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Quemar los días: vida y memoria de James Salter

 

Las memorias de James Salter no son unas memorias al uso. Más bien son una colección de recuerdos, a partir de retazos de vidas, de lugares, de las personas con las que se ha encontrado a lo largo de la suya. El título original lo expresa con claridad: Burning the days. Recollection. No en vano, el capítulo más largo del libro esta encabezado por una palabra nipona, exótica y mágica: “Ukiyo”, esas pinturas del mundo flotante de la tradición japonesa, que tan bien describió Kazuo Ishiguro en Un artista del mundo flotante. Éste fue un libro que, reconoce, le costó más que cualquier otro. Y es que parece Salter piensa que hablar mucho de uno mismo es una forma de ocultarse, por lo que prefiere hablar de los demás y, entre líneas, darse a conocer mejor.

 

Para el escritor norteamericano, la memoria también es parte de su país, completando así el aforismo de Léautaud: “tu lengua es tu país”. En el primer capítulo surge un misterioso personaje al que conoce en una reunión y que sabe demasiado sobre diferentes aspectos de la vida de Salter. Este encuentro le sirve para comenzar el engarce de los recuerdos de familia y niñez: los viajes de visita a su abuela, el boxeador Jack Dempsey, sus tíos, los campamentos de verano y sus padres – en especial su padre, al que seguirá los pasos en el ejército. La vida para Salter es como una casa y sus memorias están pensadas para ser las ventanas de la misma. Por ello, en la narración va cobrando importancia el dibujo de las vidas de los otros a partir de una situación cotidiana o de una imagen, que sirve para hacer un dibujo profundo.

 

Asimismo, describe su paso y aprendizaje en West Point, donde se reconoce mal alumno y un inadpatado que no encontraba su sitio. Quizá no podía ser de otra forma en un lugar cuyo lema era el solemne y exigente: “Deber, Honor y País”. En su repaso de su entrenamiento de vuelo y de sus días como piloto en Corea se encuentra la base real de algunas de sus novelas más reconocidas (por ejemplo, se entrevé mucho de lo que escribió en Pilotos de caza, siempre a través de retratos de sus compañeros) y termina con una reflexión sugerente sobre la guerra que remata con un extracto del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Lorca. Y, entre retratos, aparece el propio Salter como hilo central de la narración en el capítulo de “The captain´s wife”, el texto que fue el origen de este libro y donde describe su relación con la esposa de un capitán en Honolulu. Una historia de amor imposible, o sin posibilidad, en ese mundo cerrado en el que vivían y compartían. Al final, será la propia Paula quien le aconseje que se case con otra mujer, en una boda sin convencimiento que tampoco podía salir bien.

 

Después de esta narración se vuelve a dejar paso a evocaciones, de numerosos personajes y situaciones. De esta manera, le dedica un capítulo a Irwin Shaw, a quien reconoce que envidió, dedicándole emotivas palabras, a la vez que aparece un Hemingway que quiere romperle la nariz a Shaw. “Ukiyo” es, como ya se ha dicho, un cajón de sastre, una colección de personajes, donde caben desde un Robert Reford que comenzaba a despuntar hasta un buen retrato de Roman Polanski, pasando por el fundador de Grove Press, que le mostrará a autores como Isaak Babel, o su profesora de italiano… Y también demuestra su genio literario al referirse a los muchos lugares en los que vivió o vistó: allí está Roma y no podía faltar París, ciudad en la que se apilan sus recuerdos. Y es que, según confiesa, su estancia en Europa hizo que valorase las cosas en su justa medidad y llegara a la madurez. Lanza en esas páginas algunas interesantes reflexiones sobre el continente en el intento de respuesta de las cuatro preguntas kantianas: ¿qué puedo saber?, ¿qué puedo hacer?, ¿qué puedo esperar?, ¿qué es el hombre?

 

Aunque, como lector, me quedo con la emotividad que se desprende de la narración en la que describe a la viuda de uno de sus compañeros de Corea, que murió en Cabo Cañaveral en el incendio del Apolo I. En este sentido, las últimas páginas están cargadas de añoranza, “the fire had burned to embers”, construidas también con trozos de vida, con frases cortas y directas, que se van acumulando, marcando un final sencillo y profundo. Burning the days descansa en esos retratos tan profundos y certeros, tanto si es de un amigo de toda la vida de su padre que se derrumba en el funeral de éste entre sollozos o de un reconocido artista internacional como Polanski. Son los recuerdos de un observador que cree que «It is only in books that one finds perfection, only in books that it [refiriéndose a la vida] cannot be spoiled. Art, in a sense, is life brought to a standstill, rescued from time”.

 

Sé que apareció hace un tiempo una edición española (en Salamandra, para más señas) de esta obra, que yo leí hace ya algunos años (¿quizá en 2006?). Quede aquí este particular resumen como homenaje de este “clásico atemporal”, como le definió en algún lugar Rodrigo Fresán.

En esta misma revista han escrito sobre Salter Pablo Mediavilla y Paloma Torres e, incluso, el propio James Salter publicó un texto en los inicios de esta aventura.


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