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Mientras tanto¿Qué sabemos?

¿Qué sabemos?


Comienzo respondiendo: nada. No sabemos nada del otro, ni siquiera del que de forma indeseada está amarrado a nosotros por la historia. Cuando recibimos alguna información, suele venir tamizada por la mirada propia, la que reduce todo a una negación para poder afirmar lo propio.

En España no se sabe especialmente nada (extraña forma de conjugar los conjuros). Nada de esta Otramérica que va celebrando el bicentenario de las independencias sin estar segura 100% de ser independiente. Es difícil, sino imposible, que un español medio -o incluso uno bien informado- pueda interpretar lo que estas conmemoraciones significan. Gracias al obtuso y limitante sistema educativo un universitario de la península no sabe quiénes fueron y cuál es el peso simbólico de Bolívar, Nariño o Martí. Por supuesto que muchos pueden enunciar el nombre de estos tres independentistas de épocas y corte bien diferenciados, pero no serían capaces de balbucear algún rasgo de ellos más allá de cuatro tópicos (y cuatro son muchos).

Para mi ha sido una hermosa inmersión en textos de calidad y de valor histórico
invaluable. Un buscar en la historia desde los ojos del otro para poder
entender así también un poco de la nuestra. Igual sucede con la literatura. El
sello del realismo mágico acabó con la variedad pero también enterró la
historia literaria republicana de Latinoamérica. En los centros de estudio ni
tan siquiera hay un canon básico de textos fundacionales de la independencia
Latinoamericana.

 

La Historia es siempre hegemónica y tramposa pero pensaría uno que a estas alturas
de la “España democrática” los textos escolares y universitarios podrían ser
más ricos en aristas, en vertientes de ese río histórico plagado de
bifurcaciones y meandros engañosos. No es así. No sabemos lo acontecido y, por
tanto, poco derecho ni capacidad de juicio podemos tener respecto al ahora.

 

Las mismas reseñas sobre el bicentenario son escasas en la prensa española en una
actitud de desprecio duplicada por la ignorancia. Triste desgracia la de este
país donde nací, incapaz de revisar su propia historia (ni la Conquista, ni la
Guerra Civil ni el tumulto de acontecimientos que la blasonan) y, por tanto,
inhabilitado para mirar u opinar de la de los otros, aunque esos otros hayan
dependido tanto de nuestros propios vaivenes.

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