Preguntas de Ramón Torrado sobre Pontes co diaño (Ed. Corsàrias, Santiago, 2015):
1. ¿A qué te refieres con eso de vencer la muerte atravesando la muerte? (página 16). Es un poco el viejo tema de la subversión por aceptación (Stoa): lo que cambian las cosas, incluso las más difíciles, cuando son aceptadas y entramos en ellas. La muerte no es una excepción; no hay más remedio, hay que entrar en ella. Tenemos unos capítulos del libro San Pablo. El nacimiento del universalismo (A. Badiou), donde este pensador ateo explica cómo la tecnología punta de la universalidad cristiana consiste en afirmar la eternidad interna de la muerte, en atravesarla y llegar al otro lado, encontrando en lo que no tiene remedio la raíz de la comunidad. Badiou defiende la posibilidad de vencer la muerte, y hacerse inmortal, atreviéndose a morir en vida. Es también la vía de Lázaro: resucitar de entre los muertos, morir en vida para alcanzar una cierto tipo de eternidad. Aparte de Nietzsche, que es el gran maestro moderno de este giro, creo recordar que en el curioso discurso de S. Jobs en Stanford (aunque él no tiene buena fama, la clave es que ya había pasado por un cáncer) dice algo parecido. Fíjate en esta idea de M. Zambrano: «Sólo se puede vencer el desierto manteniendo un desierto dentro». Es una vieja leyenda que también encontramos en Sócrates y Hegel: el hombre libre no retrocede ante la muerte, sino que tiene que entrar en ella, aprender a morir.
2. ¿Cuál es el peligro real al que cada cual debe darle forma en su existencia? (p. 39). Que la vida de cada uno no es delegable en su eje, no tiene posible cobertura. En este sentido, somos mortales sin remedio, antes ya de la primera pérdida. Al ser cada existencia un universo sin exterior, donde todo cabe dentro, sólo tenemos una vivencia singular de la oscuridad como referencia de fondo.
3. ¿Cuál es la dosis de violencia vital que se debe recuperar? (p. 53). Está más o menos respondido en la pregunta anterior. En contra de lo que dice nuestra mitología social, no hay ningún tipo de sociedad que no sea represiva frente al absoluto de cada vida individual, que es indelegable. No hay socialización posible, ni reconocimiento, para la singularidad sin equivalencia que es una persona mortal. En este punto clave, nos hay sociedades no represivas. Toda sociedad se edifica sobre un crimen cometido en común, decía Freud. En tal plano, cada uno de nosotros está abocado esencialmente a afrontar la misma violencia que hace 1000 años. Pobre del que no esté armado para ella.
4. Un libro de filosofía debe ser intenso y lapidario, piadoso y, por lo mismo, perturbador (p. 54). ¿Puedes explicar esta paradoja? La paradoja tiene su primera línea en que hoy el sentido común resulta subversivo. A partir de ahí, se puede recordar que la intensidad afectiva, desde luego la piedad, es lo más provocador del mundo. Estamos acostumbrados a lo complejo, de lo que se encarga la tecnología. No tenemos ningún arma para el acontecimiento simple, rotundo, que no tiene modelo externo. En tal aspecto, la intensidad real es lapidaria, pues aparece ante nosotros como bárbara. No tenemos instrumentos «deconstructivos» para trocearla, lo que nos deja atónitos.
5. Hablas en Pontes co diaño (p. 65) de una buena relación con la duda, pero en casi todo el libro muestras una seguridad total. ¿Cómo se compagina esta especie de contradicción? Aquí me tocas en algo neurálgico. Todo el libro está recorrido por la contradicción, muy antigua, de una fragilidad de la que se extrae una fuerza primaria, una «mala salud de hierro». En otras palabras, se trata de una timidez pueril desde la que puede venir cualquier audacia sobre este mundo, pactado como un decorado. Pienso que lo moral es tener una buena relación con la duda, maltratando nuestrosclichés, nuestros inevitables emblemas. Comprendo lo que dices de la seguridad, y quizás le falta a Pontes co diaño algo de «cintura», un cierto juego, una pequeña inocencia o sentido del humor. Pero, aún mejorando este humor, la contradicción tendría que mantenerse. De la infancia que aguarda bajo la historia, tal como es de temeroso nuestro mundo moderno, siempre va a advenir una ironía casi militar.
6. ¿Cuál es el escritor que recordó la metáfora de Lázaro? (p. 75). Se trata de Xavier Seoane (tal vez debí citarle), cuando presentamos en A Coruña, hace más de diez años, Roxe de sebes. El encantador acto se celebró en la Fundación Luis Seoane, y en él estaba también el fotógrafo Manuel Vilariño.
7. ¿De qué manera puede mostrar que somos ridículos un viaje a San Petersburgo o a Casablanca? (p. 114). Hablo de viajes anómalos, no exactamente turísticos. Un viaje lejos, a las afueras de nuestra aldea local, puede cambiarnos. Sea San Petersburgo o Nueva York, si el viaje no está perfectamente organizado (para que no pase nada, ni entremos verdaderamente en otra cultura) puede descubrirnos un mundo que tiene poco que ver con nuestra mitología ilustrada, progresista, desarrollista y laica, etc. Por tal razón, casi siempre que salimos lejos tomamos medidas para que el viaje sea seguro y saltemos de Resort a Resort, de Hotel a Hotel, de Monumento a Monumento… con un guía turístico que nos arropa en una nutrida compañía familiar. En un caso así, que es la norma del turismo, no puede pasar nada, y volvemos fortalecidos en nuestros prejuicios. Pero si el viaje tuvo un punto de riesgo, seamos españoles o franceses, Europa y nuestra historia puede aparecer enseguida como un pequeño planeta bastante patético. Fuera espera un mundo que no queremos conocer. Y eso que San Petersburgo o Casablanca están cerca, de nosotros y de nuestros valores… La Rusia profunda, la China profunda, la mitad del planeta, debe ser inolvidable.
8. ¿Es compatible el nacionalismo gallego con la apertura a las culturas exteriores? (p. 115). Sí lo es, como cualquier nacionalismo… incluso los más sectarios. No es que uno sea nacionalista, por lo menos en un sentido radical. Pero un tipo u otro de nacionalismo, o de identidad separada, es el punto de partida imprescindible para deconstruir esa violencia parcial y entrar en un mundo exterior que es peligoso y da miedo. Tenemos que tener un andamio de partida, una trinchera para asomarnos al resto. No podemos abrirnos al vacío en estado crudo. Aparte de esto, hay nacionalismos y nacionalismos. Muchos de ellos fueron un buen vehículo para entrar en otras tierras.
9. ¿Cuál es «la memoria soterrada que puede vincular a los pueblos»? (p. 136). Mitos, leyendas, arquetipos de la especie que recorren culturas muy distintas, por debajo de las historias oficiales que nos separan. Bajo las distintas lenguas y culturas, la humanidad es única, una sola especie asustada por el abismo terrenal y los mitos que ese miedo creó. El etnocentrismo de cada cultura, y no menos en la nuestra que en otras, está cerrado a las formas de vida exterior. Bajo la Historia oficial que nos guía, espera un sinfín de formas de vida que nos pueden enseñar a vivir de otro modo. Para empezar, nos pueden recordar una condición mortal, una pobreza radical que nunca debimos olvidar. Tras una superficie algo furiosa, Pontes co diaño defiende una espiritualidad común que espera en todas las orillas. Sólo tenemos que dejar que se abra una grieta en nuestro imperio radiante y que el silencio hable de nuevo. La naturaleza, incluso bajo el cielo de nuestras grandes urbes, sigue siendo un templo. Es una lástima que hoy tengamos pocos órganos para percibir esa enormidad.