Home Acordeón Puede pasar cualquier cosa. Sobre el independentismo en Cataluña

Puede pasar cualquier cosa. Sobre el independentismo en Cataluña

 

 

A estas alturas de los ejemplos y estudios históricos, sabemos que lo que sucede es en gran parte imprevisible. Hemos descartado las determinaciones rígidas para explicar  los acontecimientos. Y cuando surge un movimiento ante nosotros, tenemos la sensación de que un viento fuerte empuja a los humanos, pero no podemos recomponer su secuencia. Constatamos que está ahí presente, y algunos analistas se esfuerzan, siempre a posteriori, en señalar los elementos que lo han hecho aparecer. Por eso creo que el movimiento independentista catalán, que apareció a la vista de todos el pasado 11 de septiembre, sorprendió a propios y a ajenos, y no me interesa hacer un esfuerzo para entender por qué sino que me gustaría saber y ahora qué.

 

Precisamente porque no está planificado, un movimiento es simple, o lo que es lo mismo se mueve con un sólo motor. Pone a la vista de todos una idea y sólo una. En este caso es la idea de que los catalanes quieren redefinir la relación que mantienen con respecto al Estado Español. Esa idea está siendo recogida, en Cataluña, por quienes elaboran análisis y explicaciones, por quienes escriben programas políticos, por quienes lanzan iniciativas de discusión: la prensa, los políticos, las asociaciones, los ciudadanos. Y el movimiento sigue y se mantiene y se ensancha. Aunque nosotros, los no catalanes, no estemos siendo impulsados por la fuerza de ese viento, tenemos que reconocer la vitalidad y el entusiasmo que se desprende de una situación en la que todos se ven implicados y movidos. Da marcha. Da marcha en un panorama tan pesimista y deprimente como lo es la situación política y económica actual.

 

Sin duda, la simplicidad del movimiento implica igualmente una simplificación de las ideas. O sea, una cierta demagogia. Todos hemos podido leer argumentos que identifican las preocupaciones ciudadanas, para después aportar una fácil solución. Por ejemplo: si seguimos en España, no se podrán pagar las pensiones, pero si salimos de España, no sólo las pagaremos sino que podremos aumentarlas. Se ha dicho hasta la saciedad que Artur Mas ha aprovechado este movimiento para desviar la atención acerca de su propia gestión económica. Tampoco él lo previó, se lo encontró y tiene que insertarse en él. El origen de la demagogia puede estar en algunos comentaristas quizá secundarios, pero lo que está claro es que en cualquier movimiento la demagogia encuentra su caldo de cultivo.

 

No vale la pena, es perder el tiempo, centrarse en todos esos argumentos demagógicos. Hay muchos catalanes inteligentes, pensadores, capaces de ver eso mismo que nosotros vemos desde fuera. Pero eso no les impide estar también ellos dentro del movimiento, con el movimiento. ¿Cómo podría ser de otra manera? Oigo a algunas personas no catalanas señalar con suficiencia el mesianismo del independentismo, como si tuvieran claro que ellas, de estar allí y ser catalanas, se mostrarían muy críticas con el movimiento. Francamente, lo dudo. Y lo dudo justamente por su rechazo actual, tan irreflexivo. Si rechazando son irreflexivas, estas mismas personas asumirían los argumentos más demagógicos que tuvieran a su alcance, si estuvieran del otro lado.

 

Porque realmente hay dos lados. La confrontación existe, como dice Jordi Borja. La cuestión es como siempre ¿qué hacer?. No habiéndome interesado particularmente por las cuestiones nacionales, sin embargo he leído con gusto al historiador Borja de Riquer cuando establece las dos formas de pensar en una nación: como un proyecto esencialista y como un proyecto político.

 

Un nacionalista esencialista busca en el origen, y por tanto fuera de la contingencia histórica, los rasgos que definen a una nación. Como todo discurso acerca del pasado, el interés está puesto en el presente: cuando los libros de texto de los años 60 del siglo pasado decían que España era católica (“martillo de herejes”), tradicional, castellana, se defendían los valores de quienes habían ganado la guerra civil. El nacionalismo esencialista español no es el único que hay en nuestra península. Hemos oído o leído épicas o líricas en otras partes del territorio.

 

El nacionalismo como proyecto de futuro es una iniciativa y una creación. No mistifica como el nacionalismo esencialista, su emotividad está centrada en la energía que transmite todo proyecto. En España ha habido poco de este nacionalismo. Durante el siglo XIX, siglo en el que los discursos nacionalistas comenzaron a dejarse oír, el enfrentamiento entre nacionalismo esencialista y nacionalismo como proyecto político fue, según lo interpreta Borja de Riquer, el origen de las dos Españas.

 

En el movimiento independentista actual sin duda coexisten las dos emotividades: la del nacionalismo rancio catalán, y la de un proyecto de futuro. Engaño e ilusión, separados o conjuntamente, son el potencial del motor de este movimiento. Desde fuera, me alegro de no engañarme, estoy segura de que también yo me sentiría ilusionada, pero como no lo estoy, veo lo que quizá no ven los que están ilusionados.

 

Un analista político como Jordi Borja, él mismo ilusionado, afirma que puede pasar cualquier cosa. Y eso tendría que ser materia de reflexión para todos, o más bien para aquellos que no quieren que pasen ciertas cosas. Los que no queremos que los acontecimientos en Cataluña se precipiten en una solución violenta deberíamos saber qué actitud adoptar.

 

La moderación es una gran virtud. No tiene mucha fama, pero justamente eso es así porque la moderación es moderada. No se puede agitar con grandes proclamas que hay que ser moderado. Es su talón de Aquiles, convence con la reflexión, no con panfletos. La democracia en la antigüedad la consideraba la principal virtud política. Un político debía ser moderado en su vida privada –lo que significa ser el propio conductor de sus actos, darse a sí mismo la ley de su propia conducta- para poder ser moderado en la vida pública. Moderación no era el equivalente de mediocridad, o de suavidad, o de pasividad. Una vida moderada no era una vida gris sino equilibrada, con la belleza del equilibrio, de la justa medida de todas las cosas.

 

Soy de la opinión de que todos nosotros tenemos la posibilidad de dejar que en nosotros crezca la pasión o que esta se autolimite. No somos ángeles, existen en los humanos grandes fuentes de desequilibrio en nuestras pasiones. Pero tampoco estamos destinados a no poder controlarnos. Me gusta el modo dualista de representarse a los humanos de Simone Weil: somos materia regida por las leyes deterministas de la materia y en ese sentido caemos hacia donde la fuerza nos hace caer; pero al mismo tiempo tenemos una parte infinitesimal, como la levadura respecto de la masa del pan, que nos permite subir y no obedecer a las leyes de la fuerza. Estamos determinados por las relaciones con los demás y por nuestra propia reacción a ellas, pero tenemos una posibilidad de libertad. Ambas cosas en todos nosotros. Por eso existen hechos históricos que no son sino el resultado de las leyes de la historia y otros que no pueden explicarse sino como el brillo de una acción libre.

 

Porque tenemos levadura, podemos aportar moderación a lo que está sucediendo. Por ejemplo, podemos dejar de echar leña al fuego. Y ahora mismo son leña los argumentos esencialistas que esgrimen los españoles no catalanes y los que usan los catalanes. Pero no sólo. Habida cuenta de que el movimiento existe, y de que la inmensa mayoría de los catalanes quieren que se les someta a consulta acerca de su futuro como nación, debemos cerrar filas desde fuera a favor de que la consulta se lleve a cabo. Que nosotros no estemos ilusionados no nos puede llevar a quitarles a ellos la posibilidad de estarlo, entre otras cosas porque la negación no convencerá a nadie sino que será más leña.

 

La gente sensata no catalana se muestra a veces perpleja como cuando entras en una fiesta y no tienes ganas ni de bailar ni de beber. Fuera de juego. Pero hay que ser troglodita para pensar que porque no tengo ganas de fiesta, los demás no deben celebrarla. Y además les deseo que se lo pasen bien, y no quiero que la fiesta termine en tragedia. Y esto no sólo por ellos, sino también por mí misma, porque de esas tragedias ya sabemos quien sale siempre ganando.

 

 

 

Maite Larrauri es escritora y profesora. En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, Cinco cosas que sé sobre la escuela, La escuela es los profesores, Montañas de lugares comunes, juicios petrificadosVirginia Woolf no era una personaCuerpos mortales y Ser materialista

 

 

 

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