No oculto la satisfacción que sentí cuando vi este gráfico. Y, sobre todo, cuando vi este otro. Para quienes sean perezosos y no hayan pinchado en los enlaces, ambos corresponden a la última encuesta del CIS. El primero mide la intención de voto a PP y a PSOE y muestra que si la derecha se hunde, los socialistas están al borde de la implosión. Quizás ya hayan implosionado. El segundo muestra cómo la intención de voto a Izquierda Unida se ha disparado. Me alegro porque es la única alternativa socialdemócrata presente en nuestro país y también porque al menos parece posible una cierta justicia poética. Siempre ha sido víctima del clásico “voto útil” (útil, en realidad, para la llegada del engendro social-liberal del PSOE o, directamente, para el crecimiento de las políticas neoliberales bajo las siglas que fueran). A partir de ahora, puede que el voto útil de izquierdas sea el que contenga la papeleta de IU. Hay más encuestas que provocan que cultivemos esa ilusión. Por ejemplo, esta otra. La describo: IU tendría, según el sondeo de Metroscopia publicado por El País coincidiendo con San Isidro, 14 concejales en el Ayuntamiento de Madrid, frente a los 15 del PSOE.
Sea como sea, el bipartidismo se ha roto en España. También por el fuerte aumento de la abstención y del voto en blanco. No extraigo una lectura negativa de este fenómeno: muestra cómo, poco a poco, el régimen va perdiendo legitimidad. Aunque ese horizonte nos exige estar muy alerta para no repetir los experimentos totalitarios del pasado.
La pregunta ahora es: ¿Qué viene después del bipartidismo? Podría responder que mucho más debate, más política, más pluralismo, más democracia. Pero voy a ser sincera. Ojalá lo que venga después, tras las próximas elecciones que seguramente darán lugar a un Parlamento roto o, mejor, multicolor, sea un Gobierno a la andaluza: un PSOE debilitado en su neoliberalismo o, preferiblemente, que abjure de un pasado traidor a sus siglas, junto a una IU fortalecida en sus posiciones más socialdemócratas y menos utópicas, pero sin complejos y marcando la agenda.
¿Socialdemocracia o un paso más allá?
Ahora necesitamos socialdemocracia. Es verdad que nos gustaría dar un paso más. De hecho, creemos que puede ser el momento de hacerlo, de romper con todo. Las circunstancias nunca han sido más propicias. El sistema nunca había estado más desacreditado. Como dicen que ocurrió con el comunismo en Europa del Este hace 25 años, el capitalismo también ha fracasado. Pero, por ahora, lo que toca (al menos eso es lo que pensamos los cobardes) es reducir el sufrimiento, no aumentarlo, y escoger la salida revolucionaria sería demasiado doloroso.
Nos quedamos con un programa de mínimos. Por ejemplo, el de Willy Brandt: «Sólo el fuerte se puede permitir el lujo de un Estado débil». El Estado no puede continuar en retirada porque si hay algo que ha fallado en esta crisis ha sido el sector privado: la mayor parte de la deuda que hay en España es privada. ¿Por qué no se envalentonan las izquierdas y lo dicen?, ¿por qué permiten que los neoliberales le den la vuelta a la tortilla y consigan engañarnos demasiadas veces y a demasiada gente?
Aunque una parte de esas izquierdas, el PSOE, también tiene que reconocer que si el sector privado nos metió en este problemón fue porque el Estado se hizo demasiado pequeño. Y eso ocurrió también durante sus mandatos.
¿Es posible en un contexto como éste que se dé paso así, sin más, a opciones socialdemócratas? Me refiero a las de verdad, insisto, no a las de las siglas. Mi respuesta es que no. El PSOE sigue pensando eso de que hay que gobernar para las mayorías, para las clases medias, ésas que también están implosionando, ésas que quizás nunca existieron y ahora se están dando cuenta del error de conciencia en el que estuvieron atrapadas. El PSOE busca el voto de quien ya no existe con sus políticas «social-liberales»; su sí, pero no; sus recortes de 2010; su acuerdo con el PP para modificar la Constitución y que el pago de la deuda se haya convertido en la prioridad de este Estado nuestro; con sus últimas propuestas que sólo conseguirían precarizar los pocos contratos de trabajo de calidad que quedan en España… Quizás los votantes modélicos del PSOE ya sólo queden en la cúpula de su partido: progres que no han dejado de vivir bien durante la crisis, la gente que denunció Beatriz Talegón.
En definitiva, una parte del PSOE jamás pactaría con IU, como ha mostrado últimamente Ramón Jaúregui. Además, y esto lo entiendo mucho mejor (yo soy de la generación que creció escuchando a Julio Anguita el «programa, programa, programa»), una parte de IU jamás pactaría con según qué PSOE. Sánchez Gordillo es el que mejor muestra el espíritu de esa IU. O la IU de Extremadura, pese a las polémicas.
Más allá de las sensibilidades de los partidos políticos, o de las familias que sobreviven en su seno, los “poderes fácticos” (espero que todo el mundo entienda quiénes son, porque no voy a poner sus nombres, me autocensuro), ¿permitirían que el PSOE e IU gobernaran juntos el Estado?, ¿dejarían que elaboraran una ley como la que ha aprobado el Ejecutivo andaluz contra los desahucios a nivel estatal?, ¿admitirían que se llevara a cabo una reforma fiscal para que paguen más los que más tienen?
¿Con qué nos encontraríamos entonces?, ¿qué habría después del bipartidismo en España? Me temo que algo mucho peor. Sospecho que aquello que desde distintos ámbitos se está promocionando: un terrible gobierno de concentración «PPSOE». «De iure» o «de facto». Tras unas elecciones y con la creación de un Gobierno en el que los dos partidos se repartan ministerios. ¿Cómo sentaría que tras las próximas elecciones PP y PSOE, dos partidos completamente desacreditados, acordaran gobernar juntos?, ¿no sería una verdadera tomadura de pelo?, ¿no pensaríamos que ese pacto únicamente busca salvarles a ellos, a los que seguirían ocupando cargos?
Pero puede que lo hagan con un pacto, con «consenso», esa palabra mítica, salvadora, tras cuya materialización, parece, saldríamos de la crisis y España volvería a «ir bien», independientemente de cuáles sean sus contenidos. Nos tememos también cuáles serían esos contenidos.
Sería un escenario terrible porque supondría la muerte del debate, de la política, de la democracia, es decir, de todo eso que había prometido el florecimiento de nuevos partidos políticos o de los viejos que parecían dormidos.
Desesperanzadoras experiencias internacionales
No sólo consideramos esa posibilidad porque haya quien esté haciendo campaña para que se haga realidad. Si echamos un vistazo a nuestro alrededor también podemos vislumbrar en qué va a convertirse nuestro futuro.
En Grecia, Syriza, un partido de la misma familia de Izquierda Unida, estuvo a punto de ganar. La propaganda del miedo y el perverso sistema electoral griego (peor incluso que el español), que regala (literalmente) 50 escaños al partido con más votos, impidieron el cambio. Y ahora gobiernan en el país el conservador Nueva Democracia, que fue el artífice de la mentira contable que ha hundido a Grecia y a toda la zona euro, y el PASOK, el equivalente heleno al PSOE, cuyo apoyo electoral quedó reducido a la mínima expresión por echarse en brazos de las políticas regresivas y austeras. Un ejemplo de Gobierno «PPSOE».
¿Qué ha ocurrido en Italia? Al final, tras las turbulencias políticas, han terminado pactando “las izquierdas irreales” aglutinadas en el Partido Democrático de Pier Luigi Bersani con el diablo, es decir, con Silvio Berlusconi, a quien la troika ya echó una vez del Gobierno porque a «los mercados» les dejó de gustar. Este pacto se ha realizado para no tener que repetir las elecciones. No fuera a ser que la gente diera todavía más apoyo al Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, que pudiera gobernar y experimentar para crear una democracia más profunda, más participativa. Para evitar este tipo de experimentos, no vaya a ser que salgan bien, en el país ya se ha anunciado un cambio en la ley electoral. El objetivo es garantizar que sigan gobernando los mismos. La misión es tan importante que es una de las principales tareas que tiene encomendado el Gobierno para sus primeros cien días.
En España también se comentan iniciativas de ese tipo, como las de quienes proponen cambiar nuestro muy matizado sistema proporcional por un sistema mayoritario, como en Estados Unidos o el Reino Unido. Otra involución democrática que no nos podemos permitir.
Pero la verdadera apuesta, sobre todo de quienes tienen idealizado el proceso de transición en España, es la reedición de los Pactos de la Moncloa. Leídos hoy son para llorar de la emoción. Lo digo sin ironía. Pero el contexto de 1977 era muy diferente al actual. Y todo se resume en unas pocas palabras: en 1977 había esperanza, los sacrificios se hacían por un bien superior, por un futuro próspero. Hoy lo que domina es el hartazgo, el pesimismo, el desengaño.
Cuando antes decíamos que queríamos que el Estado volviera a fortalecerse, a tomar las riendas, se nos ha olvidado decir que eso exige que se democratice. Y la mejor manera para democratizar un Estado es que lo hagan sus partidos políticos o los instrumentos en los que los ciudadanos decidan organizarse para intervenir en la toma de decisiones.
En lugar de engrasar las estructuras, se está procurando que se cubran de óxido para que no se muevan y no dejen ni un resquicio por el que puedan entrar los vientos de cambio. El poder real, el capital, se siente cómodo con los partidos que se han ido turnando en el Gobierno de España, de Italia, de Grecia… Con muy pocos matices, han gobernado de la misma manera. Han sido títeres al servicio de los mismos intereses. La gente está comenzando a poner en cuestión este orden de cosas, como ocurrió en América Latina a partir de finales de los años noventa. Me da la sensación de que en Europa, antes de que surjan figuras «peligrosas», están intentando blindar los regímenes. Y ya sabemos lo que sucedió en los años treinta del siglo pasado cuando el capital quiso blindarse. En Grecia, en el Parlamento, ya se grita «Heil Hitler». Aunque, afortunadamente, el que gana apoyos electorales es el carismático líder de Syriza, Alexis Tsipras, al que el otro día el cineasta Oliver Stone calificaba de «anti-austerity champion of a New Europe». Esa nueva Europa que se reunía en Zagreb esta semana en el «Subversive Festival».