Silvia Nanclares escribe en Quién quiere ser madre sobre el retraso de la natalidad en nuestros días y los mecanismos sociales que han llevado a las mujeres a postergar la maternidad. Sobre el desconocimiento que las mujeres, incluso las más jóvenes, las hijas de la Transición, tienen de su propio cuerpo y su funcionamiento. Sobre el descuido de la sanidad (o de la medicina) respecto a las dolencias femeninas (en ello también abundaba Marta Sanz en Clavícula). Sobre la mercantilización de este «proceso productivo» cuando la naturaleza falla (el servicio que presta la sanidad pública es muy limitado y son las clínicas privadas las que sacan fruto de este déficit, con segmentos de alto nivel y también de bajo coste, para llegar a casi todas las clases sociales). Sobre los bienes sociales con «peros» (una emancipación femenina que a veces parece servir más al mercado que a las mujeres mismas) y los males sociales (el paro, la precariedad laboral, el encarecimiento del coste de la vida, la inestabilidad permanente, la ambición por conquistar un futuro mejor que siempre, siempre, siempre, está más lejos, que nunca, nunca, nunca, llega) que están llevando, en definitiva, al progresivo envejecimiento de la población. Sobre el falso alargamiento de la juventud y los límites que impone el cuerpo. Y sobre tabúes masculinos, aunque estén mucho menos presentes, y sean muy importantes.
El relato de Nanclares es necesario porque «normaliza» una inquietud que cada vez es más común entre mujeres de una generación (la de nacidas en los años setenta) que retrasó la maternidad; igual que otros libros han «normalizado» el deseo contrario, el de no ser madres nunca y en ninguna circunstancia; o relatos de madres que adoran a sus hijos pero «se arrepienten» de haberlos tenido; o aquéllos que desmitifican la maternidad y ponen el acento en los sacrificios y los sinsabores.
Y todas esas mujeres empatizarán obligatoriamente leyendo a Nanclares: las que están en la ansiosa búsqueda del hijo solas o acompañadas de un hombre o de otra mujer; las que negaron desde que tienen conciencia su futura maternidad; las que están encantadas con sus hijos; y aquéllas a las que les pesan muchísimo las dificultades que tienen que sortear por ser mujeres, trabajadoras y madres en un mundo hostil con todos y un poco más con quienes tienen la responsabilidad de educar y de cuidar.
También los hombres más contemporáneos por co-rresponsables deben conectar con la historia. En la novela tienen un peso específico fundamental las mujeres, que pueden ser nuestras propias amigas que se ponen y no lo consiguen o que se congelan los óvulos para por si en un futuro…, pero los personajes masculinos (ya padres o que quieren serlo) son muy importantes también.
Y justo mientras acabo la novela, reviso el informe anual de la Fundación Foessa sobre la situación social de España y veo que incluye un capítulo en esta esta edición con el título: «Querer no es poder. La brecha entre la fecundidad deseada y la alcanzada revela un déficit de bienestar individual y social». Lo firma Teresa Castro Martín, del CSIC. Arranca así: «Todos los países europeos han experimentado un importante descenso de su tasa de fecundidad en el último medio siglo. Sin embargo, mientras que en un buen número de países del norte y oeste de Europa, la tasa de fecundidad parece haberse estabilizado en un nivel próximo a los dos hijos, en España la tasa de fecundidad lleva ya casi tres décadas por debajo de 1,5 hijos por mujer y desde 2011 en torno a 1,3 hijos, un nivel que se sitúa entre los más bajos del mundo».
Pese a que no deja de mencionar los problemas a futuro que esta baja tasa de natalidad conllevará para un sistema de bienestar social, el español, basado en la solidaridad intergeneracional, el artículo de Castro Martín analiza la natalidad como síntoma de bienestar o de su carencia. Ahí es donde pone el foco.
Da algunos datos más. En primer lugar, España es uno de los países europeos donde se observa una mayor distancia entre el número medio de hijos deseados (2,1) y el número medio de hijos que realmente se tienen (1,3). En segundo lugar, ha aumentado el porcentaje de mujeres que finaliza su etapa reproductiva sin hijos: si entre las mujeres nacidas en 1940, eran el 8,2%, esa proporción llega al 19,4% entre las nacidas en el año 1970. Y veremos qué sucederá entre las mujeres nacidas más avanzada esa década o entre las de principios de los ochenta: hay síntomas que apuntan que muy probablemente las mujeres sin hijos continuarán aumentando (la autora cita un estudio que estima que un 25% de las mujeres nacidas en 1975 no tendrá hijos), aunque el porcentaje de mujeres que declaran no querer ser madres sigue constante y por debajo del 5% (¿de verdad no aumenta o sigue siendo un tabú?). En tercer lugar, España es uno de los países del mundo en los que más tardíamente se tienen hijos: antes ser padre o madre joven era algo considerado «de clase baja» o de «clases poco educadas» (también habla de ello Nanclares en su novela), pero ahora el retraso de la maternidad y la paternidad es un fenómeno interclasista.
Si de acuerdo con las evidencias que muestra Teresa Castro Martín, las españolas quieren tener más hijos de los que tienen, ha de haber factores que les impidan cumplir sus deseos. En esto, la lectura del capítulo del Informe Foessa es complementario con la novela de Silvia Nanclares: Castro Martín pone la teoría y Nanclares, la práctica, el sentimiento, la angustia, la impotencia y el desamor a veces, o la falsa prórroga de la adolescencia, sin olvidarnos de la biología. O, visto de otra manera, si el título de la novela plantea la pregunta de quién quiere ser madre, Foessa responde, sociológicamente, por qué no lo es.
Castro Martín comienza con el desempleo y la precariedad laboral como primera causa del descenso de la natalidad. Y los jóvenes, los que deberían estar formando familias, junto a los mayores de 55 años, son las principales víctimas del mal funcionamiento del mercado laboral español. Las políticas públicas también fallan: «En España, las políticas de apoyo a las familias, a la conciliación trabajo-familia, y a la crianza de hijos nunca han ocupado un lugar prioritario en la agenda política». Y, de hecho, el gasto público en prestaciones familiares es muy inferior en España al de la mayoría de países europeos.
Pero no todo es el paro y la falta de políticas públicas que favorezcan la natalidad. Es necesario otro ingrediente para arreglar el problema ya casi endémico de España: ahondar en la corresponsabilidad de padres y madres. Si bien se ha generalizado en las familias contar con dos sustentadores económicos, sigue sin haber dos sustentadores cuidadores y las tareas de crianza de los hijos siguen cayendo, mayoritariamente, en las madres. «La desigualdad de género también tiene una influencia importante en las decisiones reproductivas, ya que condiciona la distribución de los costes asociados a la crianza de los hijos. Numerosos estudios constatan una correlación positiva entre el grado de igualdad de género de una sociedad y su tasa de fecundidad», explica Castro Martín, que añade: «La distribución de roles y responsabilidades dentro del hogar, aunque comience siendo bastante igualitaria, suele volverse más asimétrica cuando llega el primer hijo y esto puede condicionar la fecundidad posterior». Ello nos lleva a preguntarnos si los personajes de Quién quiere ser madre (y la propia autora) estarían buscando un segundo hijo con el mismo ahínco con el que buscan el primero.
«Quizás las generaciones posteriores a las nuestras, las mejor preparadas de la historia, sí aprendan algo, a pesar de la dificultad de sus minijobs y sus maletas: a presionar a la clase política para implementar infraestructuras y medidas que apoyen la maternidad y paternidad en un tramo más temprano de la edad fértil. O a la clase médica, con el fin de ampliar el espectro de la reproducción asistida pública. Contribuirán entonces a que el imaginario social cambie respecto de cuál es la edad idónea para tener un hijo, a que haya un reajuste entre el momento en que percibimos que una mujer es apta para ser madre y su capacidad biológica para ello. Dejarán de venerar la maternidad, y harán de una vez la revolución», escribe Silvia Nanclares. Quizás no menciona el problema de la corresponsabilidad en la crianza porque para ella, al menos de momento, no parece ser un problema. Pero, ¿se cumplirán sus deseos?, ¿se encuentra entre las inquietudes de las nuevas generaciones el deseo de tener hijos?, ¿tienen conciencia de cuáles son los problemas que les impedirán concebirlos?
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