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Mientras tanto¿Qué hacer con Yoani?

¿Qué hacer con Yoani?


 

¿Qué hacer? Nada. Lo mejor es dejarla en paz y que su espuma desaparezca sola. En este sentido, acaso también este artículo es un simple error. Tal vez incluso, después de todo, ella es buena gente, una mujer estupenda para tomarse unas cañas y hablar -analógicamente- de cualquier otra cosa.

 

Es el colmo de la megalomanía en cualquier caso, de ella o de sus amigos, pensar que en Cuba o en cualquier lugar de América del Sur estar a favor o en contra de Yoani Sánchez otorga no se sabe qué marchamo de legitimidad a alguna causa. Como ella no hace otra cosa que reflejar, con cierta inteligencia, la espuma del momento, pasará cuando esa circunstancia micro-histórica pase. Fíjense si no qué ristra de tópicos desgrana, en este artículo a toda plana de hace poco más de un mes -se transcribe entero más abajo-, para describir el perfil de una adorada juventud entreverada con las mitologías de moda. 

 

El artículo «América Latina, tierra de millennials» (El País, 25 de septiembre de 2016) es un perfecto catálogo de todas las estupideces que circulan en torno al último, no tan nuevo, culto a la juventud tecnológica, suponiendo que los dos términos -juventud y tecnología- signifiquen algo distinto. Para empezar, valga la redundancia, empezamos bien. «El nombre de la rosa» como gran monumento literario. No Lispector ni Borges, no Berger o Peter Handke. No ellos, sino el laureado Eco es el primer modelo, ese periodista que -como otros actuales- ha adquirido cierto oficio en la ficción que complementa nuestro pragmatismo diario.

 

Los jóvenes que tienen entre 20 y 35 años conformarían un tercio de la actual población de América Latina. El mercado, nos recuerda Yoani, quiere cautivar a esa Generación Y, por su exultante juventud y su estrecha relación con el mito del momento, la tecnología. Pero el equipaje portátil que Yoani tanto admira no está constituido por «herramientas recién estrenadas». Para empezar, la obsolescencia, que hace viejas en seis meses a esas herramientas es una formidable arma política para inyectar consumo y rivalidad personal, aunque de manera mucho más sutil que las viejas dictaduras. Estar al día supone hoy una carrera contra el tiempo que no deja tiempo para vivir, menos aún para rebelarse. 

 

En segundo lugar, el «más extenso periodo de innovación tecnológico que se haya conocido» es también otro producto de la ignorancia digital de Sánchez. La humanidad lleva milenios de innovación tecnológica y, sin embargo, seguimos con temores ancestrales y mitologías atávicas en la cabeza. Una de las afirmaciones más ridículas del artículo es esta: «su manera de apreciar el mundo pasa, en la mayoría de los casos, por la pantalla de un móvil. Estas criaturas, bisagras entre el siglo XX y el XXI, marcan la impronta de la actual comunicación digital. Los políticos dejan en sus manos el manejo de las redes sociales, las campañas online y el crowdfunding. En esas labores están acumulando la experiencia que un día les permitirá ejercer la gobernanza a través de la red». Ahí es nada, las redes no están ahí para capturar peces, sino para generar nuevos tiburones. Ahora la gobernanza va a depender, con esta estirpe mesiánica de jóvenes, de la red de redes. ¿En esto ha quedado la democracia real, en el onanismo virtual?

 

Otra tontería: los nuevos elegidos eran pequeños cuando quedó atrás la oscuridad de los militares. ¿Qué les diremos entonces a los representantes de esta mítica generación en México, cuando 42 jóvenes maestros -y decenas de personas todos los días- pueden desaparecer bajo tierra sin dejar rastro? ¿El Mercado es menos cruel que el Estado? Según nuestra ágil periodista a los millenniards ya no les ha tocado luchar, en México o Colombia, con el horror puro y duro, sino con «las imperfecciones de la democracia». El limbo elitista en el que vive Yoani le lleva a pensar que la llamada Generación Y vive con sus mismo privilegios. Una vez más, a través de esta mujer, el pacifismo numérico se muestra como lo que es, una ideología de gente que, por su ingravidez orbital, se permite el lujo de no tocar tierra.

 

Después, lo sugería Ortega, habría que recordar que distintas generaciones se llevan arrogando el privilegio de sentirse «bisagras», ya desde antes de la Primera Guerra. Es estupendo declararse bisagra, o sea, la llave entre dos mundos. Para empezar, todo ser humano es una bisagra. Quien no se siente bisagra, se siente al menos signo de un pasillo.

 

Fíjense qué bisagra. Las redes sociales les «escoltan (sic) desde que tienen uso de razón». De ahí que su razón, se podría decir, habituada a pensar con red, sea meramente refleja, intrínsecamente oportunista. Por si fuera poco, la palabra escoltar no deja de aludir a un perfil armado que, efectivamente, la tecnología cumple tras la más inocente palabra cobertura. La juventud tecnológica nos escolta, cubriéndonos la espalda de sombras y de riesgo. Por eso el pensamiento que emana de ese limbo, como el de Yoani, es blando, profundamente ingenuo y acrítico en sus ideas sobre la democracia. A duras penas tal pensamiento explicaría la eficacia regional del grupo Prisa, que -envidia obliga- escolta a Yoani Sánchez.

 

Después viene -faltaría más- el gran argumento sexual, con el que debíamos rendirnos: los elegidos son «veganos, pansexuales, multilingües». Otra vez la envidia nos corroe. Se supone que no comer carne ni pescado, privilegio de los muy pobres o los muy ricos -y sin embargo, ninguna de las dos categorías polares deberían entrar en la medianía de los millenniards-, facilita esta fluidez última que nos permite, no amar de uno en uno a la manera antigua, abrazando la suciedad de los cuerpos heterosexuales, sino fundirnos con las almas de personas y cosas, animalitos incluidos. Pero esta pansexualidad ya estaba en los franciscanos, en la mística española y en cualquier adulto que se precie, así que no vemos qué novedad aporta a la revolución democrática en curso.

 

Aunque Yoani es una caja de sorpresas y otra explicación aparece enseguida. Si de los videojuegos, al estilo de Lana del Rey, los millenniards han extraído la sabiduría de la que la vida se desenvuelve en la pragmática «acción versus tiempo», es normal que practiquen un implacable narcisismo sonriente, como vemos en nuestras aulas, y apliquen la lógica de la obsolescencia programada hasta a sus parejas. Pugnan por «un espacio de innovación y emprendimiento». Vaya. Pero esto también podría explicar esa fascinación -que ni siquiera puede ser fascista- por las nuevas formas enrolladas de violencia, de espionaje y coacción, formas en las que los viejos militares sin duda eran torpes. Haciendo prácticas, escuchando, se prepararan «agazapados para tomar el poder». O sea, que Yoani Sánchez deposita en ellos la esperanza de no perder el tren de la gobernanza a través de las redes. Podíamos pensar entonces que lo único que tiene ella contra los militares de su bendita Isla es que no le hayan dejado, en el atraso tecnológico cubano, una porción en la agilidad de la nueva gobernanza.

 

No podía faltar, naturalmente, su pequeña dosis de racismo generacional: los héroes que derribaron a martillazos el muro de Berlín ya llevan bastón o despiden a sus nietos desde la ventana. De la gerontocracia hemos pasado, apoyados además en las estadísticas de la inmaculada revista Forbes, a la neontocracia. Naturalmente, en este canto a las excelencias insólitas de la nueva elite, como buena periodista enlazada al impresionismo cronológico, Yoani ignora el estupor infantil que recorre -y une- todas las edades, a la vez que hace ilusoria cualquier idea absoluta de progreso. Hay que sin embargo, que en este punto no le podemos pedir peras analógicas al olmo de la ilusión digital. 

 

Continuará. Les dejo por ahora con ella.

 

 

América Latina, tierra de ‘millennials’

 

A diferencia de sus padres, que crecieron entre conflictos armados, dictaduras e inestabilidad económica, a la Generación Y le ha tocado chocar con las imperfecciones de la democracia y transformar una región urgida a reinventarse.

 

Nacieron por los días en que se publicaba El nombre de la rosa de Umberto Eco, cuando miles de cubanos escapaban de la isla a través del puerto de Mariel y un fanático asesinaba a John Lennon en Nueva York. Son los millennials, que se hicieron adultos con el cambio de siglo y conforman un tercio de la actual población de América Latina. El mercado quiere cautivar a esa Generación Y, mientras las empresas buscan aprovechar su estrecha vinculación con la tecnología. Sin embargo, es en la escena política donde podrían rendir sus mejores frutos para el continente. A diferencia de sus padres, que crecieron entre conflictos armados, dictaduras e inestabilidad económica, a los millennials les ha tocado chocar con las imperfecciones de la democracia.

 

Herederos del “fin de la historia”, estos jóvenes, que tienen hoy entre 20 y 35 años, se enfrentan al desafío de cambiarle el rostro a una región urgida de reinventarse. Llevan el pragmatismo por delante y cierta dosis de cinismo… que nunca viene mal. Inconformes, quieren luchar contra el sistema que conocen, pero sin los arranques épicos de sus abuelos, ni las elevadas expectativas de sus progenitores. Rechazan las heroicidades y los actos de inmolación.

 

Para transformar nuestras sociedades, estos “milenios” cuentan con herramientas recién estrenadas. Han crecido en el más extenso periodo de innovación tecnológica que se haya conocido y su manera de apreciar el mundo pasa, en la mayoría de los casos, por la pantalla de un móvil. Estas criaturas, bisagras entre el siglo XX y el XXI, marcan la impronta de la actual comunicación digital. Los políticos dejan en sus manos el manejo de las redes sociales, las campañas online y el crowdfunding. En esas labores están acumulando la experiencia que un día les permitirá ejercer la gobernanza a través de la red.

 

A pesar de las desigualdades que siguen caracterizando a América Latina en cuanto a la calidad del sistema educativo y el poder adquisitivo de los hogares, la comunicación digital ha sido una compañera frecuente en la vida de estos jóvenes. Internet, la telefonía móvil y las redes sociales los escoltan desde que tienen uso de razón. En el abecedario que dominan estos retoños de los baby boomers, la G representa a Google y un pájaro azul carga con la T de Twitter. Resulta difícil convencerlos de que alguna vez los teléfonos +fueron de disco y de que antaño, al comprar un producto, solo se podía pagar en efectivo. Nunca han podido fumar dentro de un avión, ni han hecho café en un colador de tela. +odio al atraso que caracteriza a los nuevos ricos: no sirvas a quien sirvió

 

Ecologistas, veganos, pansexuales, multilingües e irreverentes, los millennials optan cada vez más por la formación a distancia y el comercio electrónico. Se resisten a pagar por la música que consumen y de los videojuegos han extraído la idea de que la vida se expresa en una simple y dura fórmula: “Acción versus tiempo”.

 

Eran pequeños cuando quedó atrás la oscuridad provocada por los sucesivos golpes militares en el Cono Sur. En muchos casos ha habitado democracias débiles, marcadas por la corrupción, las limitaciones a la libertad de expresión y la concentración de poder en manos de unos pocos. La revista Forbes prevé que en 2025 representarán el 75% del total de la fuerza laboral mundial, pero pocos se aventuran a calcular su participación política y su posicionamiento en mecanismos de poder. Ya están en los despachos de los palacios de Gobierno, todavía como ayudantes, haciendo prácticas o escuchando. Preparan agazapados la toma del poder.

 

Entre las asignaturas pendientes que deberán enfrentar en América Latina, les tocará la postergada democratización de las fuerzas armadas. Circunscribir a esos actores uniformados que han sido indeseados protagonistas del sistema político y apuntalar el frágil poder civil, será tarea difícil en una región donde las charreteras han mandado por siglos. Recelosos, los millennials han visto una y mil veces las imágenes de la caída del Muro de Berlín, pero saben que aquellos martillos que rompieron el concreto fueron empuñados por manos que ahora llevan un bastón o despiden a los nietos desde la ventana.

 

Ahora, escuchan cómo se apagan los últimos ecos del conflicto más largo del hemisferio que late en Colombia, pero se mantienen a su alrededor los gritos del populismo y las escaramuzas de la intolerancia política. Los estrictos límites de la derecha y de la izquierda que han definido por medio siglo a la región, suenan en sus oídos como los chirridos de un DJ sin experiencia que no sabe mezclar melodías.

 

Estos millennials exhiben un alto grado de descontento político y se muestran especialmente críticos con la calidad de los sistemas educativos. Sin ser una población homogénea, se asemejan en la pugna por un espacio para la innovación y el emprendimiento. En las redes sociales, han logrado acercar todas las partes de un territorio cuyo principal desafío diplomático sigue siendo la integración. Cansados de las siglas de tantos inútiles mecanismos regionales, han disuelto las fronteras a través de la efectividad de un like en Facebook y la compra de un producto en Amazon. Encarnan la globalización.

 

Hasta en Cuba, “la isla de los desconectados”, con la menor tasa de penetración de Internet del hemisferio, se les ve poblando los parques donde el Gobierno ha abierto zonas wifi. Se les reconoce porque miran constantemente sus teléfonos móviles, incluso cuando están en la cama, en el baño o al volante. Tienen la tirante necesidad de compartir información, por lo que son enemigos naturales de la censura. En un continente donde la televisión ha moldeado el liderazgo y los dictadores se han comportado más como estrellas de un culebrón que como estadistas, los millennials prefieren consumir audiovisuales a la carta en servicios online, en lugar de aferrarse a una programación hecha por otros.

 

Desde la imagen en que sostienen su diploma hasta los momentos más íntimos, una buena parte de ellos quiere colgarlo todo en línea. Sienten que los tiempos de la privacidad llegaron a su fin y que su vida ahora es pública. En las redes sociales los hemos visto superar el acné, librarse de los aparatos en los dientes y estrenar barba o extensiones de cabello. Están dispuestos a entregar información personal a cambio de una más intensa socialización. Sus hijos son parte del experimento y los muestran en la red, sonrientes, ingenuos, desprovistos de filtros. Paren, aman, protestan y mueren frente a una webcam. Crean relaciones basadas en la horizontalidad, en parte porque las redes les han inculcado la convicción de que interactúan con sus pares, sin jerarquías.

 

A los millennials de América Latina solo les queda el optimismo, en la mayoría de los casos creen que el mejor momento de su nación aún no ha llegado. No se atreven a decir en voz alta que el futuro del continente pertenece por entero a sus decisiones, pero lo moldearán a su antojo. Son sobrevivientes de ese convulso siglo XX en el que nacieron, pero del que no se sienten parte. ¿Con tales antecedentes, acaso podrían haber sido mejores?

 

Yoani Sánchez es periodista cubana y directora del diario 14ymedio

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