No sabemos si para explicar eso que se llama “el discurso de Ferrán Adriá” hacen falta los mil metros cuadrados de exposición que le ha brindado una gran empresa para la que trabaja, o bastaría una Velleda. Hace tres años que el chef cerró El Bulli y desde entonces le da vueltas a la misma pregunta: “¿qué he hecho?”. La respuesta no es difícil: pasar de ser un reputado cocinero a convertirse en un santón con una prodigiosa habilidad —la de sus asesores de comunicación— para convertir en oro su adicción a mirarse el ombligo. Una imparable carrera hacia sí mismo cuya última hazaña es, al parecer, haber “auditado” el ADN del proceso creativo: “Fui al lugar donde se decodifica el genoma humano y quise decodificar el genoma de la creatividad”. Toma ya.