La Tierra y otras escuelas
el blog de Jorge Raedó
Pedro Azara, arquitecto volcado en el estudio de las antiguas civilizaciones, fue mi profesor de Estética en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB), allá en 1990. Cuando fui a la universidad La Sapienza de Roma con una beca Erasmus en 1992-93, le pregunté qué libros me recomendaba leer sobre el Barroco. Recuerdo «Circe y el pavo real. La literatura del barroco en Francia» de Jean Rousset y «La Risa» de Henry Bergson. Sobre todo, «La Risa».
He seguido la investigación de Azara a través de libros imprescindibles como «Castillos en el aire», y exposiciones que marcaron época como «Las casas del alma» en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.
En 2008 le pedí que participara en el proyecto para infancia «¿Qué es Arquitectura?». Él escribió un cuento sobre la condición imaginaria de la arquitectura, o mejor dicho, el origen del hogar en la imaginación. Sólo la narración construye el hogar. Vídeo: https://youtu.be/RaZPEQ4VO8A
Desde que trabajo con infancia tres preguntas enmarcan mi labor: ¿qué es infancia?, ¿qué es arte? (a veces cambio arte por arquitectura), ¿qué es educación?. Cada momento tiene su respuesta según qué proyecto tengo entre manos, en qué país estoy, qué libros leo.
La semana pasada se me ocurrió preguntar a Pedro qué libros clásicos le ayudan a reflexionar sobre qué es el arte. Rápidamente me contestó con una lista de textos. Algunos los he leído, otros no y los buscaré. Por ejemplo «La visión de Dios, o El Icono» de Nicolás de Cusa.
Hace unos días repasé «Tochoocho», el blog de Pedro Azara siempre lleno de reflexiones y material de estudio, y encontré este artículo suyo titulado «¿Qué es el arte?» dedicado a mi persona (https://tochoocho.blogspot.com/2019/08/que-es-el-arte.html). Me sorprendió y quedé agradecido. Aquí lo reproduzco.
«¿Qué es el arte?» de Pedro Azara
Una reciente pregunta y la lectura de Homero y Hesiodo pueden aportar alguna respuesta a esta sempiterna pregunta, que la contemplación de objetos de otras culturas, algunos enigmáticos a nuestra vista, y ciertas obras contemporáneas, a veces indistinguibles o invisibles, suscita. Las respuestas a veces son vanas: el arte es lo que uno quiere que sea.
Se ha dicho, tradicionalmente, que una obra de arte es un símbolo. Originariamente, un símbolo era un objeto que sellaba -y mantenía vivo el recuerdo.- de un acuerdo. Lo certificaba y lo reactualizaba. Dicho objeto se partía cuando el acuerdo entre personas (clanes, tríbus o ciudades, como ocurría en la frontera entre tribus celtas y la república romana en Hispania), quedando cada fragmento en manos de una parte enfrentada. El encaje de cada parte, en caso de un conflicto latente, certificada la existencia de un acuerdo previo que invitaba a rebajar la tensión y evitar la contienda.
Si la obra de arte se entiende como un símbolo, aquélla se concibe como el encaje de una forma material y una idea o contenido. La forma lo traduce y manifiesta. toda vez que el encaje es imperfecto -de manera que forma y contenido puedan permanecer separados-, una obra de arte necesita de constantes interpretaciones para tratar de averiguar qué significa: su significado o contenido siempre es ambiguo o incierto: la forma no logra desplegar con precisión toda la riqueza y complejidad de la idea. Las formas sensibles son insensibles a la potencia, la riqueza de las ideas. Éstas no se dejan expresar enteramente.
Esta lectura de la obra de arte lleva inevitablemente a la noción de imitación, platónica (la imitación es una reproducción fiel de una forma existente, es una imagen), o aristotélica (la imitación reproduce la manera como se estructuran y articulan las formas, obviamente el parecido exterior o aparente). De ahí, que la imitación haya constituido durante siglos la clave del arte en occidente.
Sin embargo, la misma noción griega de símbolo apunta en otra dirección. los textos de Homero y Hesiodo lo corroboran. La obra de arte es un objeto o una acción (que no tiene porque ser mimética). En tanto que acción, la obra de arte «performativa», ritualística, teatral, tiene como fin mantener las relaciones entre dos mundos que encajan mal: el divino y el humanó. En tanto que ofrenda, la obra de arte es un don que mantiene las puertas abiertas hacia lo sobrenatural y permite que los hipotéticos beneficios o bienes de aquel recaigan sobre los humanos. La obra de arte sería un medio de conectar mundos separados.
En el mundo estrictamente humano, la obra de arte era (es) un objeto, un ente que existe para ser intercambiado y atesorado. Un objeto no necesariamente valioso ni técnicamente laborioso o perfecto. Pero un objeto al que se le concede un valor singular: es un presente. Al igual que ocurre con nuestras fiestas (bautizos, bodas, aniversarios…), presididas por la entrega o el intercambio de regalos, al igual que no se concibe una invitación sin la entrega de un un regalo (personal, si es posible), era imposible que dos familias, clanes, tribus o ciudades se encontraran y firmaran o renovaran las paces sin la presencia, la entrega y la aceptación de regalos. Éstos, a su vez, mantenían vivo el recuerdo del encuentro al que habían dado sentido, permitían rememoran encuentros fructíferos.
Una obra de arte es así una creación humana; un objeto o una acción que da sentido a la vida, que la mantiene y la preserva, evitando desencuentros, limando asperezas, logrando el perdón de faltas. Una obra de arte es un mecanismo social. Mantiene -o mejora- la estructura social. Para esto, una obra de arte debe pasar de mano en mano, no pertenece a nadie sino a la colectividad, preservada, entre los encuentros, por una u otra familia o persona que, a poco, la inserta de nuevo entre los contactos necesarios para que los humanos vivamos en paz. Una obra de arte es un mecanismo para apaciguar y lograr que nos sigamos mirando las caras, sin avergonzarnos de nada, ni envalentonarnos. La obra de arte mantiene las formas, y da la medida de lo qué somos.
(Para Jorge Raedó, agradeciendo sus comentarios)