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Mientras tantoQue se jodan

Que se jodan


 

No saben lo que nos están haciendo. De verdad que no lo saben.

 

Bueno, que se jodan.

 

Nosotros creíamos que éramos felices. ¿Ustedes también?

 

¿Han quitado un televisor de esos que pesan veinte kilos y lo han reemplazado por uno que se puede levantar con un dedo? ¿Han entrado a un piso flamante que les pertenece? ¿Han cambiado el horno por uno que se limpia solo? ¿Han bajado a la calle cajas vacías de Panasonic, Apple, Fujitsu, Siemens? 

 

Creíamos que eso era la felicidad: Hacer la compra online. Llenar el carrito virtual de cosas sin mirar el precio. Diez de esto. Veinte de aquello.

 

Creíamos que eso era la satisfacción: dar doble click y comprar un viaje a Egipto, a Laos, a Nueva York.

 

Creíamos que eso era la vida: ir a Ikea, cambiarlo todo, menos la vida, llenar los silencios con elocuentísimas cosas: una lámpara de diez intensidades, un sofá que da masajes, un home theater con sonido de cine.

 

¿Cuántos elefantes necesitábamos tener en el salón para que se camuflara el otro: el gran elefante? Teníamos dinero tarjeta de crédito para comprarnos todos los elefantes del mundo. ¿Era nuestro ese dinero? El banco decía que sí.

 

Elefante tele. Elefante coche. Elefante piso. Elefante crucero por el Caribe.

 

Nos va de puta madre.

 

Mujer, nos va de puta madre.

 

Elefante, nos va de puta madre.

 

Calla. Calla. Calla y admira la república independiente de nuestra casa. Todos nos envidian, tus amigas se ponen verdes al ver tu nuevo sofá, mis amigos vienen a ver el partido en Canal Plus y dicen ‘tío eres la polla’. Así lo dicen:

 

Tío, tu tele es la polla, tu piso es la polla, tu vida es la polla.

 

Pero el elefante…

 

Calla, mujer, que nos va de puta madre.

 

Y un día ¿sabrían ustedes marcarlo en un calendario? nos dimos cuenta de que nos habían desahuciado:

 

Del piso

Del coche

De la tele con Canal Plus

Del crucero por el Caribe

De comprar bien sin mirar a quién

De Apple, de Panasonic, de Siemens.

 

Que se jodan.

 

Eso dijeron ellos: que se jodan.

 

¿Te acuerdas del despertar, del día siguiente después del despido? ¿Del sabor a mercurio en la boca, del cañón en la boca del estómago, del mareo? Era la resaca más bestia del mundo, la resaca de un resucitado, la resaca del tío de Leaving Las Vegas.

 

Día para no levantarse, para cerrar los ojos de nuevo. Esto no puede estar pasando.

 

Tal vez era martes. No me levanté.

 

¿Cómo coño vamos a pagar? ¿Cómo coño vamos a vivir? Las posibilidades vivieron por encima de nosotros.

 

Que se jodan.

 

Y la pregunta: ¿de verdad necesitábamos todo esto?

 

Reproducido por un millón de ecos el elefante del salón elevó la trompa y aulló. Porque este elefante, el que vivía en nuestro salón, aullaba.

 

Caído el sistema. 404 not found. El número que usted marcó no existe. El abonado está fuera de servicio. Nos jodimos.

 

Y así, desnudos, como el emperador del cuento, nos miramos. Tú frente a mí: no frente a la tele con Canal Plus, no frente al volante, no frente al Coliseo Romano.

 

Tú frente a mí. No nos conocíamos de nada.

 

El ipad. El plasma. El coche. A ellos los conocíamos. Pero tú a mí no. Yo a ti no.

 

Que se jodan.

 

Entonces un día, tal vez era jueves, me levanté, me puse talco en las manos que es lo que se suele hacer cuando una se va a calzar unos guantes de boxeo. Decidí defenderme.

 

Que se jodan.

 

Lo mismo pensó la amiga arquitecta que abrió una tiendita de cervezas. Y los amigos periodistas que montaron un diario digital. Y el amigo abogado que inauguró un café libro. Y el amigo ingeniero que descubrió su amor por la restauración.

 

Y yo decidí ser freelance. Free. Y viví y vivo (con menos, vivo).

 

Que se jodan.

 

Y aunque se han ido tantos jóvenes como si un flautista de Hamelín hubiera tocado su siniestro instrumento en todos los pueblos de España, hay otros, por ejemplo mi Vero, que ya tenía un pie en Canadá, que están desde esta semana trabajando de lo suyo.

 

Que se jodan.

 

Y nos llaman antisistema, indignados, subversivos, inconformistas, anarquistas, alborotadores, irrespetuosos. Pero nosotros nada menos y nada más somos gente –tú, tú, tú, yo que quiere vivir.

 

Así que, que se jodan.

 

Ellos creen que nos han aplastado, pero nunca hemos sido más fuertes, más recursivos, más peleones, más exigentes, más creativos, más auténticos, más austeros, más despiertos.

 

Despiertísimos.

 

Que se jodan.

 

Nos han ayudado a abrir los ojos.

 

Que se jodan.

 

Nos han permitido levantarnos del sofá.

 

Que se jodan.

 

Nos han hecho encontrarnos con nosotros mismos y nuestros talentos.

 

Que se jodan.   

 

Nos han hecho sacar el elefante de nuestros salones.

 

Ahí se va el mío, bamboleando su gordísimo trasero. ¿Cómo podíamos no verlo? Adiós elefante, adiós.

 

Nosotros podremos sobrevivir sin ipad, sin coche, sin piscina, sin plasma, sin vacaciones soñadas, pero ellos tendrán que sobrevivir sin nosotros, sin nuestro apoyo, sin nuestros votos.

 

Ellos intentarán sostenerse de un hilo mientras les gritamos que se vayan, que se vayan todos.

 

Y no podrán.

 

Que se jodan.

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