Nace en 1956 en Carolina del Sur, hijo de padres médicos. Estudia Bioquímica y Filosofía, se especializa en lógica matemática, cursa después un master en escritura creativa. Ha escrito más de treinta libros de asuntos enormemente variados y llega a España de la mano de la editorial De Conatus para presentarnos su última novela, Cuánto azul.
Como es natural, comienzo agradeciendo a la editorial su publicación, al autor su presencia –ha volado desde Los Ángeles para estar aquí– y quiero darle las gracias también al traductor, Javier Calvo. La traducción literaria es una profesión poco valorada y mal remunerada; un trabajo que requiere una enorme dosis de amor por la profesión.
A estas alturas de mi vida he leído muchos libros y una de las conclusiones a las que he llegado –por simplista que pueda parecer– es que basta con leer la primera frase de una novela para saber si es buena, para emitir un juicio en uno u otro sentido. Hasta ahora me ha funcionado.
Si me permiten les voy a leer la primera frase del libro que nos ocupa. Enigmática tal vez, pero certera, ya que condensa toda la obra:
“Empezaré por las dimensiones, como debe ser. Un amigo mío matemático me dijo una vez, o quizá dos, que las dimensiones hacen referencia a la estructura constituyente de todo espacio, y a su relación con el tiempo”.
Esta definición sirve para explicar la novela. Tenemos la dimensión CASA, la dimensión PARÍS y la dimensión 1979. Se trata de los hilos narrativos que sostienen esta obra; los sucesos y aventuras que le ocurren al protagonista, Kevin Pace, en distintos lugares y momentos de su vida.
CASA sucede en el presente, el presente del libro, el año 2009, y el lugar es su casa de Nueva Inglaterra donde reside con su esposa y sus dos hijos.
PARÍS ocurre diez años antes, el protagonista tiene entonces 46 años y se relata su aventura amorosa con una veinteañera.
1979 transcurre en El Salvador cuando está a punto de estallar la guerra civil. El protagonista tiene entonces 26 años.
Kevin acude a este país atendiendo los ruegos de su amigo Richard, que quiere encontrar a su hermano, un bala perdida. Esta última dimensión funciona como un thriller apasionante que mantiene en vilo al lector hasta el último momento.
Tenemos entonces una estructura multi-temporal y multi-espacial que sirve al autor para reflexionar sobre el tiempo y cómo éste nos afecta.
También confiere al libro de un dinamismo muy gratificante. Hablo de una novela entretenida y de fácil lectura que podría estar en la mesilla de noche de cualquiera de nosotros.
Cuánto azul se desarrolla alrededor de los secretos. Tenemos muchos, pero no tengo intención de relatarles más que uno. El protagonista, Kevin Pace, es artista y expone sus obras con regularidad (ese es el motivo de su viaje a París), pero hay un lienzo que se niega a compartir con nadie, y menos aún con sus seres queridos.
Dice Kevin: “la pintura era mía, solo mía y quería que así fuera. Que tuviera un significado únicamente para mí”.
El artista defiende su intimidad con uñas y dientes. El lienzo que esconde a las miradas ajenas es en tonos azules, color por el que siente cierta animadversión y que apenas utiliza. Precisamente por esto es un secreto.
Cito: “Su aversión al azul era producto del miedo y ese miedo era producto de la falta de conocimiento”.
Podría teorizar sobre esta frase, pero no lo voy a hacer. Señalar simplemente que el inconsciente suele influir en nuestras manías a ciertos colores. Cuando Kevin habla de su faceta como pintor abstracto, a la hora de enfrentarse al lienzo destaca, creo, dos aspectos. Uno sería el encuentro consigo mismo, el reconocimiento de un impulso interior que nace de lo más profundo de su alma. Por otro lado, su relación con los colores merece de nuevo otra cita:
“Los colores y sus nombres están en todas partes, sobre todas las cosas. Todos los colores significan algo, aunque no sé el qué, y tampoco lo diría si lo supiera. Sus nombres son más descriptivos que su presencia, ya que su presencia no necesita describir nada, y de hecho no describe nada”.
Esta frase puede ser discutible, pero es muy significativa ya que nos da el tono de lo que vamos a leer. La formación filosófica de Percival Everett y, en concreto, su pasión por la filosofía del lenguaje la transfiere a su novela. A Everett le gusta jugar con las palabras y sabe que estas pueden admitir distintos significados.
Pero no se confundan, el tono de esta novela es todo menos pedante. Reitero mi afirmación anterior de que esta novela se lee con facilidad. Les adelanto que los diálogos no tienen desperdicio. Disfrútenlos porque son un prodigio de ingenio donde abunda el humor y el absurdo. Para Everett aceptar el absurdo de una situación es aceptar la humanidad de la misma.
Acabo de decir que al autor le gusta jugar con las palabras y muy a menudo parece decir una cosa y su contrario al mismo tiempo.
Escuchen:
“Cuesta conciliar el hecho de que las ilusiones sean una realidad física con el conocimiento de que la realidad lo es todo menos real. Todo lo que voy a contar es verdad, pero no tengo ni idea de lo que es la verdad. Llego a mi ignorancia con sinceridad. La percepción empieza y termina en el mismo punto neurológico del espacio”.
De nuevo podemos no estar de acuerdo con que las ilusiones sean una realidad física, pero en cualquier caso las ilusiones son una realidad. Coincido respecto al espinoso tema de la verdad, porque ésta puede no ser real. La verdad no es una abstracción filosófica. Más bien es un aspecto central de cómo vivimos a diario y de cómo nos interpretamos a nosotros mismos.
Para resumir, los temas fundamentales que aborda el autor son los secretos, la culpa y el tiempo.
El hecho de mantener un secreto trae consigo cierto sentimiento de culpa.
Permítanme que vuelva a citar:
“Si hubiera tenido la excusa de no entender bien por qué fui allí, quizá la culpa sería menor, quizá esa culpa no me habría acompañado hasta hoy mismo, y quizá no echaría de menos la parte de mí que murió aquel día”.
A Percival Everett no le interesa buscar respuestas, sino formular preguntas. Cada lector es libre de extraer las conclusiones que le plazcan. Cuando leemos una historia solemos cometer el error de preguntarnos por la moral de la misma. La literatura es un arte, no tiene moral. No tiene por qué dar lecciones, el único equipaje que debe llevar el escritor es su honestidad. La torpe formulación con la que crecimos muchos de nosotros cuando estudiábamos: ¿Cuál es la moral de la historia? Aún hoy en día se sigue utilizando como si solo hubiera una respuesta correcta. El arte de la literatura consiste en formular preguntas, no en ofrecer respuestas.
He dejado para el final un asunto difícil que Everett aborda de manera tangencial: el racismo imperante en nuestra sociedad y del que, además, a veces, ni siquiera somos conscientes. No he mencionado que Kevin, el protagonista, es negro y podemos leer algún dialogo incisivo, pero muy divertido, sobre este tema.
Muchas de las obras de Everett abordan el racismo con mucha ironía y cierta dosis de humor.
En Erasure, su novela más exitosa, que se podría traducir por “borrado”, un escritor afroamericano, cansado de que no le publiquen su trabajo, decide escribir una novela parodiando el lenguaje del gueto. De este modo el autor inserta una novela dentro de otra.
El trabajo de Everett no cumple con las expectativas que la industria editorial –manejada en su mayoría por el hombre blanco heterosexual– de lo que debe escribir un afroamericano. A saber, las penalidades de los negros que ocupan el escalafón más bajo de la sociedad.
Cuando se pretende encasillar su obra en el apartado de literatura afroamericana, Percival Everett se pregunta: ¿Hay acaso en las librerías una sección sobre literatura blanca?
He hablado antes de la verdad, concepto escurridizo y, como podría decir Everett, mentiroso. Sin embargo, creo firmemente que, si existe la verdad, esta se halla en la ficción.
Cuánto azul ha sido publicado en España por la editorial De Conatus.