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¡Qué maravilla!

Remembranzas 010

(2020 08 04)

Del espacio y otras cosas del desierto

 

El jugo bien vale la presión ejercida. O padecida, me gusta el verbo patior y su evolución en diversas lenguas. De patior, pati “sufrir, soportar” De ahí, padecimiento, compadecer, compasión, compatible, incompatibilidad, paciente “el que soporta males”, paciencia, pasión de passio -nis, pasionario, pasional, apasionado; pasivo “que soporta”, pasividad. Patíbulo, de patibulum, patibulario. Patético, del griego pathetikós, de épathon “experimenté un sentimiento, padecí”. Patetismo, Simpatía de sympatheia “acto de sentir igual que otro”, antipatía. Apatía de “apátheia” “falta de sentimiento”, apático. Patogenia, patógeno, de “pathos” “padecimiento, enfermedad”, formado de gennáomas “yo engendro” patología, patológico. Homeopatía, con gr.  hómoios “semejante”, propte. “de remedios análogos al mal” homeopático, homeópata; y su opuesto, alopatía del gr. állos, “otro, diferente”.

¡Qué maravilla! Con razón, desde hace muchos años, “soñaba” que con los años pudiera organizar un curso o seminario… sin créditos: estudiando filología, semántica, etimología, … con buenos textos y lingüistas que conocieran bien el griego, latín, arameo, nabateo, hebreo, árabe, gótico y raíces germánicas, eslavas… hasta el supuesto indoeuropeo.

Por asociación de ideas, durante uno de mis viajes a Persia, Irán, en el que pude recorrer las más bellas ciudades y los parajes más hermosos, me acompañaba un guía, puesto por el gobierno de los ayatollás, ¡pues claro!, que cada vez que entrábamos en una mezquita en Teherán, Qom Shiraz, Isfahan o en un mausoleo, palacio, ruinas como las de Persépolis,  recuperadas por los Sha Pahleví, o compuertas, canales, acequias para aprovechar el curso de ríos y de riachuelos… me dijo un día “Buenos días, ¡qué maravilla! Debe ser una palabra muy utilizada en español”. Y yo respondí sólo con una sonrisa. Igual me había pasado y me habría de pasar en Iraq, Bagdad y en tantos lugares de esos países de los dos ríos, Mesopotamia, Éufrates y Tigris, Babilonia… ¡Qué maravilla! (Que se lo pregunten a los corresponsales de Radio Nacional Fernando XXX y a la de El País, mi querida Ángeles Espinosa con los que compartimos un interminable almuerzo ¡en un comedor tapizado de “nácar”!

Fijaos en esta maravilla: Eufrasia, del gr. euphrasía, ‘alegría’, deriv. De euphráino ‘yo alegro’ y éste de phrén ‘mente’… Impresionante, de la mente, de la mente en orden, buena… proviene la alegría. Deriv. Mental, mención, mentar, mencionar; demente, demencia; vehemencia, de vehemens propte. ‘impulsivo, impetuoso’. Mentor, del gr. Méntor, nombre del consejero de Telémaco, hijo de Ulises, nombre de carácter significativo deriv. De la raíz indoeuropea de mens. Memento imperativo latino de meminisse ‘acordarse’ q viene de la misma raíz de la que salen también el gr. amnesía de donde ‘amnesia’ y ‘amnestía’, “olvido”, de dónde amnistía. Interesantes compuestos: Mentecato del lat. mente captus ‘que no tiene toda la razón’ propte. ‘cogido de la mente’. Mnemotecnia, cpt. formado con el gr. mnemon ‘el que se acuerda’ y tékhne ‘arte’; mnemotécnico.

No, no estoy “perdiendo el tiempo”, pues éste no existe, lo vamos haciendo, como me dijo un anciano subsahariano: “qué preocupados están los blanquitos con “el tiempo”, pero ¡si no existe!, lo vamos haciendo poco a poco, según lo necesitamos. Ustedes, los blanquitos, tienen los relojes, nosotros el tiempo. ¿Qué es más importante y significativo, quedar con alguien a las ocho en punto de la tarde, o quedar para encontrarse con el amigo hacia la puesta de sol, en el zoco, o en los jardines, o en la playa o en la mezquita…? Por eso van a todas partes deprisa y lo que es más serio, a todos los encuentros “rencontres”. Se rencontrer, ça c’est important”. C’est comme reconnaître, on se réconnais… c’est comme si on se cherchais, on s’attendais…. Même si on ne le savait pas. Y yo re-cordé, de pronto, a San Agustín “No me buscarías si no me hubieras encontrado.” Y en otra parte, “primum enim excitasti me ut quaererem te”, “primero me despertaste para que te buscara”.

¿Acaso no es esta una de las mejores formas de “hacer/pasar el tiempo” cuando te jubilan y tú decides transformar lo que vaya a acontecer en tiempo liberado… aunque el tiempo no existe porque no existe algo radicalmente inmóvil con que relacionarlo.

De ahí la importancia de cultivar el silencio, sentado o caminando hasta que caes en la cuenta de que da lo mismo fregar los cacharros de la cena o del desayuno que regar tus plantas o limpiar de papeles y de plásticos o el bosque por el que caminas. Levantarte/despertarte para ver amanecer, haciendo la espera, (como sobre las dunas de Mersouga en el sahel marroquí), o cuando te despiertas/n en un barco para hacer tu guardia “antes del amanecer…” Quemar incienso, encender una vela, hacer una hoguera para sentarte con los amigos alrededor para compartir un té o una queimada o para fumar tabaco, hachís o marihuana… Postrarte con las palmas de tus manos hacia arriba, en silencio o recitando mantras, barrer, descalzarte antes de pisar la alfombra o al entrar en un espacio de convivencia, familia, comunidad, templo, universidad como espacio de encuentro con el maestro y con les copains, con los que se comparten el pan o el vino, las frutas o los dulces, las risas o el batir de palmas o hacer coro al batir de los tambores o escuchar con respeto, emoción y silencio las melodías de una flauta, de un oboe, o el estremecedor rasgueo de unos mágicos dedos en las cuerdas de una guitarra o de un arpa… qué más da… “hacer el silencio” o los coros ante la voz de un cantante o sentir el zapateado de unos gitanos en la noche, bajo la luna y los luceros… más allá, más en torno, más adentro… entonces, ya no hay yo ni tú nosotros ni vosotros ni ellos ni aquellos o aquestos… ¿Recordáis a Zorba bailando el sirtaki sobre la arena de la playa, junto al rumor de las olas y las húmedas lágrimas que surcaban su rostro? Pues esto de engolfarse en los orígenes y evolución del lenguaje, o en el recogimiento al escuchar una sinfonía o un aria o una voz aguardentosa o limpia y clara… en la anochecida, o junto al río o sentados en el recodo de un camino.

¿Qué es mejor… ¿o más útil?, ¡ah esto no…! Si el espacio tampoco existe sino por la fantasía de los límites con que tú lo defines, una plaza… Una noche, en Xhé Xhahuén, salimos a caminar David Calzado y yo, para despejarnos algo después del hamman con los amigos, de la cena celebrada con mi mujer, Valle e Imelda inolvidable médico navarra que tantas veces nos acompañó, con los miembros de aquel viaje por Marruecos, de la fumada de buen hachís en un barucho en donde casi no se podía ver a los demás envueltos entre el rasgueo de algún instrumento y bebiendo/sorbiendo té a la menta, comme il faut, o algunos con sus narguiles con el adecuado tabaco de manzana, dulce por la miel y, a veces, aromatizado con otras resinas… Caminamos por la primera calle arriba, en silencio y buscando con discreción ¡el suelo! Arriba, campaba la luna en creciente y sin espacio ni lugar ni tiempo, brillaban y parpadeaban estrellas y luceros, galaxias y, más allá, arriba, en torno, adentro encontramos como una pequeña plazuela y una pared de ladrillo inmensa sobre la que se explayaba la luz de la luna. Nos detuvimos, y creímos soñar al contemplar una sombra en forma puntiaguda que se iba ensanchando conforme se bajaba sobre la pared… se retiraba despacio, es decir, bajaba y luego volvía a crecer lenta, muy lentamente casi hasta formar una gran tienda o jaima… Nos quedamos pasmados, sí, esta es la expresión, en silencio los dos y procurando no perder algún punto fijo de referencia para mantener los pies en el suelo que, casualmente, se movía, o eso parecía. Ah, lo del “pico” que se proyectaba en el inmenso muro, era el de la gran capa marrón bornus, (de donde procede albornoz) …. Tantas veces protector en las frías noches de los desiertos.

Entonces, yo todavía no sabía lo que me habría de suceder, algunos años después, en mi despacho de la universidad, cuando se me cayó un folio al suelo; no había bebido alcohol ni fumado nada, estaba en mi descanso antes de las clases de la tarde, ordenando papeles… y, entonces, sucedió que yo, mirando con cierta ternura y naturalidad al folio sobre la alfombra, … le silbé, para que regresara a la mesa, claro. Pero no lo hizo, y como había sido natural hasta ese día, el folio permaneció sobre la alfombra y yo tuve que levantarme y recogerlo del suelo para devolverlo a mi mesa. Lo anormal sería que yo, antes en mi vida, se me hubiera ocurrido silbar para que regresara algo caído al suelo. Eso es, fue por entonces cuando debí entrar en los sesenta y se fueron produciendo olvidos, actos fallidos, búsqueda de gafas o del móvil o de un libro que acababa de tener en mis manos… o en el camino hacia alguna estantería o hacia algún sitio, de repente no recordarme adónde iba o qué buscaba, o me lo “sugería” la vejiga para encaminar mis pasos al baño. (No quiero contar nada de la actualidad… porque procuro asumirlo, y sonreír)

Cierto, a veces sonreía, otras, me preocupaba, luego me “dolía” atreverme a buscar un significado que por experiencia, profesión y lecturas conocía de sobra, estaba ante síntomas no de la vejez ut sic sino del paso de ese tiempo que “no existe” y de esos espacios que “tampoco existen” y que, en broma, me sorprendió al verme escribir en la pantalla o sobre el papel la expresión “usura de la vida, o del tiempo” etc. Después, cuando me jubilaron a los 70 pero me hicieron Eméritus y pude mantener un máster o taller de periodismo solidario para 30 estudiantes seleccionados, y hasta entonces presidía una ONG fundada hacía décadas por mí, y fue entonces cuando me dediqué a hacer compost hasta ese 6 de abril en que dejé, casi sin despedirme, 100 composteras con unos 100 metros cúbicos que, alguien, en su día, decidirá que ya ha alcanzado su momento kairós y lo cribarán para disfrutar de un buen compost en los jardines y praderas del campus de mi UCM o como yo les pedí en un email o por teléfono… que si no se decidían a cribar esas casi cien toneladas, que rompieran las cuerdas que sujetan los 300 o 400 pallets y que metieran la excavadora y se lo llevaran para extenderlo, sin más, en el pinar que vi crecer desde hace más de 40 años a la izquierda del edificio de mi facultad, según entras. Y que allí ya la lluvia y el calor, la nieve y el rocío se encargarían de que cumpliera su cometido… el terreno sobre el que están los más de 200 pinos ya distribuiría los componentes de ese compost hecho con tanta constancia, cuidado y esfuerzo.

Bueno, pues, a lo que íbamos, David y yo, de repente, vimos a un hombre muy alto con su bornus marrón puesto y la amplia capucha en pico que se interponía entre la luz de la luna y las sombras que con sus movimientos suaves o del más preciado montaje de un ballet chino… iba dibujando sobre aquella inmensa pared de ladrillos que por supuesto no ocupaban espacio alguno puesto que la luz no tenía límites, y el tiempo, para nosotros tres y para los ángeles del cielo, átomos o lo que fuera, tampoco.

Nos miramos el uno al otro en silencio y seguimos calle arriba hasta que de repente, todo sucede en algunas ocasiones o estados, siempre de repente, vimos a nuestra izquierda una plaza que nos pareció en la noche de luna creciente algo inmenso. Sin volver mi rostro dije “David ¿ves tú lo mismo que veo yo?” Y él sabio serrano de ascendencia mora y gitana a partes iguales con algo de cristiano godo y rubio de Andújar, va y musita “Yo no sé lo que ves tú, Maestro”. “¿No ves que el espacio no existe? David no dijo nada, si acaso abrió más los ojos, pero procurando no despegar sus suelas del “suelo” que eso sí que era consistente, no las ocurrencias y aventuras de esos dos fumetas perdidos en la noche encantada de ese “lugar, zona, área, espacio” maravilloso de Che Chaouén o en el inolvidable de Ketama, del que habremos de tratar algún día. Pues bien, “David, el espacio sólo se puede medir por sus límites, como un cuadro por su marco o un cierto paisaje, si no estás asomado (qué bonita palabra), por el marco y encuadre de la ventana…” Silencio. “Descansa, sosiégate, apoyémonos en las plantas de nuestros pies y quitemos toda la hilera de casas de la plaza a nuestra derecha. ¿Está?” No contestó, claro siguió mirando desde su limitada (que no pequeña) estatura y con sus verdes ojos, siempre sonrientes, pero, en esta noche…, pasmados por el asombro que intuía se avecinaba. “Ahora, David, enano, haz lo mismo con las casas y el edificio algo más alto que están enfrente de nosotros… que desaparezcan…” “Y por último, hagamos lo mismo con la hilera de casas que están a nuestra izquierda… desaparecidos los límites que definen a ese “espacio” que llamamos plaza ¿qué queda?, pues en donde estamos no podemos más que imaginar el cuarto lado que “formaba” el cuadrado/cuadrilátero de la supuesta plaza… “¿Te encuentras bien?, respira con calma, abre bien los ojos, olvídate de tu cuerpo pero no despegues las plantas de tus pies del supuesto suelo… respira hondo y suelta muy despacio el aire hachisiano de tus pulmones, supuestos, por ídem. “Sigue separando las casas de la derecha hasta que se pierdan y no las “veas” más”, hagamos lo mismo con las que tenemos enfrente, y con las de nuestra izquierda… mantente firme sobre las plantas de tus pies y ¿qué “vemos…? ¡nada!, el vacío, porque, como es obvio, prescindimos y pasamos del suelo, (ya sabrás un día cuando te suceda y yo te lo cuente lo que ocurre cuando se cae algo al suelo y tú, inocente, vas y le silbas en vano para que regrese de re-gressus pues no hay suelo en donde dar vuelta a esos supuestos gressus-pasos, ni silbido que funcione. ¿Has hecho des-aparecer a las supuestas paredes y al imaginado suelo? Si no hay límites para el espacio ¿dónde estará la plaza en la que, mañana temprano, los campesinos extiendan y expongan los frutos de sus campos? Pues ya te contaré otro día/noche… el “tiempo” es una jodida muletilla para entendernos los humanos descarriados de su dimensión etérea y cosmoteándrica, lo que nos sucedió hace tiempo, durante el viaje de mi año sabático en África subsahariana, una noche en el caravansérail de Taroudant, cerca, muy cerca, es un decir, de Tombuctú… que tampoco “existe” sino es en nuestra imaginación y en los ensueños de caravaneros a lomos de dromedarios y de camellos acarreando las piedras de sal del norte al sur custodiados por mis amigos infinitos los tuaregs saharianos de cuyo Jeque fui durante un tiempo huésped. Cuando, caída la noche y bebidos los tés y quizás fumado algún narguile bien preparado, nos levantábamos de nuestras esteras, algo separadas del suelo, bajo la jaima y nos dirigíamos en silencio afuera de la especie de jaima, en donde esperaban dos soberbios e increíblemente hermosos camellos blancos con ricos arreos. Nadie hablaba, una figuras como sombras sujetaban a los animales mientras nos acomodábamos cada uno sobre el nuestro, bien colocados pies y piernas… y, al sordo no sé qué, nos agarramos cada uno a su arzón, echados hacia atrás para compensar el movimiento del camello al incorporarse y sin escolta alguna (para desconcierto de algunos en su tribu) nos dirigíamos el Jeque amigo delante, y yo siguiéndole por la arena del desierto, contorneando la duna arriba, hasta alcanzar una amplia esplanada sin límites ni casi contornos donde los camellos se detuvieron y, a una orden con el pie, cada uno se agarró al arzón de su engalanada montura echándonos hacia atrás, hasta que se posaron y uno, el más grande, el del Jeque mugió a la noche, al espacio, al éter, al cosmos… a Alhajú o al Dios natura naturans de Spinoza y nosotros nos dirigimos a sentarnos sobre la arena que dentro de poco comenzaría a emitir sus casi inaudibles sonidos con la llegada de la anunciada luz y el mutis del frío interior de las dunas, mientras se distendían y nosotros dos respirábamos en silencio… El Jeque hacía sus postraciones y seguía sus ritos tan expresivos y didácticos y yo creía oír casi tenues que llegaban de su lado ¿o regresaban del cielo estrellado?, dejémoslo así. Yo arrebujado en mi y con la capucha que cubría los cinco metros del ¿litham? azul índigo que cubrían mi cabeza y parte del rostro, pues sólo allí, mi amigo el Jeque de los Imanan, descubrió su boca… como habría de sucedernos días después en un encuentro en la jaima de notables de diversas tribus que concurrían a una Fiesta- feria… (Siempre pensé que los antiguos no necesitaban (mapas, ni móviles) para “darse cita” en algún lugar durante diversas épocas del año; tenían sus fiestas ancestrales, solsticios, ciertas fases de la luna, para acudir a ferias, carreras de camellos o de caballos, esquila y compraventa de lanas de sus cabras, ovejas y ciertos camellos muy lanudos, concertaban bodas “a prueba” y dotes, hablaban sobre las perspectivas de los pastos y de las escasas lluvias acostumbradas, de las posiciones de tribus hostiles y sobre todo de esos infames franchutes faineants y extranjeros que, de una forma u otra, controlaban el país sin límites, los desiertos y los oasis de Alhajou.

Pues bien, cuando desaparecieron los criados que habían dispuesto manjares y refrescos, tés y narguiles, como movidos por un resort, cada uno de los tuaregs y el huésped del Jeque Imannán, bajamos la parte inferior de nuestros lithams para mostrar las bocas entre iguales; porque jamás deberían de mostrarse en público. ¿Sabíais que un buen litham puede medir de siete a diez metros? Por supuesto que alguien me ayudaba.

Ahora recuerdo una anécdota que mi amigo, el Jeque Imannan, me había contado durante nuestro encuentro en Abidjan, Costa de Marfil. Sucedió cuando él era ministro de Justicia en el gobierno de Mali. Fue, a su regreso de Francia, después de doctorarse en Derecho por la universidad de Montpelier y de haber viajado por Europa, en donde había pasado unos años que le servirían para asumir un día sus responsabilidades como Jeque e Imán de una gran parte de los tuaregs que habitaban enormes zonas de desierto y que no reconocían más fronteras que las “necesarias” para sus familias y comercio entre el norte y el sur con el comercio de la sal y de otros productos que llevaban hasta Tombuctú y luego seguían hasta Mopti, Ségou y Bamako.
Resulta que llegó un emisario para comunicar que su padre, el anciano Jeque de los Imannam, se encontraba muy enfermo y no acertaban a curarlo. El hijo, sin pensarlo dos veces, organizó una comitiva con una ambulancia de los franceses bien equipada y su todo-terreno de Ministro con médicos y sanitarios. Al llegar, vieron la necesidad de trasladarlo a Bamako para intervenirlo con urgencia. Ya en el hospital, y rodeado por algunos de sus hijos en espera de que lo bajaran al quirófano, entró una enfermera sin llamar a la puerta y el anciano, ¡como un rayo!, levantó la sábana para cubrirse el rostro hasta los ojos… aún a riesgo de dejar al aire el resto de su cuerpo desnudo y listo para el quirófano. Su hijo, y ya nuevo Jeque, me lo contaba con una gran sonrisa para que comprendiera el instinto de cubrirse la boca que sólo podría descubrirse entre iguales.

Pero esto será otro día, porque ahora me voy a pasear una media hora por el jardín, como debo hacer cada día hasta cubrir parte del tiempo previsto para caminar.

“Releído, corregido y ampliado hoy, 4 de agosto de 2020) A ver si lo sé ¡guardar bien!

José Carlos Gª Fajardo, rdm
Emérito de la U.C.M.

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