Joan Fontcuberta es más que un fotógrafo. Hace mucho tiempo que empezó a preguntarse por el sentido de la realidad, por ese imperialismo de la razón, de la verdad, que la fotografía se atribuye cuando no se pone en cuestión a sí mismo. Como recoge Gloria Crespo MacLennan en Babelia, en palabras del propio artista: “¡Ojo!, que yo no aspiro a engañar, sino a enseñar a descubrir el engaño. Mi mayor satisfacción es cuando el público se hace cómplice de mi propia estrategia”. El fotógrafo no deja de insistir en que “el dogma es como un virus y lo infecta todo. Yo soy un descreído y me he hecho abogado de la duda crítica”, añade a cuenta de la exposición Imago, ergo sum, que presenta en la Sala Canal de Isabel II.