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Mientras tanto¿Qué fue de Baby Albert?

¿Qué fue de Baby Albert?


Quizá lo más claro del debate sea el triunfo de Abascal. Es curioso como los analistas no tienen en cuenta en este caso los detalles más politikoneros, aquellos que nos han enseñado a apreciar con el paso de los años: el atuendo, la postura, la mirada, el tono de voz o las respuestas y las reacciones en el fragor de la contienda. Ayer Abascal, ubicado además por el azar en los medios, se puso a torear de salón. Incluso los rivales parecían asistir al momento con una mezcla de susto y admiración. Era el sentido común con la dosis justa de populismo. Un populismo casi inapreciable. Todo ese populismo sobrante, libre, en stock, lo fueron cogiendo los demás, pero sobre todo Rivera, una lástima (y puede que un problema grave), para desvanecerse como una vieja estrella de Hollywood. ¿Qué fue de Baby Albert? En la otra esquina, era Casado como el hermano mayor, la Joan Crawford de la pareja, quien parecía sufrir más por la deriva de Rivera (a quién desde el principio advirtió con tino de que no se equivocara de bando), antes de activarse con las pelotas que le venían rebotadas de Sánchez. No sé qué fue peor, si no responder a las preguntas que le hacían, las intervenciones desnortadas, de púgil grogui, o los vergonzantes aspavientos con la cabeza baja con los que el presidente reaccionaba a las palabras de sus adversarios. Si lo de Abascal fue rozagante, lo de Sánchez fue rezongante. Si Abascal fue la imagen de la serenidad, Rivera de la desubicación, Casado de la honestidad y Sánchez de la indignidad, Iglesias lo fue del yoga. El mismo hombre que decía emocionarse al ver a una turba apalizar a un policía, anoche se concentraba para refrenarse hasta el punto de contar sus intervenciones por pequeñas prédicas de maharishi. Empezaba de forma apenas audible, como si viniera de un trance, y luego subía el volumen sin perder el tono místico, con esa extraña estética: la corbata colgada de una percha como si alguien se la hubiera quitado, la hubiese lanzado y se le hubiera quedado colgada a él de cualquier manera. A mí me recordó a esas escenas de sexo de las películas en las que la mujer, al final, se pone la camisa del hombre para salir de la cama. Iglesias era como esa mujer, solo que también se puso la corbata. Vaya usted a saber por qué.

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