De Fernando Pessoa, ¿se puede decir todavía algo nuevo? Siempre, no obstante, conviene recordar que su figura, su magna obra, es un caso único en la literatura, no sólo portuguesa, no sólo ibérica, sino mundial. Pessoa no es un grandísimo autor más, sino, en sí mismo, una ejemplar constelación literaria. Creó un conjunto apreciable de poetas heterónimos, dotados con estilos que mucho diferían entre sí. Los más célebres son Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. En otras escrituras en prosa también se valió de estas invenciones, siendo muy destacado el heterónimo-filósofo António Mora, que escribe sobre las civilizaciones religiosas. Pessoa se consideraba neopagano aunque reconocía que del cristianismo es muy difícil librarse. En 1988, el poeta y traductor español Ángel Crespo compiló los escritos de António Mora, que exhiben asimismo el diálogo con los famosos poetas heterónimos, en un volumen al que Crespo puso por título El regreso de los dioses. Pessoa desarrollaba su obra en prosa más que nada en hojas sueltas, las que luego los estudiosos, como Crespo, han reunido bajo una honda enseña temática. Los heterónimos de Pessoa, además de mostrar un estilo particular cada uno de ellos, están dotados de una biografía diferenciadora.
Lo interesantísimo en Pessoa es lo siguiente: De sus heterónimos poéticos, el maestro de todos fue Alberto Caeiro. Según la biografía que le atribuye Pessoa, nació el 16 de abril de 1889, en Lisboa. Fue huérfano de padre y madre, no tuvo profesión ni apenas estudios. Vivió gran parte de su vida, austera y delicada, en la región de Ribatejo, en la finca de una tía abuela. Allí escribió El Guardador de Rebaños y después El Pastor Amoroso. Regresó en el final de su breve vida a Lisboa, donde escribió Los Poemas Inconjuntos antes de morir de tuberculosis en 1915, cuando sólo contaba 26 años.
Él mismo cuenta, en resumen, cómo nacieron sus tres importantes poetas heterónimos: “Un día se me ocurrió gastarle una broma al compañero poeta Mário de Sá-Carneiro: inventar un poeta bucólico bastante complicado a quien presentaría con algún atisbo de realidad que he olvidado desde entonces. Pasé unos días tratando en vano de visualizar a este poeta. Cuando por fin me di por vencido, era el 8 de marzo de 1914, me situé frente a una cómoda alta, tomé un trozo de papel y comencé a escribir de pie, como hago siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas de una vez, en una especie de éxtasis que soy incapaz de describir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro igual. Comencé con un título, El Guardador de Rebaños, apareciendo en mí alguien a quien instantáneamente nombré Alberto Caeiro. Disculpad lo absurdo de esta afirmación: mi maestro había aparecido en mí. Eso fue lo que sentí inmediatamente, y tan fuerte fue la sensación que, tan pronto como se escribieron esos treinta y tantos poemas, agarré una hoja de papel nueva y escribí, de nuevo, todos a la vez, los seis poemas que constituyen Lluvia inclinada por Fernando Pessoa. Todo a la vez y con total concentración. Una vez que apareció Alberto Caeiro, instintiva e inconscientemente intenté encontrar discípulos para él. Del falso paganismo de Caeiro extraje al latente Ricardo Reis, descubriendo finalmente su nombre y ajustándolo a su verdadero ser, porque ahora realmente lo vi. Y luego, un nuevo individuo, todo lo contrario de Ricardo Reis, repentina e impetuosamente vino a mí. En una corriente ininterrumpida, sin interrupciones ni correcciones, la oda cuyo nombre es Oda Triunfal, del hombre cuyo nombre no es otro que Álvaro de Campos, emitida desde mi máquina de escribir.” De forma que, asombrosamente, el poeta ortónimo, es decir, el que crea la impresionante fábula, es nada menos que discípulo del heterónimo Caeiro; o sea, que la poesía del ciudadano Fernando Pessoa (en portugués el vocablo “pessoa” significa “persona” en español, lo que viene muy al pelo, el desdoblarse una persona inconfundible en distintas personalidades), depende de un poeta enteramente inventado por él.
Fernando Pessoa no sólo fue creador de poemas y de escritos varios, filosóficos, como ya hemos mencionado, sino que fue también un experto conocedor de las ciencias ocultas. Hace año y pico apareció una compilación de los escritos ocultistas de Pessoa en la editorial zaragozana Pregunta, en una espléndida edición de David Francisco, codirector, junto a Reyes Guillén, de esta editorial. El título de este volumen es El camino de la serpiente, con un amplio y sustancioso prólogo del editor: “La palabra, veneno ofídico”, encabezado por esta sugerente cita pessoana: “No busques ni creas: todo está oculto”. En este texto tan completo de David Francisco se insiste en asociar, argumentándolos muy bien, los escritos ocultistas pessoanos con la insistente concepción religiosa de su autor. Francisco muestra una cita de la gran estudiosa portuguesa de la poesía de Pessoa, Teresa Rita Lopes, donde esta crítica afirma, con mucho tino, resaltando la personalidad contradictoria del lisboeta, que “Pessoa es un místico que quiere creer, pero descree por tentación y por principio. Su espíritu religioso lo impulsa a creer, pero el pensador lo pone todo en duda”. Ésa es la clave del razonamiento de este gran poeta portugués.
Pessoa tuvo relación con Alister Crowley, un, como anota David Francisco, “mago, escritor y místico inglés, líder de la Ordo Templi Orientis. Se hacía llamar ‘la Gran Bestia’, y sus actividades y publicaciones causaban fuertes escándalos en la prensa de la época”. Pessoa lee un horóscopo de Crowley realizado por el propio Crowley. “Como soy astrólogo –subraya Pessoa- estudié atentamente este horóscopo”, y considera que el horóscopo está equivocado, escribiendo una carta a la editorial donde se había publicado para que comunicara a Crowley su dictamen, quien agradeció a Pessoa su indicación prometiendo ir a visitarle a Lisboa. Lo que a Pessoa le dio cierta “cosa”, debido a la polémica creada por este personaje. El inglés declaraba, a este respecto, que viajó a Lisboa “para establecer en dicha ciudad uno de los cuarteles generales de la Orden [Ordo Templi Orientis], bajo el mando de don Fernando Pessoa”. Fernando Pessoa se portó como un buen anfitrión, conversando mucho y jugando con él al ajedrez, ambos buenos aficionados a este juego tan cargado de simbolismo. La desaparición de Crowley de Lisboa es conocida, tramando un suicidio fingido en los acantilados de la Boca del Infierno en Cascais, cuando en realidad había cruzado tranquilamente la frontera hispano-portuguesa por Extremadura.
En el libro, además de textos asumidos por el ortónimo Fernando Pessoa, hay otros firmados por heterónimos, como Raphael Baldaya, el heterónimo ocultista y astrólogo, António Mora y Alexander Search. Pessoa remacha, con reproche, la dependencia del cristianismo en relación con el paganismo, asunto tan visible de comprobar aún hoy. Así, declara: “En su esencia, el cristianismo es un paganismo esotérico. En su desvirtuación, el cristianismo es un judaísmo degenerado; en forma exterior católica, el cristianismo es un Imperio romano subyugado.” En cuanto a Dios, alambicadamente escribe que “Cualquiera de nosotros cree que existe, pero para Dios no existimos sino como parte de él, y esto es no existir en absoluto; así, Dios cree existir y no existe.”
En enero de 1945 España no estaba para muchas vanguardias. No había aún finalizado la Segunda Guerra Mundial y la victoria en la guerra civil de las tropas nacionalistas , comandadas por el general Franco, que impuso al país una severa represión y una obligada ideología nacional-católica, estaba aún muy cercana. Sin embargo, en esa tan poco oportuna fecha apareció dentro de nuestras fronteras el movimiento, plenamente vanguardista, denominado el Postismo. Fue fundado por una jefatura tricéfala formada por Eduardo Chicharro (1905-1964), Carlos Edmundo de Ory (1923-2010), madrileño el primero y gaditano el segundo, y el florentino Silvano Sernesi (1923-2001). Las dos revistas que editó el movimiento, Postismo y La Cerbatana, fueron financiadas con las 5.000 pesetas que aportó el padre de Sernesi, director del Banco di Lavoro italiano, exiliado en España por motivos de la guerra europea. Esas 5.000 pesetas, como graciosamente declaraba Ory, dieron también para “taxis y torteles”. Enseguida se incorporaron al Postismo otros tres miembros: los poetas españoles Ángel Crespo (1926-1995), Gabino-Alejandro Carriedo (1923-1981) y Félix Casanova de Ayala (1915-1990). A este núcleo se puede añadir las figuras de la italiana Nanda Papiri (1911-1999), pintora, esposa de Chicharro, y Francisco Nieva (1927-2016), el luego afamado autor teatral que entonces sólo era pintor y que tuvo un intenso contacto con los postistas al nacer la vanguardia.
El Postismo quiso aglutinar en su seno estético las esencias de toda vanguardia. Una seña muy definitoria, en este sentido, es que el nombre que lo define carece de lexema, de un vocablo significativo, poseyendo sólo un prefijo (post-) y un sufijo (-ismo): lo que viene después de todos los ismos. El Postismo publicó tres manifiestos y redactó cuatro. El primero, impreso en la revista Postismo, es un largo texto teórico arquitectónico e impecable, firmado únicamente por Eduardo Chicharro. Según enuncia este manifiesto, el Postismo tiene calefacción común con el surrealismo, pero desdeña la escritura automática surrealista, abogando por unas considerables reglas técnicas con el objeto de crear belleza: “El Postismo es el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros en sincronía directa o indirecta (memoria) con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio la imaginación, exaltada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación de la belleza o la belleza misma, contenida en normas técnicas rígidamente controladas y de índole tal que ninguna clase de prejuicios o miramientos cívicos, históricos o académicos puedan cohibir el impulso imaginativo.” Por ello, no rechaza la tradición (es más, considera la tradición como base de la vanguardia), siendo copiosa en la producción de estos poetas, sobre todo en la de Chicharro, la existencia de sonetos, de romances, de metros canónicos, de rimas. El paradigma de la poesía postista está realizado en la colección de romances escritos conjuntamente por Chicharro y por Ory Las patitas de la sombra. El Postismo se definió con el lema de “la locura inventada”, defendiendo vivamente la imaginación.
Los prebostes de la cultura del régimen franquista, hallando en el Postismo un tono desenfadado, que podía venir muy bien para contrarrestar esa fama nefasta de cultura rigurosa y prohibitiva, en principio dieron apoyo a la vanguardia, entonando ladinamente en los despachos oficiales la exclamación “¡Viva el Postismo!”, aunque pronto se dieron cuenta que Postismo estaba relacionado con Surrealismo, y Surrealismo con comunismo. Así que el Postismo comprobó que le habían cortado las alas, y la ingrata consecuencia fue que el nombre del movimiento fue prohibido, de forma que la segunda entrega de su revista ya no se pudo llamar Postismo, sino La Cerbatana. Su duración temporal fue muy corta, a pesar de ser muy activa, ya que la situación, como dijimos, no estaba para vanguardias.
Como Eduardo Chicharro es un creador hoy, desafortunadamente, semi-olvidado, se dice en algunos círculos que el más nombrado Carlos Edmundo de Ory fue el inventor absoluto del Postismo. Y esto no es cierto. La idea del postismo la llevaba en la cabeza Chicharro desde hacía años. La mitad de la vida de Eduardo Chicharro transcurrió en Roma. Allí se casó con Nanda Papiri (con la que siempre hablaba en italiano), allí nacieron sus dos hijos, Toni y Lilla, la hija mayor, que vive en Ávila, donde está enterrada su madre. Allí trabajó y residió mucho tiempo en la Academia de España en Roma, situada en el monte Janículo, primero viviendo con la familia, pues su padre, el recordado pintor modernista Eduardo Chicharro Agüera, fue durante años, lustros, director de esta institución, y luego ya como pensionado como pintor, siendo director de la Academia Ramón del Valle-Inclán. Allí coincidió con el pintor manchego Gregorio Prieto, y entre los dos realizaron una serie de fotomontajes fotográficos que ya exhibían la denominación Postismo. Valle-Inclán, en la puerta, veía a los dos jóvenes y se decía: “¡Ahí van esos dos locazos!”
Chicharro vuelve a Madrid. Estuvo muy unido a su padre, quien le hizo varios retratos. Se inclina a la poesía pero no deja de pintar. Incluso la familia tenía no malos ingresos extras, pues Chicharro era un buen retratista y le surgen encargos. Da finas charlas, incomprensibles para la época, y sobre todo para la Censura imperante, en Radio Nacional, y es profesor de Pedagogía del Dibujo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Discípulos suyos son varios de los luego muy afamados artistas españoles, como Antonio López, Amalia Avia, Lucio Muñoz, etc., que admiraron mucho al maestro.
A final del año pasado, la editorial Libros del Innombrable, zaragozana también como la referida Pregunta, publicó unas exquisitas memorias, Memorias del niño Toni, escritas por el hijo de Chicharro, Antonio Chicharro Papiri, quien ciñe sus recuerdos exclusivamente a su padre, haciendo máxima justicia a su encomiable labor. Habla de la original actividad de Eduardo Chicharro, comentando, por ejemplo, sus charlas radiofónicas: “Los temas eran de lo más diverso, pues alcanzaban desde comentarios filosóficos sobre el transcurso de la vida, pasando por el papel de los sombreros femeninos en las fiestas de la alta sociedad, hasta el funesto resultado del Real Madrid en una de sus noches más desafortunadas.” El hijo es, desde muy pequeño, una especie de secretario del padre, una gran ayuda del creador: “Conozco bien los temas sobre los que escribía porque yo era su escribano” en una máquina de escribir de la marca Remington, “lejos de las modestas Hispano-Olivetti”.
En un momento dado, parece que los antiguos compañeros postistas se olvidan un poco de él. La verdad es que estaban, o lejos de Madrid y, sobre todo, dedicados a otras cosas. Antonio Chicharro Papiri destaca en varios trechos del libro la gratitud de Francisco Nieva hacia Chicharro: “Chicharro representaba en su época un lujo que España no se podía permitir”. Recuerdo que cuando yo leí las memorias de Francisco Nieva, Las cosas como fueron, se me quedaron grabadas sus palabras cuando escribe, humildemente, que si su obra tiene algún mérito literario, ello se debe exclusivamente al magisterio de Eduardo Chicharro. En el entierro del poeta, Ángel Crespo, que publicó la primera edición de poemas de Chicharro, pues él no había publicado libro en vida, afirmaba que su figura “Se irá ampliando con el tiempo y las futuras generaciones lo estudiarán como maestro indiscutible del Postismo.”
Para finalizar, una muestra de su poesía, cargada siempre de fineza y precisión:
“Pido yo desde aquí que sea respetada mi última voluntad que digo desde ahora: / que nadie asista a mis estertores y boqueadas, / que nadie de mi familia ni de nadie me vea en esa mezquina disposición, / que nadie me lave ni me vista ni me desnude ni me toque, / que entren por mí a oscuras y que me tapen con el trapo más inverosímil y que me envuelvan en él, / envolviendo en él mi mayor vergüenza, / mi más ridícula postura de gran desvalido, / y que me entierren en un cajón barato y me lleven al cementerio de noche, secretamente, / que me entierren según disponen en lo estricto los reglamentos religiosos y cívicos / y que no se me ponga lápida, / y que se esconda la noticia con evasivas y pretextos durante el mayor tiempo posible, / y que se hable de una cosa ya muerta lo menos que sea dado a entender. / Que me recuerden de vivo, pero sin pensar si morí o no morí, / y sin decir pobre ni pibre.”