No se ha hablado lo suficiente del aprovechamiento del Estado que hace Pablo Iglesias. Pablo es tan hijo del Estado que no sería descabellado afirmar que el Estado (la Estada) le amamantó. Pablo es un niño de papá Estado. Papá Estado le pagó los estudios y hoy le paga una cuantiosa nómina. Es como si hubiera acabado trabajando en el negocio familiar. El negocio del Estado. Tan hijo es de papá que hasta hoy, a sus treinta y muchos, le saca una moción de censura para promocionarse. Si por Pablo fuese dejaría a su papá Estado seco, en la ruina, sin importarle nada más que sus caprichos. Esta clase de pijos veleidosos es la peor (hay, por supuesto, pijos estupendos y hasta magnificus). Porque un pijo así privado puede valerse o incluso esquilmar los bienes de su padre privado, nominal, pero un pijo público se lleva por delante la fortuna de todos, la fortuna de papá Estado. Claro que de pocos es más papá que de Pablo (o ese deben de haberle dicho) que debe de ser el predilecto: el principe del Estado que quiere ser el mismo Estado. Desde luego menos papá es el Estado de Albert Rivera, por ejemplo (del que hace poco supe que había sido invitado a la reunión del Club Bilderberg como si fuera la reunión de los Jóvenes Castores: a qué ritmo vertiginoso se caen a cierta edad los mitos y similares). O quizá más: un papá en el que te apoyas sin ahogarle, un papá que te ayuda sin destruirse para poder ayudar al resto de la familia. Algo así como la moderación, ¡la libera (liza) ción del mundo!, de cuyas bondades tergiversadas hoy se aprovechan esos pijos volubles y malvados y públicos, y que ya hasta encuentra acomodo a propósito de la moción, ¡qué moción!, en las tundas dialécticas de Rajoy, que está empezando a ensoberbecerse de tal modo en el Congreso que cualquier día descuida la guardia y se va a la lona mientas se les interrumpe de golpe el aplauso decadente a los suyos. Yo no sé si el parlamentarismo clásico de don Mariano tiene recorrido más allá de unos cuántos shows de transición, pero el que sí parece tenerlo es el parlamentarismo viejo y conciso y marcador de tendencia (quizá un revival de algo olvidado que de repente es pura modernidad) de Oramas, como un directo a la barbilla del hijo de papá Estado, que ayer se tambaleaba sorprendido en el cuadrilátero y terminó respondiendo a duras penas, aún bajo los efectos del croché de la canaria, con un pueril: » y tú tránsfuga». Eso sí: con toda la rabia de niño antojadizo quemándole visiblemente por dentro. Tanto dinero de papá invertido en una educación para esto.