Home Arpa Puesto ya un pie en el estribo… (Fragmentos de diario II)

Puesto ya un pie en el estribo… (Fragmentos de diario II)

Me siento respirar. Supongo, pues, que vivo, a falta de mejor cosa que hacer. Toca esperar agazapado en mis propias pulsaciones, que me ofrecen lejanas noticias ¿de mi cuerpo? (16-12-2014).

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Decir Te quiero tiene un problema: y es que ya lo hemos dicho. (15-1-2015).

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Esa extraña dignidad que como seres humanos nos asignamos. La que nos llega a través de una terrible evolución con todas sus matanzas, hasta desembocar en una conciencia, aún minoritaria, que es capaz de amar y de albergar pensamientos y sentimientos sublimes… (3-3-2015).

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Un dejarse llevar. Un instinto de muerte. Sentimiento liberador de movimiento que ha de conducirte hasta donde tienes forzosamente que desembocar, para que la unidad de tu vida se complete. (8-3-2015).

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La sensación frustrante de ser alguien a medio hacer. Alguien que nunca ha llevado las cosas hasta el final. Nunca. Tampoco en el terreno de los afectos. Alguien que jamás terminó de hacer del todo aquello que, con un mínimo de audacia, podría haber llevado a cabo; y que ha hecho de este continuo querer y no poder una forma un tanto reptante y clandestina de vivir. (9-3-2015).

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Pasó a nuestro lado como una brisa infernal, removiendo la placidez del momento. Era joven, de aspecto agraciado; y podría serlo más, si no fuera por ese evidente derrumbe concentrado en una barba descuidada y en unos ojos que miraban al vacío. Un ser encapsulado en su propia degradación. Una degradación que le aislaba del bullicio de quienes disfrutábamos de la tarde-noche primaveral en aquella terraza madrileña de Atocha. La que le marcaba sus pasos sumamente inseguros y le hacía alzar los brazos a medio camino del pecho. Se miraba obsesivamente los dedos de las manos, como si en ellos estuviese la solución de ese problema que le había llevado a tal situación de soledad extrema. Absolutamente desconectado de lo humano, aquel joven ya envejecido desentonaba notablemente en el marco de relajación general por donde irrumpía desde otra realidad. Mirarlo desconcertaba, porque era la prueba más palpable de lo que no funciona y dejamos que pase hasta que el espacio, vacío ya de expresiones perdidas, ocupe su lugar, evitándonos, así, hacernos preguntas que podrían atentar contra nuestro instinto de autoprotección. (8-4-2015).

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¿La razón? Un modesto agente dedicado a regular el tráfico de emociones y sentimientos que son propios de la condición humana. Y a veces ese tráfico es tan intenso, que el agente que lo regula se ve desbordado y tiene que apartarse, para esquivar las avalanchas que se le vienen encima. Lo cual explicaría bien la situación de nuestro pobre y desquiciado mundo, en nuestra época y en todas las épocas. (9-4-2015).

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Lo malo que tiene la Historia es que acaba haciéndonos a todos muy mayores. Y no sólo en el plano personal. Un chaval de 15 años que empieza a vivir contempla ya la realidad con ojos envejecidos, porque arrastra el desengaño de todos los mitos y utopías arrumbados de las anteriores generaciones. Es generacionalmente viejo, aunque no lo sepa y se crea lo contrario. (9-5-2015).

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Muere Pedro Zerolo, poco menos que en olor de santidad. Está ocurriendo con Zerolo lo que ya ocurrió con Suárez. En España, el político, normalmente desprestigiado en vida, es elevado a los altares del reconocimiento patrio cuando tiene el acierto de morirse. (10-6-2015).

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Amanecer en piel contigo. Un ascenso gozoso de puro amor en piel. (19-6-2015).

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Una sonrisa tan abierta, que muestra en dentadura todo su carácter carnívoro. (22-6-2015).

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Maquiavelo para tiempos revueltos como los que vivimos. “… el pueblo, engañado por una falsa apariencia de bien, desea muchas veces su propia ruina”. Y: “… los hombres desean novedades, y tan deseosos de cosas nuevas se muestran los que están bien como los que están mal, pues (…) los hombres se cansan del bien y se lamentan del mal”. ¡Los viejos rockeros de la Ciencia Política! Por algo son clásicos. Encaja con estas afirmaciones lapidarias de Maquiavelo la afirmación brutal de Karen Armstrong, estudiosa de las religiones, que, en entrevista recogida por Babelia del pasado día 20, asegura: “Una de las cosas que más motiva a las guerras es el aburrimiento”. (23-6-2015).

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Los obreros no tienen patria, escribió Marx en el Manifiesto Comunista. Se le olvidó añadir que, precisamente por eso, la buscaron con ahínco desde el comienzo mismo de su conciencia de clase explotada. Y no cejaron hasta hacerse un hueco en las únicas patrias disponibles, las naciones creadas por la burguesía. Había una lógica aplastante en el hecho de que las luchas por la igualdad condujeran al movimiento obrero por la senda de un aburguesamiento necesario. El ansia de igualdad empujaba a los sindicatos y a los partidos obreros a querer formar parte de la propiedad de los burgos. Y en cierto modo, y a lo largo de décadas, lo fueron consiguiendo. Tal es el origen de la crisis de la socialdemocracia: haber conseguido una parte importante de sus objetivos, con el bienestar que ello conlleva (y que no se desea compartir con los de peor suerte, los inmigrantes, por ejemplo). Queda por saber si la socialdemocracia ha acabado muriendo de éxito o si, por el contrario, dispone aún de reservas teóricas y apoyos prácticos para seguir marcándose nuevas metas creíbles en el presente y futuro inmediatos; y en un tiempo, además, marcado por la omnipotencia de los mercados financieros y por el fantasma de una crisis permanente del sistema capitalista, que es, paradójicamente, lo que lo hace más fuerte, por el miedo que inocula en amplias mayorías sociales a perderlo todo. Por eso, la tendencia a refugiarse dentro de los caparazones nacionales es el arma de mayor eficacia con que cuenta la economía global para perpetuarse. ¿Por cuánto tiempo? No se sabe, pero, mientras dure, los amos del dinero podrán decir “Después de mí, el diluvio”. (11-7-2015).

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¿Hasta cuándo voy a seguir ocultándome en una maleza de palabras, para evitar aquellas que podrían definitivamente descubrirme? (26-7-2015).

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Aferrado a mis 65 años, a escasos días de cumplir los 66. Como quien se aferra a la cornisa colgando del vacío, sin poder evitar que los dedos se le vayan deslizando por el agarradero antes de caer definitivamente por los inevitables sumideros del tiempo. Si hoy me muriese, figuraría en la esquela mortuoria con 65 años y sería un año más joven de lo que voy a ser en el curso de unos pocos días. La cosa tiene su ironía. (4-8-2015).

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Creo que fue François Villon (tendré que mirarlo) quien escribió, y cito de memoria, que Siempre se nace demasiado pronto. Hoy, 66 años. (14-8-2015).

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Lo que nos conmueve de la mirada de un perro: tal vez ese candor que, como humanos, la inteligencia nos ha hecho perder. Ese candor efusivo que, en nuestros mejores momentos, se nos desborda por los ojos. (17-8-2015).

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Mi cuerpo, ¿un simple artefacto para reproducir rutinas previsibles? ¿Y qué más? (19-8-2015).

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¡Hay tantas causas nobles que defender! ¡Y tantas cosas de las que indignarse! ¡Y tantas de las que reírse a mandíbula batiente! La indignación y la risa de la mano, en sólido equilibrio. (25-8-2015).

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Un niño sirio extrañamente muerto en una playa de Turquía. Extrañamente muerto, porque su cuerpecillo inerte conserva todo el relajamiento de un niño cuando duerme. Si trucáramos la foto, de forma que la arena de la playa junto al agua se transformara en una cuna, la criatura podría asemejarse a un niño plácidamente dormido. Pero, no. Está muerto. Y ése es precisamente el escándalo que nos remueve las entrañas cuando vemos la foto en todos y cada uno de los periódicos que caen en nuestras manos: que estamos ante un niño muy reconocible, que podría ser hijo nuestro; por el que podríamos sentir –y de hecho sentimos, aun viéndole muerto– la misma ternura que experimentamos cuando le miramos entregado al sueño. Y es la dulzura que aún exhala ese pequeño cuerpo sin vida lo que vuelve la escena más insoportable. Parece dormidito, pero está muerto. Como si no lo hubiéramos acunado con toda la solicitud que merecía. Como si se nos hubiera caído de las manos por no haberlo sabido cuidar. Como si el sueño eterno, en cuyos brazos ha terminado cayendo, le hubiera proporcionado la compasión que no pudo recibir en su brevísima vida. Le trajeron al mundo para nada, al nacer en el lado incorrecto de la realidad. Y abortaron, ¿abortamos?, su vida antes de tiempo. Tal vez haya alcanzado la paz que le negamos. Y ahora (en otra instantánea) lo vemos tranquilito, relajado, muerto, en brazos de un policía turco, su último contacto humano, que le mira consternado; con la consternación del padre que probablemente sea. (2-9-2015).

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Nos estamos cargando el empleo y la vida cívica de la gente. Nos estamos cargando el medio ambiente, las relaciones personales, el lenguaje, la cultura. Y todo como consecuencia de estar en manos de un Producto Interior cada vez más Bruto. (15-10-2015).

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Nunca se es más gozosamente consciente del hecho de vivir que cuando se celebra la vida al filo del precipicio. ¿Será por eso por lo que sentimos tal fascinación recurrente por las aventuras bélicas? Eso de vivir peligrosamente, como antídoto contra el aburrimiento, con las ventajas que implica: por un lado, el calorcillo que da la solidaridad del combatiente; por el otro, la alegría por ser tú, y no tu camarada de armas, el que sobrevive. Y, en último término, la nostalgia por la paz que se ha perdido. Una nostalgia que sólo se puede sentir cuando se vive el horror de las trincheras. (22-10-2015).

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La lógica, una invención contra la realidad. Como la de Dios. El intento poético de que la palabra acabe dominando lo salvaje que está en la esencia de la vida. ¿En la idea de buscar a la vida una unidad que no tiene? (20-12-2015).

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¿Escribir para no pensar? ¿Y qué ocurre si se escribe precisamente sobre lo que se piensa, especialmente sobre eso que nos coloniza la mente fijándonos una obsesión malsana? Pues que, en realidad, nos sometemos a una especie de cura de pensamiento; esto es, sacarnos el pensamiento de donde podría pudrirse y acabar pudriéndonos y arrojarlo fuera de uno mismo. (27-12-2015).

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La verdad de la vida me exige ser joven, pero resulta que no lo soy. Ésta es la gran contradicción en que empiezo a encontrarme. (11-2-2016).

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Se confunde con demasiada frecuencia amar con amasar; como si colocáramos una Sociedad Anónima en medio del verbo, para impedir que nuestra necesidad afectiva nos derribe. De este modo, nos empeñamos en amasar caricias, sensaciones, afectos… que creemos merecer, sin que tengamos que agradecerlos, haciéndonos cargo previamente de nuestra radical, y esencial, indigencia. (18-2-2016).

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Ser humano al completo: desde los pies al sueño. (29-3-2016).

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La gran contradicción: sentir impulsos de joven cuando te sabes viejo. Como si todavía hicieras cosas que, dada tu edad, te estarían vedadas. Como si muchas de las cosas que haces o sientes o deseas fueran más artificiales que naturales. De algún modo, la sensación de actuar como un impostor. (4-4-2016).

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Derecho a la vida y Ganarse la vida. Dos conceptos contradictorios, porque se anulan entre ellos. No hay ni puede haber un derecho incondicional y garantizado a la vida, si previamente nos la tenemos que ganar. ¿Y quien no lo consigue? (11-7-2016).

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Ciudad del hombre, de José María Fonollosa (Edhasa). Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo poesía. La de Fonollosa es amarga y luminosa al mismo tiempo. Una luz como un destello de cuchillo. Soy de su cofradía poética. (19-9-2016).

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El idiota que tarde o temprano acabaremos siendo. El idiota que no queremos llegar a ser. O el personaje que nos construyamos y nos permita seguir viviendo con la dignidad que atribuimos a lo humano. Toda la coraza de literatura que nos protege y nos permite escapar del Yo aterrorizado ante la muerte que somos en nuestra radical desnudez. (16-10-2016).

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Me aburro. ¿Y si lo pienso? Mi aburrimiento en reflexión, conmigo. (22-10-2016).

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La memoria que se le guarda en Cuba a Fidel Castro es la que se corresponde, sobre todo, con la imagen de una persona joven. Las fotografías y documentales del guerrillero de Sierra Maestra, de poco más de treinta años; del revolucionario audaz y determinado, con el atrevimiento y la rebeldía de quien se muestra dispuesto a cambiar las cosas, antes de que las cosas acaben cubriéndole el cuerpo de llagas; de quien parecía augurar un futuro libertario, que acabó quedándose en una triste dictadura como tantas otras. Un Fidel Castro joven, al comienzo de su andadura revolucionaria, exhalando todo el frescor de lo nuevo (o lo aparentemente nuevo). No se recuerda al Fidel Castro que acaba, sino al que empieza. Aunque lo cierto es que aquél al que se recuerda haya sido viejo la mayor parte de su vida como dictador, contaminando de vejez el país que ha gobernado a su antojo. Y es el joven de treintaypocos años el que predomina en los carteles, y no el de cincuenta, sesenta, setenta, ochenta y noventa años que acabó cumpliendo. ¿Tal vez porque la verdad de la vida se halla en la juventud? ¿O porque determinadas acciones heroicas que dejan huella sólo pueden llevarse a cabo por quienes son jóvenes? Pienso, por ejemplo, en la juventud de nuestro Cristo crucificado, la que tenía Fidel Castro en Sierra Maestra. Y pienso, igualmente, en que las fotografías que muestran al Che Guevara asesinado guardan mayor atractivo, dignidad e incluso poder de seducción que la patética figura del Fidel Castro vivo de los últimos años. (29-11-2016).

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Nunca ves lo que dejas a la espalda mientras caminas. Caminamos con la costumbre de mirar al frente, aunque intuyamos que lo que dejamos atrás no es precisamente agradable. Nos consolamos con la coartada de que no podemos verlo. Caminamos siempre de espaldas a la realidad. (15-12-2016).

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Momentos en que el tiempo bate palmas. Cuando sales del escombro nocturno y el viento vuelve de nuevo a dibujarte, más allá de tu propia definición. El viento de esta mañana en que vas a por el pan y con tus años viejos estrenas la calle de ayer que es la de hoy. Y se te ventilan por el cuerpo sentimientos nuevos que, por ser los últimos serán los primeros, abriéndote nuevos trabajos de juventud inédita. (13-2-2017).

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Para lo que quiero y puedo hacer, estoy en el mejor momento de mi vida. (21-2-2017).

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Ese momento del día (normalmente a media tarde) en que experimentas la desconexión y te ves flotando extraño en un flujo incomprensible de tiempo que no sabes hasta qué punto es tuyo o sólo tiene que ver contigo. Ese momento en que te ves agarrotado por una vejez que no es sólo tu vejez, sino la propia vejez del mundo. No únicamente la vejez que corresponde a tu propio tiempo como ser viviente, sino una vejez de la historia en que te insertas. (24-2-2017).

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Nos asomamos a la vida envueltos en sangre. Venimos de una película de terror. La prolongaremos o compartiremos a lo largo de nuestra propia vida, sea cual sea el espacio, más o menos privilegiado, en que nos toque vivir. (8-3-2017).

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Los cinco sentidos corporales (vista, oído, olfato, gusto y tacto), en cuyo interior horneamos otros sentidos más intangibles, pero no menos reales: el sentido del ridículo, el de la decencia, el de la compasión, el de la belleza, el de la alegría de vivir… (11-4-2017).

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Ese lento deterioro que se me instala muy adentro, coincidiendo con el declinar del día. El palpitar descontrolado del corazón. Me siento pulsaciones, años, tiempo, permanencia, prolongación, cansancio. Como si el tiempo se me cansara dentro del cuerpo. (4-5-2017).

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Escribir. Un arañazo a la desesperada, en el intento de retener la vida que se te escurre por entre los dedos. Querer fijar la vida por el ejercicio inútil de contarla, incorporando en el relato la distorsión de lo que has vivido, creándote leyenda. (2-9-2017).

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¿Mi identidad? Un cuerpo que limita con el miedo. (8-10-2017).

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La vida en la vejez: un plato que se degusta en salsa de melancolía. (1-11-2017).

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El sentimiento sobrecogedor de la inminencia de la muerte, cuando se integra en la cadena de tus actos más cotidianos. Ahora, hoy, te toca ir a dormir; después, un día de éstos, te tocará morirte, siguiendo la misma rutina con que te pones el pijama para meterte en la cama. (6-11-2017).

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Con una niña muy pequeña en los brazos y una sensación de ternura que rezumaba de todos los poros de mi cuerpo. Empieza a ser un sueño bastante recurrente: el de acunar entre los brazos a un bebé. ¿Tal vez añorando al padre manifiestamente mejorable que pude haber sido? (5-12-2017).

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Me moriré de tanto ser Javier Arteta. (14-2-2018).

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No es lo mismo decir “no quiero morir”, que decir “quiero seguir viviendo”; por lo mismo que no es igual el miedo a la muerte que el amor a la vida. (14-3-2018).

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Vivir, escribir, poetizar, ¿transhumanar?… En resumen, Elvira Sastre. Estoy leyendo sus poesías (Baluarte, Valparaíso Ediciones). Veo en ellas el don de quien sabe escribir con palabras que bailan. De quien es capaz de decir, con sencillez deslumbrante: “Te echo tanto de menos que en mi reloj aún es ayer”. Porque la cuestión es ésta: después de todo lo que se ha escrito sobre el amor, ¿se puede decir algo más? Elvira Sastre puede. Por ejemplo: “A ti podría decirte/ que para mí/ cualquier lugar/ es mi casa/ si eres tú/ quien me abre/ la puerta”; porque “a mí me gusta acabar los poemas/ con el verbo perfecto/, ese que empieza en un papel/ y acaba en tu boca”. Y puede, Elvira Sastre, escribir como quien vive, amarrada a la palabra, para crear la ilusión de que se está viviendo y la vida es de verdad. “Escribo, escribo, escribo/. No dejo de escribir./ No quiero morir./ (Y es que aquí dentro solo late un pensamiento:/ ¿qué será de mí cuando descubra/ que las palabras también son mentira?”. ¿Escribir, pues, para tratar de olvidarnos en la medida de lo vitalmente posible? (23-2-2019).

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El olvido es el novio machista de la vida. (18-5-2019).

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Afortunadamente, Pablo Ibar va a seguir con vida. Así lo ha decidido el jurado popular (o su falta de unanimidad). Seguirá entre rejas hasta el resto de su vida, pero seguirá con vida. Supongo que, desde ahora, se palpará el cuerpo como un regalo precioso. De algún modo, ha estrenado un cuerpo que ha estado a punto de perder. (24-5-2019).

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Lo que soy y lo que me gustaría ser. La vida que llevo y la que preferiría llevar. Mis preocupaciones y prioridades personales y las que podría tener, si disfrutara de una ética de mayor alcance… Desajustes íntimos que necesitarían otros tantos heterónimos, para que me fueran organizando en diálogo, o en trifulca, permanente. (29-8-2019).

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Elena, a mi lado, está leyendo Homo deus, de Yuval Noah Harari. Ha apuntado su definición de algoritmo: “¡Algoritmo! Un conjunto metódico de pasos que pueda utilizarse para efectuar cálculos, resolver problemas y tomar decisiones”. Me pregunto, entonces, si un buen poema podría ser el algoritmo adecuado para dar respuesta a mi yo más problemático. Me lo pregunto, porque, en el momento en que Elena me informa de esta definición, yo estoy leyendo una antología poética de Luis García Montero (Una melancolía optimista, de Visor). Y estoy leyendo esto precisamente:

“A través de los siglos,/ saltando por encima de todas las catástrofes,/ por encima de títulos y fechas,/ las palabras retornan al mundo de los vivos/ preguntan por su casa./ Ya sé que no es eterna la poesía,/ pero sabe cambiar junto a nosotros,/ aparecer vestida con vaqueros,/ apoyarse en el hombre que se inventa un amor/ y que sufre de amor/ cuando está solo”. El invento poético de un amor, ¿no podría ser un algoritmo perfecto para resolver la situación de la soledad humana? (8-10-2019).

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Creo recordar que estaba preparando mis últimos trámites antes de morirme. Lo último de todo era meterme en la cama para dormir; pero, mientras lo hacía, me preguntaba inquieto, y con una pizca de terror, cómo sería eso de despertar muerto. Si me daría cuenta, al despertar, de que estaba muerto. (20-11-2019).

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¡Qué abandonados tengo mis diarios! ¡En qué abandono me estoy dejando! (5-12-2019).

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7,30 de la tarde. Dentro de media hora me pondré a aplaudir en la ventana. Y ya me empiezo a preguntar con cierto hartazgo hasta cuándo. Al final, todo esto está empezando a ser tan aburridamente litúrgico como una misa. Y cuando, una vez más, oigo el Resistiré dichoso mientras aplaudo, me parece estar escuchando algo así como “¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!”. Los ritos, sobre todo si son civiles, deben tener siempre su medida de tiempo, a riesgo, en caso contrario, de quedar inevitablemente devaluados. El de los aplausos tuvo su razón de ser, y su impacto, en los primeros días de la crisis, cuando los hospitales estaban desbordados y había que mostrar una solidaridad necesaria con los trabajadores sanitarios. Pero, ¿ahora? Tengo mis dudas. (23-4-2020).

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El lenguaje apresurado y como a medio vestir de los días de la pandemia. Los pacientes sospechosos de tener el virus. El enfermo como sospechoso. ¿La culpa del perdedor? ¿Y qué es eso de la inmunidad de rebaño, que tanto recuerda a ese rebaño de ovejas que abría los Tiempos modernos, de Chaplin? ¿No han conseguido inventar algo más piadoso para referirse a los seres humanos en cuanto sociedad? Inmunidad colectiva, por ejemplo. (10-5-2020).

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La historia hasta el presente: un larguísimo crimen de lesa humanidad. (24-7-2020).

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La lectura de Consuelo de la filosofía, de Boecio me ha dejado alguna pregunta por el cuerpo. No deja de admirarme esa capacidad de quien, dedicado en vida al ejercicio del pensamiento, decide en sus últimos días, y en pura coherencia consigo mismo, que sea el pensamiento el que lo acompañe y consuele. Parece claro que fue librarse de la angustia y el terror ante lo que le esperaba lo que le impulsó a Boecio a escribir su obra más reconocida. Ahora bien, me pregunto, ¿quedó consolado, no mientras lo escribía, sino tras haber puesto punto final a su obra? ¿Qué pasó a partir de entonces? ¿Se desprendió Boecio del terror a la muerte que le aguardaba? ¿Pudo, al menos, enfrentarse a ella con la entereza que traslucen las últimas páginas que escribió en vida? ¿Le acompañaron al suplicio el día mismo en que le sacaron de la celda para ser decapitado? (26-1-2021).

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La diferencia entre contar la historia y vocearla. Me temo que quien arde en una de tantas hogueras que la historia nos ha proporcionado es quien mejor la entiende en todo su inaguantable salvajismo. Los gritos de sus víctimas son la única manera decente de definirla. ¿Qué es la historia? Eso: el aullido de quienes, en primera línea, prueban, y comprueban, sus horrores. (13-2-2021).

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Cada vez más perdido entre todas mis identidades superpuestas. Las que me llaman por mi nombre falso, siendo un don nadie, si tengo que ser algo que pueda mencionarse. (5-6-2021).

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