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¿Quién paga el cocktail?

 

Sabemos que la adulación es una táctica infalible para utilizar a los demás en beneficio propio. Siempre ha sido así. Todo el mundo necesita ser valorado y apreciado –de ahí el gran éxito actual de las redes sociales, poderosas industrias del halago simplón–, pero si hay una tipología de humano con una necesidad patológica de reconocimiento, ese es el artista. Una debilidad que conocen bien y aprovechan mejor los intermediarios del asunto, sobre todo los que juegan en las categorías inferiores del negocio. No es que las galerías de relumbrón, las que representan a las estrellas, sean ajenas a ello, pero, dada la magnitud de sus operaciones financieras y las de sus representados, su trabajo tiene más que ver con proponer y gestionar inversiones.

 

Es en la zona baja del mercado -la de los cuadros a juego con el sofá- donde se mezcla la desesperada búsqueda de reconocimiento del artista «emergente» con la precariedad financiera y la falta de escrúpulos de muchos galeristas. Una combinación explosiva que tiene efectos letales sobre la dignidad de un oficio cada vez más borroso.

 

Así, día a día proliferan las galerías que buscan su negocio, más que en el comprador, en el artista desesperado, al cual exigen que «colabore» por adelantado en la financiación de ferias y exposiciones. Suelen contactar con ellos a través de email, mostrando un tan enorme como ficticio interés por su obra y por la posibilidad de trabajar juntos. Los más considerados incluso se informan un poco sobre la trayectoria del pobre incauto para que no se note que están pescando con red. Tras una buena sesión de adulación al artista –por supuesto en la galería, ellos no se desplazan nunca al estudio de la victima–, seguida de otro tanto de autobombo, el galerista súbitamente cambia de cara, se aflige, se excusa por tener que hablar del asunto y, obligado por lo “mal que está la situación”, reclama al iluso su «justa» aportación a la causa. En algunos casos el pobre diablo intenta pagar la mordida con obra, algo que jamás aceptará el usurero, que sólo admite cash (¿dónde queda aquél pretendido interés por el artista?)

 

Las galerías de arte son un negocio y cada uno lo lleva como le parece, no lo discuto, pero este tipo de propuestas dice muy poco en favor de quien las hace y de los artistas que las aceptan, y perjudica seriamente la credibilidad de los verdaderos galeristas, los que aman el arte, los que se entusiasman con sus representados, creen en su negocio y asumen el riesgo de sus decisiones. Los que pagan el cocktail.

 

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