El despertar del siglo XV propició una de las mayores aventuras de la Humanidad: las «Descubertas» portuguesas que llevaron a los marinos de la Escuela de Sagres a «descubrir» la ignota costa africana, doblar el Cabo de Buena Esperanza y llegar a la India y China (y de paso también a Brasil).
Y todo gracias a la Escuela de Cosmografía, el Observatorio Astronómico y la Escuela de Pilotos que creó Enrique el Navegante en el Algarve portugués en 1416: el mayor complejo investigador en cartografía, astronomía y navegación de su época. El estudio de los sabios de la antigüedad clásica (Eratóstenes, Aristóteles, Estrabón, Ptolomeo…), de los geógrafos árabes como Al-Idrisi, y de los cartógrafos Judíos de la escuela mallorquina como Abraham Creques, les llevó a conocer con bastante precisión el tamaño de la Tierra. Pero sobre todo, lo que impulsó fue sus ansias de descubrir de conocer que había en la parte de la superficie de la Tierra que no aparecía dibujada en los mapas.
Así llegaron a Madeira en 1418, a las Azores 1427 y hasta cabo Non (1422). Pero de ahí no pasaron, no se atrevían a doblar el cabo del Miedo (cabo Bojador). La culpa era de Aristóteles y, sorprendentemente de un error de cálculo de la racionalidad. Entre ellos, la autoridad de Aristóteles era indiscutible y se había convertido en infalible por su demostración de que la Tierra era redonda. Los argumentos del griego eran rotundos: el primero es que las constelaciones varían de situación en el cielo conforme cambiamos de latitud, pero su forma permanece idéntica, lo que solo se puede explicar si nos desplazamos por una superficie curvada. El segundo no era menos contundente; la proyección de la sombra de la tierra sobre la Luna cuando se produce un eclipse es redonda sea cual sea la posición en que se encuentre la Luna, lo que sólo se puede explicar si la Tierra es una esfera (si fuese plana como una moneda su proyección sería una elipse).
Desgraciadamente, Aristóteles no era infalible y un “metedura de pata” suya iba a retrasar considerablemente los descubrimientos portugueses: se confundió a la hora de calcular la temperatura que podrían encontrarse los marinos al acercase al ecuador de la Tierra.La lógica le indicaba que cuando más se desciende de latitud más se incrementaba la temperatura. Según este razonamiento ( y los cálculos que realizó) llegaría un momento –alrededor del ecuadro- que la temperatura llegaría a ser tan alta que se derretiría la brea que calafateaba los barcos y los infortunados marinos morirían escaldados. En tierra firme no serian mejores las cosas pues el calor impediría la vida. Denominó “zona Perusta” a esa región ecuatorial tan cálida que condenaba al aislamiento entre el hemisferio Norte y Sur.
Una zona que empezaba justo después del cabo Bojador. Los portugueses que habían llegado hasta el cabo de Non (cerca ya del cabo Bojador) en 1421, observaron el viento cálido (que procedía del desierto Sáhara) y las extrañas brumas (calima) que probaban la proximidad de la Zona Perusta.A pesar de ello, Enrique el Navegante no se arredró ante estos cálculos y encargó al capitán Gil Eanes, uno de los más cualificados marinos portugueses de su tiempo, la misión de traspasar la línea del cabo Bojador. Hasta en doce ocasiones, según la leyenda, el que fuera escudero del Navegante se afanó en esta empresa, pero sólo surcaba las aguas de día, a la vista de tierra y ante el menor indicio (por ejemplo la silueta del cabo maldito envuelto en vapor, que según Eanes procedía del hirviente mar), daba la vuelta.
El tesón del Navegante y el miedo que infundió a Eanes si a la treceava no era la vencida (seguramente algo así como o mueres en el intento o en el patíbulo), el capitán dobló el cabo y tras comprobar que el barco no se derretía, incluso se atrevió a bañarse en el mar. Corría el año de 1434 y su expedición abrió definitivamente las puertas a la expansión portuguesa. A partir de entonces, ni la maldición de la zona Perusta pudo pararlos.
Eduardo Costas, Biólogo