¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?, cantaba Aguaviva en tiempos del franquismo, una época remota. Acabo de escribirlo y, sin necesidad de levantar la vista hacia la figurilla africana que me regaló Aurelio San Juan en Bukavu, el trofeo que ganó mi padre a bordo del Chuvias y representa un velero con el palo y la mayor quebrados o el retrato de Franz Kafka que me acompaña desde la adolescencia, me acabo de dar cuenta de que hoy es 18 de julio.
Pienso en Aguaviva mientras repaso la portada y la contraportada del International New York Times y me pregunto ¿qué dicen los periódicos españoles de hoy? Lo primero que hice esta mañana nada más levantarme en Alcalá la Real fue preguntarle a la recepcionista del hotel Torrepalma dónde había un kiosco de prensa. Me dijo que en el parque, Avenida de Andalucía arriba. Estaban los servicios de limpieza adecentando la ciudad tras la primera noche de la 19ª edición de Etnosur. No me entiendo con el quiosquero y su hija (parecía su hija): primero porque me dio la impresión de que podía entrar para ver qué periódicos había. Enseguida se soliviantaron. Como si albergara malévolas intenciones. Entonces di la vuelta a la garita e intenté abrir la ventana sobre la colección de cabeceras para hacerme una idea de la oferta. El gesto acabó de enojarles. ¿Cómo se atreve el forastero? Entonces le pregunté qué periódicos locales tenía. Empezó a enumerar los diarios de Madrid. Costó sacarle la información. Cuando llegamos a un acuerdo (me llevé cuatro) ni siquiera eso les mejoró el gesto. Hubieran preferido no venderme nada. No sé si la cercanía de los trasnochados hippies acampando en el parque les tenía con la mosca tras la oreja, pues no parecen los mansos antisistema grandes consumidores de noticias, al menos en este formato que parece condenado a muerte o, algo peor, la irrelevancia.
Solo al llegar a Madrid me pude hacer con un ejemplar del International New York Times. En portada, bajo una gran fotografía (obra de Basil Childers) del Dona Liberta (rebautizado Sea Pearl) en las turbulentas aguas de África Occidental, ilustraba de forma impecable un reportaje escrito por Ian Urbina sobre los demasiados crímenes que se cometen en alta mar. Debajo de la foto que dominaba la primera página de un periódico que sigue entendiendo como ninguno por estos pagos (¿dónde están los aprendices de John Morris?) cómo han de hablarse texto e imagen, había otra de David George Mndolwa, un polizón que fue obligado a abandonar el Dona Liberta a punta de cuchillo junto a otro fugitivo africano en una improvisada balsa de fortuna construida con bidones vacíos y una tabla. Pensó que le había llegado su hora. Su rostro (retratado por Ed Ou) es el del espanto cuando recuerda que se salvó de milagro. En la página 6, completa (no olvidemos que el Times sigue siendo un periódico tipo sábana) continúa la historia. En ninguno de los cinco periódicos en papel que leí este 18 de julio (en casa me habían comprado La Vanguardia) había ninguna historia que se pareciera, ni por interés, ni por extensión, ni por hondura, ni por originalidad, ni por calidad, ni por la potencia de las fotografías, a la que encabezaba el periódico de Nueva York. No era la única. En la contra, otra vez a toda página, había otra que tampoco tenía este sábado parangón con nuestros queridos, necesitados, periódicos: la del empeño en rescatar el viejo arte del telar y la confección de saris y otras prendas preciosas en la ciudad sagrada de Varanasi, a orillas del Ganges, en el estado indio de Uttar Pradesh. El reportaje, escrito por Shivani Vora, con maravillosas fotografías de Poras Chaudhary, figuraba bajo el epígrafe de Viaje de fin de semana. Pero es muy difícil encontrar en nuestras cabeceras (tan obsesionadas con la micropolítica, y tan dadas a la mezcla de opinión e información, con textos a menudo tan previsibles y tan breves como repetitivos en su espectro de intereses) crónicas de esa extensión en las que se mezcla lo desconocido con lo interesante, el comercio con la economía, el arte con la filantropía, la incitación al viaje con el conocimiento. No es que no lo haya, pero no con la frecuencia necesaria para que regresen los lectores que (con la inestimable ayuda de nuestro afán por suicidarnos regalando en internet lo que vendemos en el kiosco) nos han abandonado, y lo siguen haciendo. Admito mi debilidad por un periódico que leía con devoción cada mañana (por supuesto en papel) cuando era corresponsal de ABC en Nueva York. Lo echo de menos. Porque me gustaba (como haré con las imágenes del Dona Liberta y David George Mndolwa) recortar las fotografías para pegarlas en uno de mis cuadernos cuadriculados forrados con papel de estraza azul.
Escribe Reyes Mate en La piedra desechada (editado por Trotta): «No podemos exigir responsabilidades en lo tocante al origen de las desigualdades puesto que escapan a la voluntad del hombre. Sí podemos y debemos intervenir con el fin de evitar que las desigualdades de origen se mantengan o reproduzcan».