Cuando caen las tardes huidizas de finales de enero, amanecidas de piel de melocotón y desembocadas en cielos color sepia, la literatura española parece recordar a uno de sus escritores que hizo de lo cromático del tiempo y de la meteorología palabras memorables: Josep Pla.
Pla decía que una ha de ser la principal meta del escritor: hacerse inteligible. Es decir, emplear un lenguaje cercano a las gentes sencillas, pero sin perder jamás la veta literaria. He ahí el reto. Lo mismo que a nuestro ilustre primer poeta en castellano, Gonzalo de Berceo, le gustaba de vez en cuando airearse del ambiente solemne y erudito de los monasterios reuniéndose con los campesinos y bebiéndose una copa de “bon vino” riojano, a Pla también le gustaba salir de su particular torre de Montaigne, en la que velaba en madrugadas de lecturas y escritura, y ponerse a caminar hacia donde le llevaran sus pasos, o un autobús, y echar un párrafo con sus payeses del Ampurdán.
La editorial Cátedra ha reeditado uno de sus libros de viajes más conocidos y más pegados a la tierra ampurdanesa, Viaje en autobús, que se publicó en 1943. Sin rumbo alguno, solo por el placer de viajar y con la voluntad de escribir lo vivido, lo viajado, Pla se sube a un autobús («viajando en autobús, el vuelo es gallináceo”) y, a la primera de cambio, entabla una conversación con su compañero o compañera de asiento. A veces se limita a ensoñar, mientras contempla el paisaje desde el ventanal. La fuga de recuerdos, la digresión del pensamiento a partir de los personajes y los campos, las carreteras y los pueblos perennes, representan lo propicio del viaje: además del trayecto físico, la crónica de viajes supone un ejercicio introspectivo: adentrarse a las remembranzas más íntimas que han sido devueltas gracias a la contemplación del territorio. Los inviernos y el frío; la primavera y el frescor de las noches, no son tan solo descripciones presentes, constancias del día, sino reminiscencias líricas que Pla rescata de la nebulosa de sus ayeres.
No cabe duda de que, para Pla, la paleta de colores de la meteorología no es un mero instrumento para romper el hielo en una conversación. Sus descripciones de los cielos, de las nubes, de la luz macilenta en un atardecer, poseen un lirismo sencillo, cotidiano y machadiano; un sobrio impresionismo azoriniano; una lucidez orteguiana. Para Pla, el tiempo meteorológico no es una mera excusa para bordarse frases bellas, sino la fascinación de quien, de muy joven, salía ya por los campos a apuntar en el silencio del invierno y en la templanza de la primavera de qué color veía el cielo cada día. De esa unión entre el arte misterioso del cielo y la tierra de las palabras, fue cazando adjetivos justos y precisos.
Escribe la periodista argentina Leila Guerriero en su ensayo Zona de obras (Círculo de tiza, 2014), que el buen cronista de viajes «es alguien que entra en iglesias y mezquitas, en bares y en cementerios, en clubes y en las casas, que habla poco, que escucha mucho, que lo mira todo -carteles y colegios, la gente por la calle, los perros, el clima y las comidas- y que, después de mirar, hace que eso signifique: que descubre, en aquello que miraron tantos, una cosa nueva”. Y eso es lo que hace Pla: que las palabras signifiquen.
Ahora, que aquí detenga yo mis comentarios de libro tan conocido, tan comentado, tan querido. Como aquellos hermosos versos de Kavafis frente al mar (Aquí me detenga. Que también yo contemple un poco de la naturaleza), asomémonos unos instantes al mar de palabras del maestro. Seis fragmentos que resumen algunos de los temas que convocaban su escritura.
La lentitud
“… todas las cosas esenciales de la vida son lentísimas. Las guerras han sido siempre largas. Las hambres, endémicas. La formación moral e intelectual de un hombre o de una mujer requieren cuidados persistentes. Llegar a dominar un instrumento cualquiera, una herramienta cualquiera, es cosa de larga paciencia. Los antiguos decían, comprensivamente: ars longa, vita brevis. ¿Y el amor? ¿Y el ritmo de las cosechas? ¿Y la cocina? Todo lento, lentísimo».
El susurro de un paisaje
“Callamos y contemplo un rato el paisaje. El autobús discurre por la carretera de Tossa a Loreto de Mar, en su parte más alta. El paisaje hace una falda larga y boscosa que muere ante el mar solitario. El tiempo es magnífico. Estas tardes de invierno, soleadas, claras, de una precisión cristalina, tienen una finura como suspensa y arrobada. El aire pasa por los pinos y produce una sonoridad grave, como un susurro voluptuoso. Los algarrobos, de hoja pastosa, tocados por el sol, concentran bajo su copa una clara luminosidad dorada. Las hierbas secas huelen intensamente. Sobre el mar, las viñas en declive van perdiendo sus rubias formas pomposas. El paso lento de las nubes en la ternura azulada del cielo produce sobre el acantilado basáltico reflejos acerados y sobre el granito rojo carmín vago que sombrea el agua de una seda de piel. Todo es apacible, ligero, aéreo, como limpiado».
Un instante melancólico a través de la ventana
“En uno de esos últimos macilentos, tristes atardeceres de otoño, me encontré formando parte del retablo que se forma en el banco posterior de un autobús. El vehículo se paró en un pueblo y quedamos dentro pocos viajeros. Con un pañuelo, limpié el vaho de cristal de la ventanilla y vi tres o cuatro bombillas alineadas en la carretera. Las luces quemaban pobremente y despedían una luz de un amarillo rojizo; proyectaban sobre las cosas inmediatas una melancolía silenciosa, insondablemente pueblerina. Ante la tristeza que se me venía encima, consideré que lo más urgente era empañar otra vez el cristal…”
Dormir en una fonda de pueblo en invierno
“Al entrar en la habitación, uno siente que desde hace unas semanas no ha sido abierta: un vaho glacial de humedad. El espectro de la gripe, de un resfriado fuerte, está ahí, a dos pasos. ¿Qué hacer? Uno podría marcharse, pero el problema de los transportes está muy delicado. No hay más remedio que apechugar con la noche. Uno se mete en la cama en la misma situación en que se encuentra un corazón de alcachofa respecto de su realidad circundante. Uno se encuentra separado del mundo exterior por los siguientes elementos: un pijama, un salto de cama, una sábana, dos mantas de algodón, una manta de lana, un cubrecama, un edredón y el abrigo. El peso que producen esos selectos productos del ramo textil sobre el cuerpo es inenarrable. Cualquier movimiento de rotación en la cama toma el aspecto aparatoso del desplazamiento de la masa de un planeta».
El sol y el cielo
“Estas tardes de los alrededores de Carnaval suelen ser muy cristalinas. El día es un esfuerzo para colorear la blanca y tétrica helada matinal. El cielo es puro y claro, de una lívida, rosada, verde, azulada infinitud. El sol tiene un destello engañoso y rígido; el aire queda como lavado; sobre la atmósfera tensa, los perfiles de las cosas ofrecen una caligrafía precisa, como dibujada a la punta seca y los términos se le acercan a uno como por arte de encantamiento”.
La primavera y la vida
“En las primeras horas de la tarde, bajo el sol, el aire hace pocos días era frío; ahora es fresco. En el autobús, abro un poco la rendija del cristal y entra un hilo de viento que tiene un frescor de menta. Dentro de pocos días, el aire será tibio. Decir que tenemos la primavera encima sería un poco tosco: estamos dentro de la primavera. Respirar esta pequeña brisa cargada de ligeros perfumes, que pasa sobre la piel de una manera tan tierna, que da la vuelta a las hojas de los álamos, y riza los estanques dormidos, esta pequeña brisa en la que flotan, ingrávidos, perfumes de la tierra y de las hierbas floridas o de los arbustos secos, es una de las cosas más agradables, más finas, más agradecidas que puedan hacerse en la vida”.
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Desde que Pla publicara Viaje en autobús hace ya ochenta años, el paisaje, el ritmo, la vida, han cambiado mucho. Sin embargo, volver a sus páginas supone un deleite. Sus palabras siguen latiendo verdad, cautivando vocaciones de letraheridos, iluminando la perennidad de la buena literatura, buscando y diciendo, obstinadamente, apasionadamente, pacientemente, la extraordinaria sencillez de cada día.