En 2017, el 26,6% de la población de España estaba en una situación de riesgo de pobreza o exclusión social, según datos de la European Anti Powerty Network, que ha publicado esta semana su informe sobre la situación social en España. Esta cifra es inferior a la del peor año de la crisis, 2014, cuando alcanzó el 29,2%. Es cierto, pues, que el crecimiento del PIB de los últimos años está contribuyendo a que mejore ese indicador, conocido como AROPE y que se construye teniendo en cuenta la tasa de pobreza, indicadores de privación material y la intensidad del empleo por hogar. Pero también es verdad que la mejora en los indicadores sociales está siendo muy lenta, lo que resulta especialmente preocupante si tenemos en cuenta que ya se están empezando a observar los primeros síntomas de ralentización en la economía global y, por ende, también en la doméstica. Es bastante probable, pues, que cuando la próxima crisis arranque las heridas de la anterior no se hayan restañado, es decir, que no se haya vuelto a la posición de partida, a la situación pre-crisis. Aunque ésta no era, ni muchísimo menos, la más deseable, la perfecta, la óptima. Y esto último muchas veces no lo tenemos en cuenta.
La obsesión por los daños que ha propinado la Gran Recesión y el modo en que se ha gestionado (liberalización del mercado de trabajo y austeridad fiscal) nos han hecho olvidar de dónde veníamos: de acuerdo con el gráfico bajo estas líneas, cuyo modo de presentación, cuya escala, no son los mejores, indica que en el año 2007, el último año de la época de “mayor prosperidad” de la economía española, el 23,3% de la población española estaba en riesgo de pobreza o exclusión social. No recordamos de dónde veníamos porque hasta que las clases medias (que no han sido las más afectadas por la crisis) no han sentido la amenaza de la vulnerabilidad económica llamando a su puerta, apenas había preocupación por los pobres y apenas aparecían sus relatos en los medios de comunicación. Ahora, como consecuencia de ello, la atención está centrada en los nuevos pobres, en los vulnerables más recientes, por eso predominan los titulares de los x millones de universitarios que ahora viven en la pobreza o los que atienden a las clases medias presuntamente empobrecidas y paganas de la crisis. Los pobres de siempre casi ni aparecen ni importan.
Si hemos hablado de porcentajes, a continuación lo haremos en números enteros. En 2017, hay casi 12,4 millones de personas viviendo en riesgo de pobreza o exclusión social en España. La cifra ha bajado desde que en 2014 se alcanzaron los 13,657 millones de personas en situación precaria. Pero en la España pre-crisis, ya había más de 10,5 millones de personas en penosas circunstancias. ¿Si hubiéramos llegado ya a los niveles anteriores a la Gran Recesión en términos de pobreza podríamos estar satisfechos, conformes porque significaría que se ha superado la crisis? A veces parece que es así.
En el informe que reseñamos aquí sí hay muchos datos de los que cabe deducir que quienes más sufrieron la crisis y quienes no están beneficiándose de la recuperación económica son los que ya eran los más pobres antes de que quebrara Lehman Brothers.
Para empezar, el estudio presenta un repaso de los ítems de privación material severa y su evolución entre 2004 y 2017. Aquí nos fijaremos en el año previo al estallido de la última crisis como punto de partida y en dos indicadores. En 2007, el 8% de la población vivía en hogares que no podían mantener la vivienda con una temperatura adecuada, idéntico porcentaje al que nos encontramos en 2017. En 2007, el 2,4% de la población no podía permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días; una década después, con el PIB creciendo, ese porcentaje es de un 3,7%. “Dado que la restricción alimenticia es la última línea roja que se atraviesa en la lucha por la supervivencia, esta situación sólo puede interpretarse como un signo claro del radical empeoramiento de las condiciones de vida de los más pobres, dentro, incluso, del grupo de personas pobres”, comenta el informe. “La recuperación no llega a los más pobres”, dice también el documento, pero, posiblemente, porque tampoco disfrutaron del periodo de bonanza previo a la crisis. (Si pincha en la imagen la podrá ver a mayor tamaño).
Las tablas a continuación muestran que quienes ya eran los más pobres en 2008 han sido los que más han visto reducida su renta en la última década. La primera decila, es decir, el 10% más pobre de la distribución, que en el arranque de la crisis contaba con una renta personal media de 2.420 euros, en 2017 se las tiene que arreglar con 1.881 euros, un 22,3% menos.
Las otras dos decilas a continuación también contaban en 2017 con menor renta que en 2008. Por lo tanto, podemos concluir que las únicas decilas que tienen ahora menos ingresos personales medios que hace diez años son las tres primeras, es decir, el que en 2008 ya era el 30% más pobre de la población.
A partir de ahí, todas las decilas, tanto las que corresponderían a la clase media (por renta) como las más elevadas cuentan con ingresos ahora superiores que en 2008. (Pinche en la imagen para poder verla a mayor tamaño).
Las decilas de renta resultan de ordenar a la población según su renta y dividirla en diez grupos con el mismo número de personas cada uno. Cada decila incluye a unos 4,6 millones de personas.
A continuación aparece la población ordenada en cuartiles, es decir, dividida en cuatro grupos. El único de ellos en que la renta ahora es más baja que en 2017 es en el primero, es decir, en el que conforma el 25% de la población con menor renta: el año pasado sus ingresos eran un 9,1% más bajos que en 2008. En cambio, el tercer y el cuarto cuartil han mejorado su renta cerca de un 5% entre 2008 y 2017.
Por eso se explica el siguiente gráfico: si en 2004 el 20% con mayores ingresos contaba con una renta que multiplicaba por 5,2 veces la del 20% con menos ingresos, y en 2007 el multiplicador era de 5,5 veces, en el año 2017 ha alcanzado las 6,6 veces, después de haber pasado por las 6,9 veces en el peor momento de la crisis.
¿Qué conclusión podemos extraer de todo esto? Que España parece tener una pobreza estructural muy elevada, muy dañina y muy silenciosa, que permanece oculta incluso en momentos de crisis, porque en ellos sólo parecemos atender a los nuevos vulnerables, olvidándonos de los antiguos y más atacados por la recesión, porque los damos calladamente por crónicos y por irrecuperables.
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