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¿Qué leen los jóvenes narradores latinoamericanos?

He tenido ocasión de participar en algunas de las sesiones del reciente congreso de (jóvenes) escritores Latinoamericanos celebrado en la Casa de América. Aclaremos que «Latinoamericanos» incluía, por esa característica generosidad americana, a algunos escritores que sólo eran latinos (es decir, españoles) pero no americanos. En una de las sesiones, un «encuentro con escritores españoles”, se produce el milagro. Después de una media hora de perder el rumbo hablando de la mar y de los peces (es decir, de temas supuestamente importantes como las características nacionales de las distintas literaturas, si los escritores de los distintos países se leen entre sí y otras cosas por el estilo, que interesarán mucho al sociólogo y al historiador de la literatura), se produce el milagro. De pronto, nos ponemos a hablar de literatura. 

 

Entre otras cosas, Rodrigo Fresán nos propone un juego. Se trata de que cada uno diga cuál es el libro del que más aprendido, o bien el libro que hubiera podido escribir o que le hubiera gustado escribir. Y esta es, aproximadamente, la lista resultante: El tercer policía, de Flann O’Brien. El zorro de arriba y el zorro de abajo, de José María de Arguedas. Matadero 5, de Kurt Vonnegut Jr. Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline. Nadie encendía las lámparas, de Felisberto Hernández. Retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Muerte en Venecia, de Thomas Mann. El sueño de los héroes, de Bioy Casares. La vuelta al día en ochenta mundos, de Julio Cortázar. Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov. El periodista deportivo, de Richard Ford. El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza. On the Road, de Jack Kerouac. El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso. “Los dos hermanos” y “Los sauces”, de Algernon Blackwood. Fiesta, de Hemingway. El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald. Y esta frase de Chéjov: «Fue feliz sólo una vez en su vida: bajo un paraguas.”

 

¿Qué podemos deducir o aprender de esta lista? Teniendo en cuenta que, como es obvio, no se trata de una investigación científica sino de una charla mañanera tomando café con diminutos y deliciosos cruasanes en una de las lujosas salas del palacio de Linares, hay ciertas cosas que saltan a la vista.

 

La primera, es que los “jóvenes” narradores latinoamericanos (escribo joven con comillas porque la novela es uno de los campos donde uno puede tener cincuenta años y seguir siendo un narrador “joven”) tienen una visión bastante internacional de la literatura. Leen cualquier cosa que les interesa, con un obvio énfasis en la literatura anglosajona, pero sin preocuparse, realmente, por la nacionalidad de los autores.

 

Otra cosa que advertimos: en la lista anterior, no hay ni un solo escritor español.

 

También salta a la vista la preferencia por obras “menores” o supuestamente menores, las obras presididas por un espíritu de juego y las obras de carácter fantástico o semifantástico. También aparecen claramente penalizados el barroco y (con una posible excepción) la furia verbal modernista. Creo que todos los libros citados son de lectura deliciosa, cuando no hilarante.

 

Con muy pocas excepciones (nunca he sido muy celiniano, por ejemplo), podría hacer mía la lista anterior. Muchos de sus títulos están entre mis favoritos. ¿Qué significa esto desde el punto de vista de la sociología de la literatura? No lo sé exactamente. En el encuentro alguien dijo que en Latinoamérica cuando se piensa en una típica novela española, se piensa en Delibes. Uf.

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