Daniel Osvaldo Scioli, rodeado de su gabinete, a última hora del sábado, decidió decretar una «Emergencia en Seguridad» por doce meses, para –se supone– poner a resguardo la vida y la propiedad (o las propiedades) de quince millones de personas. Fue saludado por los líderes de la derecha civilizada –si se disculpa el oxímoron– Sergio Massa y Mauricio Macri. Fue repudiado por una gran cantidad de «compañeros», entre ellos su vice, Gabriel Mariotto, un cura que oficia de patrón en la oficina antidrogas y por el jefe de gabinete, Jorge Capitanich, que se limitó a decir que las medidas –y las consecuencias de las medidas– eran responsabilidad del gobernador, que reconoció no haber consultado a la presidenta de la Nación. Se lo acusa de efectista, oportunista, miembro del jet-set de los estresados.
El linchado misionero fue el que se las vio en figurillas. Hermano de dos detenidos por un crimen, fue corrido y golpeado por sucesivos vecinos, con palos y pedradas, patadas y patadas, hasta la desfiguración, por una turba de aproximadamente cien personas. El santiagueño y el bonaerense se salvaron de una golpiza por la milagrosa aparición de la policía. ¿Cómo no van a querer que haya más seguridad?, preguntó Scioli, pegadito al titular de seguridad de la provincia, el señor Granados, patrón de la localidad de Ezeiza, intendente desde hace millones de años, ahora en el gabinete, dueño de la parrilla «El Mangrullo», favorita de Menem y de Duhalde. Granados fue quien primero propuso la idea de reincorporar a 15 mil efectivos de la policía bonaerense dejados en suspenso: por narcos, tratantes de blancas, corruptos, sospechados de asesinatos o de corrupción, viejos y gordos, que volverán a las andadas con unos 600 millones de pesos que proveerá el Banco de la Provincia, ese dinero que nunca apareció cuando se discutía el sueldo de los maestros. Y armas, autos, botones antipánico, cámaras de vigilancia, la juguetería específica para acechar al mal donde se anida. A las nueve de la noche, en las ciudades de la provincia, no caminan ni los mendigos.
Complétese el cuadro con las declaraciones del locutor más famoso del mundo, Marcelo Hugo Tinelli, dispuesto a construir una nueva cancha para el club de sus amores, San Lorenzo de Almagro (sí, el del papa). Dijo que el armatoste no tendrá nada que envidiarle al estadio del Real Madrid.
Creételo.