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¿Qué significa hoy el platonismo?

Considerándose a sí mismo «antiplatónico», Nietzsche insiste en que los occidentales heredamos de Platón una profunda aversión a lo sensible, a las cosas que nacen, cambian y mueren. Y todo ello en  nombre de la estabilidad «inmaterial» de la idea, de la frialdad intelectual de los conceptos. Precisamente le llama platonismo a esta moderna pasión nuestra por las líneas rectas de las comunicaciones, las definiciones, los conceptos, los rascacielos, la información y los estereotipos. Es de suponer que seguiría viendo en el mundo contemporáneo de líneas rápidas el mismo desprecio por la curvatura terrenal, sensible y mortal que él vio en el siglo XIX.

 

En cuanto diagnóstico de esta sociedad decadente, parece difícil llevar la contraria al pensador del Eterno retorno. Lo que es más dudoso es que Nietzsche sea justo con Platón, es decir, que se pueda culpar a la «Teoría de las ideas» de la pasión occidental por la elevación y la seguridad de lo geométrico. Fijémonos en algunos matices. Primero, en ningún momento Platón dice que el mito de la caverna los reflejos del fondo seas solo un espejismo, una mentira de la que debemos fácilmente desprendernos. Al contrario, tenemos razones para pensar que según Platón partimos siempre de una caverna de prejuicios, penumbra, medias tintas e inercia. La caverna es necesaria para liberarnos hacia la verdad.

 

De hecho, ¿qué es la libertad más que la tarea continua de lucha contra nuestras prisiones, los obstáculos que siempre nos encontramos en el camino? Las «cadenas» nos son necesarias como la gravedad y la resistencia del aire para el vuelo de las aves. Incluso cuando somos demasiado libres buscamos retos y zonas de resistencia que nos permitan entrenar el músculo de la libertad.

 

Del mismo modo, en Platón la «falsedad» de las cosas es necesaria como ocasión, «peldaño» (hipothesis) para elevarse a la verdad de la idea. No podríamos escalar si no tuviéramos que salir de una cueva. Lo sensible es necesario, pues, como punto de partida, un suelo desde el cual elevarse a la verdad inteligible.

 

Después, todo el tema de la belleza, fundamental en Platón, el amor (eros) a los cuerpos humanos y el amor a la belleza de las cosas, significa otra reivindicación del lugar crucial de lo sensible. La belleza es ver en un cuerpo singular el brillo universal de la idea. Este caballo es bello cuando él resplandece con la idea dentro. Lo mismo una hoja de árbol o una piedra.

 

Finalmente, la línea de pensamiento que heredamos de Platón (Aristóteles, San Agustín, Leibniz, S. Weil o M. Zambrano… tal vez el mismo Unamuno) para nada implica un desprecio de lo sensible. Por el contrario, podemos entender a todos estos pensadores, y el caso de Leibniz es rotundo, como seguidores de un «platonismo de los múltiple» (Badiou), una voluntad de poner en el devenir de las cosas la potencia universal de la idea. La única forma que tenemos de encontrar estabilidad en este mundo cambiante es ser «platónicos», encontrando (dirían los estoicos) la cifra que se esconde en cada accidente, tras cada avatar.

 

Otra cosa es que después Occidente haya malbaratado esta sabiduría, poniendo en pie una aversión al suelo sensible que es a la vez una aversión a la inteligencia que tienen en común los hombres. De ello no habría que culpar a Platón, sino a una cultura que le ignora y le desprecia.

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