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Puñetazos a la sombra de una palmera

 

Hay países que se ponen de moda. Panamá es uno de eso. El impresionante crecimiento macroeconómico, la migración de inversores extranjeros y su carácter de paraíso fiscal (que-oficialmente-no-lo-es) han provocado que en los últimos tiempos Panamá se haya puesto de moda.

 

Los que van a hacer negocios o a provechar playas y selvas no suelen leer periódicos locales, ni se involucran en casi nada de lo que acontece en el país. En el caso de los gringos que tienen segunda (casi primera) vivienda en Panamá, nada de nada: la mayoría ni habla español ni tiene interés en entenderlo. Mientras le garanticen la tan cacareada «seguridad jurídica» a ellos les importa cinco si el país se desangra a la sombra de una de las palmeras que hace de poster turístico.

 

Si hacemos una encuesta, a la mayoría le suena Panamá por el Canal, por una invasión que ocurrió alguna vez y seguro que por algún capítulo de Españoles por el Mundo -el mundo, tristemente, se ha convertido en un sketch de televisión donde un camarero de Badajoz, el dueño de un hotelito de lujo de Cuenca y una delegada de EFE de Valencia nos enseñan como es un país que no es el suyo-.

 

Pero Panamá se está yendo al carajo. El gobierno controla los tres poderes del Estado y acaba de obviar las negociaciones de años para reformar el Código Electoral para modificarlo a su antojo y garantizar así el control del poder y de sus goteras. La aprobación de estas reformas, pendientes de sanción por el presidente-millonario-grosero Ricardo Martinelli, ha provocado puñetazos y una profundización de la grieta social que ya era grande en el país.

 

Los manifestantes que fueron a las puertas del parlamento a apoyar el cambio de Código propuesto por el oficialismo reconocían no saber a qué iban. «Espero instrucciones de la coordinadora», decía una pobre mujer pobre utilizada. Los que protestaban contra el ‘curulazo’ oficial estaban en parte defendiendo los intereses de dos de los capos de la oposición. 

 

Los panameños y panameñas están huérfanos de políticos y la situación se complicará más conforme se acerquen los comicios presidenciales de 2014. Para esa fecha, la precaria política panameña estará en coma y el país estará destrozado por múltples proyectos inmobiliarios y de infraestructura pública cuya viabilidad es dudosa -y cuya rentabilidad para los inversores y corruptos es cuantiosa-. Sólo hay que esperar que los puñetazos no se queden cortos y que las tentaciones autoritarias no se traduzcan en mayores violaciones de los derechos humanos de las que ya se está produciendo. Reconozco que no soy optimista. ¿Alguien lo puede ser?

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