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Mientras tantoPropaganda

Propaganda


Estoy leyendo la biografía de Goebbels escrita por Ralf Georg Reuth que publica en español La Esfera de los Libros. No es lo que esperaba, aunque lo esperaba. Recuerdo aún la impresión que me produjo la lectura del Hitler de Ian Kershaw, sobre todo la del primer tomo, hasta 1939. Hybris, se subtitulaba en inglés, y la editorial española debió suponer que era un cultismo soslayable. La carrera de Hitler como demagogo fue la funesta consecuencia de un sinnúmero de pequeñas fatalidades: que no lo admitieran como alumno en la Universidad, que nadie se molestara en comprar sus acuarelas y sus óleos, que nadie lo matara en la Gran Guerra…

 

La vida de Goebbels, en cambio, comienza en esta biografía como predeterminada por el odio: no es un zoquete académico, pero envidia a los que muestran talento. No le faltan dignas ocasiones laborales, pero las rechaza por insignificantes. Exhibe cuando le conviene su deformidad física y logra atraer a las mujeres, pero acaba despreciándolas. Lo único en lo que muestra cierto genio es en la expresión del odio. Goebbels inventa la propaganda moderna porque odia en grado superlativo. Al principio, su odio es pedante, manierista, bastante académico; Goebbels odia el mundo capitalista, la República de Weimar y la vida contemporánea. Cuando conoce a Hitler y queda fascinado por él, su odio se concentra en los enemigos de su ídolo, reales o imaginarios. Su odio se vuelve eficaz porque es nominal, sustantivo: éste, ése, aquél otro. Goebbels reprocha a Hitler en la intimidad de sus Diarios la ausencia de los “grandes ideales” que llenaban sus primeros panfletos contra todo. En la práctica, se comporta como un sicario de lujo.

 

      La propaganda es consustancial a la política. Este descubrimiento de Goebbels ha cambiado la historia del  mundo. Sus discursos resultan hoy ridículos, pero sólo porque no vivimos inmersos en aquella propaganda. Goebbels descubrió que cualquier patraña puede parecer verdad si se la recubre de la pompa de la propaganda. Muy pocos descubren el engaño, y muy pocos de esos pocos se atreven a decirlo en voz alta. El éxito de la propaganda nada tiene que ver con la ignorancia, pues la propaganda no se dirige al cerebro, sino a las vísceras. Los discursos de Goebbels son pomposos porque su público no es analfabeto. Si los alemanes hubieran sido ignaros, probablemente hubiera pronunciado soflamas estilo Chávez. Hasta habría cantado en la radio. Goebbels descubrió que no se gana el poder razonando, sino subyugando. La propaganda funciona o no, pero siempre es irrebatible.

 

      Aún no he concluido el libro, pero ya sé por qué tiendo al pesimismo político crónico.

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