En poco tiempo se han podido ver dos programas de la Compañía Nacional de Danza (CND). Uno en las Naves del Español en el Matadero de Madrid, con cuatro piezas de las que Swoosh era estreno. Y La Sylphide, que acaba de estrenar en el Teatro de la Zarzuela. Programas que van desde lo más contemporáneo a lo más clásico. Un viaje que da que pensar.
Y es que en las cuatro piezas que se han podido ver en el Matadero, las dos primeras, sobre todo en Morgen, la de Nacho Duato, parecía que se bailaba a desgana. Como si hubiera una obligación de recuperar otra época. Pues bien, dígase ya de una vez, no, no hay necesidad por mucho que a los que más se lee, con la excepción de Roger Salas, y a los que más se escucha lo digan.
Una desgana que al menos cambió en la segunda parte del programa. Desde luego desapareció con Swoosh, la divertida y atlética pieza que se estrenó para tres bailarines, y con Arriaga, que se notaba crecida si se compara con cuando se estrenó. Como afianzada y bailada con confianza. Pero la impresión inicial no desapareció. Se quedó flotando en el ambiente.
En esto se anuncia el estreno de La Sylphide en el Teatro de la Zarzuela. Un ballet de repertorio de principios del siglo XIX cuyo anuncio no genera ninguna duda. Otra cosa es cuando se ve. Por sus formas y maneras no se sabe qué aporta en un escenario en 2023. ¿Mostrar una pieza de museo? ¿Hablar de la historia de la danza? ¿Enseñar una tradición a los bailarines más jóvenes? ¿Educar al público?
Al final queda la duda sobre la propia compañía. Sobre qué quiere ser. Sobre el papel, esa idea de que sea una compañía capaz de bailarlo todo en ballet, no importa si clásico o contemporáneo, es una buena idea. Una idea que no parece materializarse en la realidad.
Quizás porque, aun siendo el proceso de aprendizaje el mismo para bailar todo tipo de ballet, cada tipo tiene unas necesidades distintas. Y esas necesidades pide unos cuerpos y unas maneras, es decir, mentes, distintas. Y, al menos en estos tiempos de especialización, también en el ámbito de la danza, es difícil encontrar ese tipo de bailarín y bailarina que tenga ambos, que tenga un registro tan amplio de cuerpo y mente.
Se podría pensar que tal vez existan, pero que se desconocen y una de las funciones de la CND sería buscarlos. Al menos encontrar a profesionales que apunten en ese sentido y puedan tener ese desarrollo.
Viendo La Sylphide, entran las dudas de que ese elenco tan joven y tan cómodo con esta coreografía histórica cumpla esos requisitos. Para bailar de esa manera hay que tener una idea muy determinada y comprometida con qué es la danza. Entenderla como un bonito ejercicio gimnástico de puntas y jeté acompañado de música. Algo que poco tiene que ver con lo propone el ballet contemporáneo, el que se baila ahora.
Bien, puede que la CND se haya lanzado a desarrollar y crear ese tipo de profesional que no existe o que no existe si se le busca con los salarios que puede ofrecer dicha compañía. Los expertos en esta compañía siempre señalan que su financiación es uno de los problemas que tiene. Mientras se produce dicho desarrollo, esa travesía en el desierto ¿tiene el público que estar viendo el resultado de ese aprendizaje? ¿De ese ensayo de prueba y error?
En respuesta a esa pregunta quizás se señale que el público agota entradas, como es este caso, para indicar que poco le importa el debate anterior. La respuesta es que el público siempre agota entradas para cualquier representación de la CND porque la quiere desde los tiempos de Nacho Duato. Y que el día del estreno, lleno siempre de gentes de la profesión que no se cortan un pelo a la hora de aplaudir a sus compañeros independientemente del resultado, y de publico en general, el aplauso fue más bien discreto y se redujo a la mitad habitual del tiempo que suele durar.
Hay que ser conscientes de la dificultad que tiene esta compañía para encontrar su sitio entre el Ballet Nacional de España, cada vez más hibridado con otras formas de bailar, y la CND que desarrolló Nacho Duato y que sigue en la memoria colectiva. A eso se añade, esa deriva conservadora y melancólica de un tiempo pasado, tanto política como culturalmente, al que se ha entregado una parte del público que demanda la reproducción mecánica de lo de antes, más técnica y menos con historias que puedan entrar en conflicto con sus pensamientos y emociones, y si se los reafirman, mucho mejor.
No, no lo tiene fácil Joaquín de Luz como director artístico en esta situación. Lo que sí está claro es que no se debe bailar como si fuese una obligación, caso de las cuatro piezas que se mostraron en el Matadero, ni tampoco una Sílfide como esta. Mejor que no. No es necesario porque no cuenta nada al espectador actual, ni si quiera un cuento chino de amor romántico, no tiene la complejidad argumental suficiente, aunque tenga la dificultad técnica, y, a tenor de la intensidad y duración de los aplausos que se ha comentado, no es lo que quiere ni le interesa al público.
Además, ya hay muchas compañías nacionales de otros países con esa tradición girando con la misma obra. La próxima que podrán ver los espectadores españoles será la compañía checa que viene al Palau de les Arts de Valencia. La pregunta es ¿se quiere ser ellos, uno más de tantos, o se quiere una compañía con personalidad propia? Antes de responder piénsese en la historia La sylphide. Una coreografía que se creó en su momento pensando en tener una personalidad propia como ballet y lo hicieron tan bien que ha persistido como referente para la profesión.