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Brújula“¿Qué alboroto es este?”. La fabricación de Lita Cabellut

“¿Qué alboroto es este?”. La fabricación de Lita Cabellut

Esto es verdaderamente un “disparate”. El pasado 29 de octubre se inauguró en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con presencia estelar de la reina Letizia, el ministro de Cultura, Ernest Urtasun y dos embajadores –de España en Países Bajos y viceversa–, la exposición Goya x Lita Cabellut. Los Disparates. Con semejante acompañamiento es comprensible que muchos medios de comunicación, incluida la televisión pública, se hiciesen eco del evento. Pero seguramente no habría hecho falta tanta institucionalidad para conseguir ese amplio despliegue porque esos medios adoran, con insensato ardor, a esta artista. Les da igual si su trabajo es bueno o malo  porque lo que les seduce es el personaje y la circunstancia que la hace excepcional: “la pintora española más cotizada”. Todo un clickbait.

Normalmente no prestaría atención a ningún artista seguidor del “estilo” en el que ella ha encontrado su filón: realismo con mucha cocinilla y completamente privado de contenido, aplicado a figuras monumentales muy decoradas y muy decorativas. Gusta a amplios sectores del público y tiene su mercado: hay decenas de galerías en España (y miles en el mundo) que hacen buen negocio con ello, mientras que la crítica, los comisarios y los museos los ignoran. Son dos mundos paralelos. Pero el caso Lita Cabellut, especialmente tras esta exposición que colma el vaso, merece un comentario que explique el tinglado montado en torno a ella y que ponga en evidencia de una vez la falsedad de este prestigio, aunque no vaya a servir para que los fans dejen de serlo. Ya hizo un arrojado envite el galerista y comisario Nacho Ruiz, sin demasiado éxito. Parafraseando a Goya –no en los Disparates sino en los Desastres, de los que tomo también el título de este artículo–, ‘Clamores en vano’.

No voy a reproducir la historia de la desgraciada niñez de Cabellut porque de tanto corearla produce ya náuseas. Pero sí les recordaré que al poco de hacerse famosa en España, en torno a 2015, una de sus hermanas hizo unas declaraciones en las que negaba que fueran de etnia gitana, que su madre ejerciera la prostitución y que Manolita fuese una niña de la calle. Ella, aunque acusa con gran enfado a no sé quién de haber dado publicidad por primera vez a estas vivencias que le habría confiado secretamente, ha contado la historia mil veces y con algunas variantes. Yo tengo una favorita, que me ha hecho reír a carcajadas. En una entrevista de tono sonrojante la periodista arranca señalando con asombro un supuesto parecido. “Mientras ella habla y yo la miro, es como mirar a los ojos de Pablo Picasso. Había notado la similitud antes en las fotos: su postura, ojos brillantes, líneas en la frente y alrededor de las comisuras de la boca, la nariz. Son casi idénticos. Y como su madre nunca le dijo quién es su padre…”. Se lo insinúa a Cabellut y ella deja la posibilidad en el aire: “El director de un museo de Arlés, que conocía bien a Picasso, llegó a decir que tenemos los mismos gestos. A veces la gente me pregunta si realmente no quiero certezas. Pero no quiero eso. Si supiera con certeza que él es mi padre ya no podría crear ni moverme libremente”.

Tras ser criada por una familia de adopción se fue a estudiar a la Gerrit Rietveld Academie en Ámsterdam, pero no obtuvo ningún título porque el retraso del examinador final la sacó de quicio y se largó de allí. Atiendan a que este énfasis en el carácter vivo –español, gitano– es uno de los rasgos del personaje que nos venden. Lo que la mayoría de artículos no cuentan es que, tras un viaje aventurero por África a cuyo término contrajo la malaria, recaló en Tarragona y estuvo viviendo durante cuatro años en Falset. Después de eso volvió a los Países Bajos y no se sabe muy bien qué hizo hasta que se manifestó como “artista emergente” en 2006, a los 45 años.

Nadie la conocía, pero a través de un marchante libanés, según cuenta ella, se interesó por su obra el francés Gilles Dyan, que es propietario de Opera Gallery, una multinacional con dieciséis sedes fundada hace tres décadas en Singapur. Dyan basa sus ganancias en el mercado secundario, pero representa a un conjunto de artistas vivos de escaso relieve cuyas obras vende a elevados precios gracias a que su clientela, acostumbrada a pagar muy fuerte por las figuras históricas, puede hacer sin despeinarse desembolsos menos enormes. El modelo que ha seguido sería el de la galería Marlborough, pero sin el pasado esplendor de esta; significativamente, la directora de Opera Gallery en Madrid, Belén Herrera, trabajó durante muchos años en la sede de esa otra multinacional en la ciudad, llegando a dirigirla.

Dyan, que se dedicó al marketing durante diez años antes de lanzarse al negocio del arte, tiene una estrategia, que él mismo ha revelado sin ningún problema: lo fundamental es instalarse en una zona donde haya tiendas de marcas de lujo. Y, así, en Madrid, donde abrió galería en la primavera del año pasado, eligió un local muy grande a pie de calle en la zona más cara de la calle Serrano, donde no hay ni una sola galería con la que hacer piña para atraer visitantes y posibles compradores; cosa que le importará poco, porque el circuito en el que se inserta es otro. No pertenece a la asociación de galerías de la capital, ArteMadrid, ni a la nacional, el Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo. De su marginalidad respecto al mercado top del arte da idea el hecho de que –siendo una empresa que debería poder pagar los altos precios del metro cuadrado en ellas– esté ausente de las ferias más importantes, como Art Basel, Frieze, FIAC, The Armory Show, Art Cologne o, en el segmento del arte menos actual, TEFAF. Ni siquiera ha sido admitida en ARCO, lo que provocó la cólera de uno de los artistas españoles a los que representa, Manolo Valdés (también comercializan las herencias de Antonio Saura y Juan Genovés).

No hay manera de encontrar un currículo de Cabellut que incluya todas sus exposiciones en galerías y museos: suele presentar una “selección” en la que intercala las individuales y las colectivas, como hacen los artistas con poca trayectoria, y en la que se entremezclan actividades no expositivas. Pero cruzando unos y otros listados veo que apenas ha expuesto en otras galerías que no sean Opera y que todas están en esos circuitos al margen de la validación curatorial[1]. ¿No había expuesto en ninguna galería española antes de hacerlo en Opera Madrid? Resulta que sí, aunque esta información se excluya desde hace mucho de su CV: en 2013 le organizó una muestra The Red Penguin Gallery, que una pareja de holandeses había abierto en la sección de decoración de El Corte Inglés de Marbella.

En el currículo de un artista se da mucha importancia a los museos y colecciones que han adquirido sus obras. Opera Gallery habrá vendido muchísimas piezas de Lita Cabellut, pero no ha conseguido “colocarlas bien”. No hay ni un solo museo de importancia, aquí o fuera, que tenga algo suyo. Y todas las colecciones que la incluyen son privadas o corporativas, poco o nada conocidas, ni una sola pública[2].

En España solo atesoran sus obras dos de las instituciones en las que ha expuesto: el Museo Goya Colección IberCaja en Zaragoza y la Fundación Vilacasas en Barcelona.

Pasemos a las exposiciones realizadas en museos, que serían decenas en artistas con verdadero peso en la escena internacional. Dejando al margen sus colectivas, pocas e irrelevantes, sus individuales se cuentan con los dedos de las manos. Fuera de España, le han dado cancha sobre todo en instituciones modestas de su país de acogida. La primera que menciona tuvo lugar en 2012 (con 46 años) en el centro cultural Tricot, en Winterswijk. A partir de ahí ha expuesto en el mencionado Het Noordbrabants Museum, en el Museum Jam van der Togt en Amstelveen –especializado en la artesanía del vidrio– y en un pequeño museo botánico, el Museum Zwarte Tulp (del tulipán negro) en Lisse. Jamás ha entrado su trabajo en los más destacados museos y centros de arte contemporáneo neerlandeses: el Stedelijk Museum, De Appel, el Kunstmuseum Den Haag o el Museum Boijmans van Beuningen. Y no se molesten en bucear en las hemerotecas de los periódicos de mayor tirada allí: nada en De TelegraaphNU.nl y NRC.nl; solo la mencionan de pasada en artículos sobre dos concursos de televisión a los que luego haré referencia y De Volkskrant publicó un reportaje sobre su casa.

Cuando veamos que cuenta con varias muestras en países asiáticos no nos debemos dejar impresionar. Al indagar mínimamente vemos que esas exposiciones se han celebrado en un hotel de lujo en Tokyo, en un centro comercial de Pekín (Raffles City), en una escuela de arte en Nueva Delhi y, esta sí, en un museo bonito en Bombay, el CSMVS –aunque solo durante dos semanas–, las dos últimas vinculadas a una especie de festival cultural/deportivo/gastronómico paralelo a una misión oficial y comercial de los Países Bajos a India.

En España su primer valedor fue el empresario farmacéutico Antoni Vila Casas, que le compró un par de obras y le abrió en dos ocasiones las salas que gestiona su fundación, en 2013 y en 2017. Ese mismo año, el extinto MAC Gas Natural Fenosa en A Coruña le dedicó una muestra grande, comisariada por el profesor y crítico de arte Xosé Antón Castro, y en 2019 la recibieron con alharacas en Zaragoza con motivo de su exposición en el Museo Goya Colección Ibercaja, cuyo comisario, casi homónimo al anterior, fue el periodista y escritor Antón Castro. Finalmente, el Ayuntamiento de Jerez le cedió las salas de los Claustros de Santo Domingo para mostrar su obra junto a la de una nieta de Charles Chaplin, con arropamiento de la comisaria Semíramis González. Casi todo privado y en conjunto muy poca cosa.

Lo que sí parece incontestable es que los cuadros de Lita Cabellut se venden a precios absurdamente caros, y es cierto que estuvo algún año entre los 500 artistas más vendidos, según Artprice. Ya no aparece en ese listado, que tampoco es que sea muy fiable y que si demuestra algo es lo tonto que puede llegar a ser el mercado: el puesto de Cabellut como español/a que, inconcebiblemente, coloca en otros lares sus obras a precio de oro lo ocupa ahora Javier Calleja. Las de ella rondan los 30.000 o 40.000 euros en galerías, pero en subastas superaron los 100.000 en tres ocasiones, entre 2012 y 2014, cuando Cabellut subió en el ranking del mercado gracias a esas ventas excepcionales que no han vuelto a repetirse pero que le dejaron pegada la etiqueta de “pintora española más cotizada”. Cuando en una ocasión le preguntaron sobre la más alta cotización que había alcanzado en una puja, aventuró: “A lo mejor es un (Charles) Chaplin, que tienen muy buena salida”. Y tanto. Durante muchos años, la estrategia comercial de Cabellut ha sido retratar a personajes universalmente conocidos y admirados, a los que sus coleccionistas querrían parecerse, o que les tocan la fibra. Chaplin, desde luego, pero también Coco Chanel, Frida Kahlo, Janis Joplin, Madame Curie, Pablo Neruda, Camarón de la Isla, Marilyn Monroe, Ana Frank, Billie Holiday, Federico García Lorca… Pero tiene otra línea de trabajo que es bastante recurrente en los realistas: fisonomías que impresionan, desclasados, muy muy tristes, con deformaciones, gesticulantes… Ha “retratado” además a los personajes de Don Quijote de La Mancha, de Bodas de sangre…

Lo que no puedo creer es que, como se afirmaba en otra de tantas entrevistas, “recibe cada semana en su casa a coleccionistas que llegan en aviones privados de todos los rincones del planeta y eligen sus obras como piezas centrales para sus grandes casas, de Australia a la costa oeste de Estados Unidos”. Todo alrededor de ella es hiperbólico. Lo propicia ella misma cuando dice cosas como: “En mi estudio me convierto en una salvaje. Trabajo con el lienzo sobre una mesa, en horizontal. Soy una atleta de corta distancia, explosiva como un puma. Entro en un delirio del que a veces no soy consciente”. Y el periodista da fe: “Se mueve frenéticamente como en una danza tribal alrededor del cuadro”.

Esa casa, en La Haya, ante la que los coleccionistas hacen cola, es una factoría. Trabajan con ella cuatro de sus cinco hijos, dos de los cuales participan en la elaboración de las obras, sobre todo en las tareas de “cocina”. El grado de intervención de la firmante es variable, y depende fundamentalmente del interés que le inspiren los personajes que pinta. “¿Es de Lita, es de su hijo? No, es una pieza a la que se hemos dado la libertad de que ella misma crezca y se acomode como quiera”. Tiene un asistente general, una manager, una representante y “una responsable de todos los temas de producción”, que es su hija, además de fotógrafo, modelos, el transportista… “Es un proceso muy dinámico, con muchísima actividad y necesito otras manos: ‘cógelo, enróscalo, aguántalo, que le voy a dar cuatro patadas, tráeme la pintura negra, la brocha ancha’”.

En uno de los vídeos promocionales de la actual exposición se desvela el proceso de trabajo en esa fábrica de cuadros. Antes de hacerse famosa, Lita Cabellut practicaba una figuración expresionista de formas deshechas y tono grotesco, bastante torpe, que cuando salen a subasta rara vez superan los 5.000 euros. Pero en algún momento, hacia 2010, empezó a usar fotografías como base de sus obras y es cuando empezó a vender bien, en coincidencia con el salto a temas más amables y al retrato de celebrities. Lleva a su estudio a modelos profesionales, contratados a menudo por medio de agencias, y disfraza a cada uno para crear el personaje en cuestión (para la serie sobre los Disparates, con ropajes que parecen confeccionados ad hoc). Lita “pinta” entonces sobre el individuo de carne y hueso, que adopta la pose que ella le indica para que un fotógrafo fije esas “composiciones”. Es como una estilista en un reportaje de moda. Siguiendo sus instrucciones, sus ayudantes habrán creado una base pictórica, muy matérica y muy pesada, sobre la que de alguna manera —esta fase se encubre en las filmaciones de su trabajo en el estudio, que se centran en los gestos pictóricos más explosivos— se hace una transferencia de la imagen fotográfica. A mí me da igual que un artista no sepa dibujar al estilo académico pero sepan los admiradores del hiperrealismo que ella no traza las figuras en sus cuadros: lo que hace es añadir toques de pintura sobre las fotografías, con brocha, spray, espátula… y luego lo arruga todo para generar sus famosos “craquelados”, introduciendo un componente performativo que pretende dar a la obra un aire contemporáneo.

Aunque no van a encontrar un solo artículo de crítica que se ocupe de manera seria de analizar su trabajo –solo en sus catálogos, previo pago, han escrito profesionales de este sector– a la prensa, como antes decía, le resulta muy atractivo el personaje, que “vende muy bien” no solo sus obras. Y, así, buena parte de las distinciones que ha ido sumando las ha recibido de medios de comunicación o gracias a ellos, a menudo asociadas a acciones de marketing de empresas externas o de esos propios medios. Mucho cobranding.

En 2018 la revista Fuera de Serie, “para los amantes del lujo y la buena vida”, la nombró “Personaje del Año”. En 2019 obtuvo el premio al artista más influyente del magazine Fashion&Arts, distribuido por La Vanguardia, un periódico que el año pasado le entregó uno de los premios con que celebraba su 142 (¿?) aniversario. También recibió ese año uno de los Harper’s Bazaar Actitud 43 –una promoción a dúo de esa revista con Licor 43– y el reconocimiento Excelente en el Ámbito Cultural, que es un invento del Congreso Internacional de Excelencia avalado por la Comunidad de Madrid y patrocinado por un montón de empresas. En 2023 la revista femenina Telva le concedió su Premio a las Artes y, en 2024, fue reconocida como Influyente por El Confidencial y el despacho de abogados Herbert Smith Freehills. Lo habitual en este tipo de galardones es que no haya jurado o no se revelen los nombres de sus miembros. Lo que importa es que los perfiles de los galardonados encajen con los targets identificados en esas acciones publicitarias.

Incluso el título de Artista del Año (2021) en los Países Bajos –que concede una fundación cuyos fines giran en torno a la organización de la Semana Nacional del Arte– está vinculado al predicamento de Cabellut en el terreno mediático. Podría resultar en principio sorprendente su elección, a través de un procedimiento que incluye rondas de votación popular –esto es clave– y de especialistas. Pero es que en el tiempo en el que se produjeron las votaciones se estaban emitiendo en televisión dos programas reality/concurso en los que ella actuaba como profesora y jueza: Dream School y Project Rembrandt.

Todas las anteriores distinciones son cosa menor y no incrementan en absoluto su prestigio como artista, aunque sí su visibilidad. Pero hay otras dos que denotan una falta de criterio muy preocupante en sendas instituciones de gran importancia. De un lado, el Instituto Cervantes ofreció en 2022 a Cabellut uno de sus espacios en la Caja de las Letras. A notar: el director, Luis García Montero, había escrito un texto sobre Lorca para la edición de Artika Books de Bodas de sangre, con ilustraciones de ella, y fue ese libro el que metió en la caja, junto a sus botas de trabajo (muy Van Gogh). De otro, la Universidad de Barcelona la ha investido en 2024 doctora honoris causa junto a Juan Antonio Bayona, Núria Espert y Jaume Plensa. Alguien debería dar explicaciones.

Pero lo más grave es lo de ahora: Lita Cabellut en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Siendo cierto que su presupuesto no le da para grandes producciones expositivas propias y que suele mirar con buenos ojos las que le llegan “llave en mano” y con las facturas pagadas, con esta exposición la institución toca fondo. La Academia pinta cada vez menos en los debates estéticos, pero aún así deberíamos exigirle mayor rigor en la elección de los proyectos que acoge. ¿Cómo ha llegado este aquí? El comisario de la exposición es Eloy Martínez de la Pera, que lo había sido de otras dos con las que los académicos se prestaban a esos eventos promocionales/mediáticos a los que me refería antes: los Tributos Telva a Paco Rabanne (2017) y a Nati Abascal (2018). Martínez de la Pera, politólogo y abogado, se ha especializado en el comisariado de exposiciones de moda a secas o moda y artes visuales, que ha llevado a algunos espacios prominentes, como el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, el Círculo de Bellas Artes o el Museo Nacional del Romanticismo. Pensé que era imposible que Cabellut le pareciera de verdad una gran artista, pero alguien que le conoce me dice que sí, que es sincero en esto, y tras saber que ha sido también valedor del actor-pintor Jordi Mollá ya no me extraña tanto.

No sé quién habrá corrido con los costes de la operación ni quién se quedará con la caja –se cobra entrada a la exposición, seis euros– porque la Academia, pese a ser una institución fuertemente subvencionada con dinero público, no brilla por su transparencia y no publica cuentas ni contratos ni convenios. En la nota de prensa se agradece el “apoyo” de Telefónica, que alguna parte sustancial del presupuesto habrá costeado. Esto es una suposición, pero me parece muy plausible que la persona que haya facilitado ese patrocinio sea Javier Santiso, uno de los mayores paladines de Cabellut. Se presenta en su web personal modestamente como poeta y editor, pero es un pez muy muy gordo en la gestión de fondos de inversión. Durante cinco años fue director del área de startups y venture capital de Telefónica, mano a mano con José María Álvarez-Pallete, actual presidente de la compañía. Y aparece como “benefactor” de la Academia, por lo que no excluyo que haya podido contribuir dinerariamente al  proyecto. Por otra parte, he sabido que Alicia Koplowitz (Omega Capital) posee obras de la pintora (¡!) y tiene buena relación con Santiso. Y ella es aquí Académica de Honor.

Javier y Lita son almas gemelas. Hace unos años dedicó todo un poemario, Antes de que venga la noche, a la vida y a las pinturas de la artista y después han publicado otros dos en colaboración (textos de él, ilustraciones de ella): El sabor a sangre no se me quita de la voz, sobre Camarón de la Isla, y (A)mar. Santiso, por cierto, firma un texto en el catálogo de la exposición en la Academia. Los autores de los otros son el comisario, Tomás Marco (director de la institución), Javier Blas (subdelegado de la Calcografía Nacional), Fernando Castro Flórez (crítico de arte que presentó la última muestra de la Cabellut en Opera Gallery), Ángeles González Sinde (cineasta y presidenta del patronato del Museo Reina Sofía, cuya participación no puedo explicarme), Aloma Rodríguez (escritora e hija de Antón Castro, comisario, como apunté, de dos exposiciones de la artista) y Virginia Villalobos (¡su representante!).

Ignoro cuáles son los gustos de la reina Letizia en materia artística. Nada la obligaba a dar con su presencia el gran espaldarazo a Cabellut. Imagino que alguno de estos poderosos amigos habrá hecho alguna llamada. Al pobre ministro Urtasun le requerirían para acompañar a la soberana.

¿Y la exposición? Cuadros de gran tamaño en grisalla, con toneladas de materia encima y figuras sin mayor sentido, o esculturas como de túnel del terror, que versionan bastante literalmente las composiciones en las estampas… todo en una atmósfera tenebrosa y teatral. Yo veo esas figuras y me parecen escapadas de la “unidad contenedora” de los Cazafantasmas. Pero ella no tenía más remedio que dar a luz estas obras: el propio Goya le había pedido que se convirtiera en su altavoz.

El caniche color canela de Lita Cabellut se llama Goya.

Notas

[1] No las conocerán pero las menciono por si les quieren echar un ojo: Bill Lowe Gallery (Atlanta), Galerie Günther Zulauf (Freinsheim), Galerie Kai Dikhas (Berlín), Galerie Terminus (Múnich), Art of the World (Houston), Smith Davidson Gallery (Ámsterdam) y MPV Gallery (Oisterwijk).

[2] —El Museo Arte Contemporanea en Catania, un pequeño museo privado de arte figurativo en un monasterio de benedictinas, con artistas terribles, en el que ella presume de haber expuesto en 2015 (en realidad era una colectiva de obras de la colección, sin más).
—El Théâtre Mogador en París, que es, como su nombre indica, un teatro. Al parecer custodia una magra colección de Pop Art.
—La colección Copelouzos en Atenas, que ha organizado un timo de grandes dimensiones, denunciado por alguna víctima, consistente en pedir a pintores de todas partes y de medio pelo que les regalen para su “museo” –la sede de la empresa familiar– un lienzo de 35 x 35 cm, a cambio de su exposición allí y su reproducción en un libro. Me puedo equivocar, pero apostaría a que su obra de Cabellut es de ese tipo.
—The RAK Art Foundation, otra colección particular, mantenida en Baréin por Rashid Al Khalifa, miembro de la familia real del emirato y artista, que tiene allí mismo su estudio. A juzgar por el listado de colegas con obras en su haber es un buen cliente de Opera Gallery, que le organizó una exposición en 2021.
—The Joop & Janine VandenEnde Foundation, una ONG de los propietarios de Stage Entertainment, poderosa productora teatral que tiene rama en España y que ha traído aquí muchos de los grandes musicales que triunfan en el mundo, tipo El rey león y Aladdin. Janine es fan de Lita Cabellut desde hace muchos años y le habrá comprado bastantes obras. También le ofreció hacer en la sede de la fundación una exposición.
—La Renschdael Art Foundation, que gestiona la colección de Paul van Rensch, de quien solo he podido averiguar que se dedica al negocio inmobiliario y que debe de ser muy rico. Es el principal patrocinador del Het Noordbrabants Museum en Hertogenbosch, donde organiza exposiciones de artistas de su colección (¡ejem!). En 2013, pagó la exposición de Lita Cabellut en dicho museo.
—Finalmente, se afirma en su CV que hay obra suya en The Fendi Collection. Será cierto, pero no lo he podido verificar. Tampoco que, como se ha publicado aquí y allá, le hayan comprado cuadros el chef Gordon Ramsay –se supone que The Times reveló el dato, pero en su hemeroteca el nombre de Cabellut no aparece ni una vez– o los actores Hugh Jackman y Halle Berry. No me parece imposible. Otros pintores espantosos han hecho allí el agosto, como Domingo Zapata.

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