Me impresiona la indiferencia de la mayoría de la gente ante el empobrecimiento y vaciamiento del lenguaje. Aparte de Álex Grijelmo, que fue uno de mis jefes y sigue siendo un maestro desde su columna semanal en El País y sus libros, sólo me siento acompañada por Javier Marías y su permanente irritación, que hay quien llama malas pulgas.
Oigo muchas quejas sobre él. Que es negativo, elitista, cascarrabias, proclive al improperio, machacón; pero yo le defiendo porque siempre da argumentos: incansable y sí, machacón. Es secundario que sea cascarrabias mientras tenga razón y le preocupen las cosas de todos, entre ellas muy en especial la lengua. A veces no suscribo sus opiniones, claro, pero eso me pasa a menudo con quienes me rodean, y supongo que a cualquiera.
A veces me pregunto por qué no le hace más caso la Academia. No entiendo que no haga recomendaciones, llamamientos a los comunicadores, publicitarios y otras hierbas. Estamos hablando de claridad, concisión, belleza. Ya sabemos que la RAE recoge lo que triunfa entre los hablantes, pero a veces no se ve por ningún lado que limpie, pula ni dé esplendor, como cuando acepta términos de moda (bizarro) que sobran y oscurecen otros de uso común. Señora RAE: si acepta cocreta, para cuándo paralís? (es un poner)…
Trabajé con Grijelmo en una época en que El País tenía una sección de Edición, dirigida por él, que filtraba los textos, comprobaba datos y corregía errores antes de que el diario pasara a talleres. Hace bastante que no existe esa sección, y vaya si se nota. Siento una punzada cada vez que leo en esas páginas un colapso o un relevante sin ton ni son, por no mencionar la ristra de bullying que se me han indigestado. Hace poco guardé un recorte del semanal (EPS), con la foto de una mochila que ocupaba una página entera. El texto sólo tenía trece líneas y la describía así: “…cómoda y sencilla, aunque su precio de 5.500 euros la hace factible sólo a unos pocos”. Dejando de lado en qué te hace pensar esa cifra si la divides por los doce meses del año, pensé que no ser capaz de usar “asequible” en vez de factible, denota una pobreza de léxico que asusta. La firma era EPS; una página impar, en color; ¿varios cientos de miles de ejemplares? ¿cuántos cientos de miles de lectores? …Pero como parece ser que soy una persona muy positiva, ahora tengo esperanzas de que la nueva directora, Sol Gallego-Díaz, que siempre demostró gran sensibilidad hacia esta cuestión, mejore el panorama.
Por otra parte sigo recogiendo más y más ejemplos de una especie de despiste que aqueja al hablante, como si le fallara el oído en la música del idioma. Cosas como “era lógico de esperar”, “las reacciones no se han hecho de esperar”; “eso no es un plato de buen gusto”. Cabría preguntarse también aquí ¿cuándo se jodió el español (de España)? Hay cuestiones que son de buen gusto, y cosas que no son plato de gusto. Hay personas que se hacen de esperar, respuestas que no se hacen esperar. La publicidad y la gente del mundo deportivo han decidido que juegan a fútbol, a billar, y que se miden a un contrincante. Ellos sabrán por qué. Otros tocan Schubert, como si pensaran en inglés (to play…)
Pero lo más llamativo para mí en este fenómeno de “sordera “ idiomática es la proliferanción de cosas como la “prohibición de no circular” o “evitar que no pase gente”. Siento recordar que la gran mayoría de quienes perpetran estas frases son, ejercen, de periodistas. Viven –o probablemente malviven…- de nuestro idioma común.
No he leído a Edna O’Brien (“escritora honorable que camina hacia los noventa”), pero pienso hacerlo, después de leer una reseña magnífica sobre sus libros –en El País– . Tomo del texto esta idea suya: “Quien abarata el lenguaje abarata el pensamiento”.