Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tanto¿Quiénes somos El Gallinero?

¿Quiénes somos El Gallinero?


Aquí presentamos a las gallinas de este gallinero. La que más habitualmente escribe es:

nico guau, con minúsculas, es de raza dálmata y nació en 1990 en un pueblo de Badajoz. En la escuela aprendió a leer y a escribir, hasta que a los 6 años fue adoptado por una inmunda familia pacense y dejó de estudiar para limitarse a hacer sus necesidades con correa 3 veces al día. Se cansó de aquello y viajó a Madrid. Una joven le acogió en su casa y entonces empezó a leer todo. Se enamoró de ella, pero al no sentirse correspondido, se independizó y comenzó a escribir relatos. En 2003 ganó un importante premio por el relato perdido El perro y el culo, y al año siguiente creó una publicación llamada la hora de nico, que tiene una extraña periodicidad. Actualmente sigue en Madrid, acude a veces al teatro y escribe sobre ello en sus ratos libres.

 

Ahora quiere escribir una nueva gallina:

Con una raspa de pescado como cetro, una mirada aguda, aunque miope y una corona hecha por su dueño, Luis, Macavity se ha erigido como rey de los mininos dentro del gallinero. Una lástima que sea el único gato en el gallinero y, por tanto, ni una sola de las gallinas le haga ni puñetero caso, por mucho que él intente imponer su autoridad. Llegó a Madrid desde tierras lejanas en busca de una droga escasa en su lugar de origen: el teatro. Desde entonces hasta hoy vaga errante por Madrid y cuando siente frío, entra al teatro que se tercie a coger calorcito cerca de algún foco. Si no le pilla de contra, después de la función da su opinión acerca de lo que ha visto y, bueno…. si le pilla de contra, también, que cuando su dueño le escucha hablar, se emociona y le da el doble de comida… Así que… opinemos, claro que sí, opinemos sobre el teatro.

 

Y en otros tiempos también escribieron (unos más y otros menos):

Folguera trabaja en un circo. Su abuelo paterno era de un pueblecito de Lleida, su abuela materna de un pueblecito de León, su abuela paterna de un pueblecito cercano a Madrid y su abuelo materno de Navalmoral de la Mata. Está entusiasmada porque ha descubierto hace poco una nueva faceta de Emily Dickinson.

 

La señora del fondo es una mujer que siempre está y nunca se la ve. La que va a los sitios y huye despavorida. A veces, si hay teatro de por medio, también cierra algún bar. Pero solo a veces.

 

Manuel Rodríguez nace en algún año de la década de los ochenta en el extremo sur del mundo. Arribó a Madrid a principio de este milenio. Esposo y amante del teatro; enamorado de toda persona que realice este bello oficio. Emigrante ilegal de cualquier parte, incluso en su país de origen. Héroe guerrillero, con o sin armas, de los escenarios astillados y sin luz. Acostumbra a disfrazarse de obispo, monja, campesino, abogado, señorona o estudiante para visitar los teatros sin ser reconocido.

 

Los abuelos de muflón Silvestre, de origen alemán, llegaron a la Península en 1956. Sí, justo cuando España emigraba al Norte, sus parientes repoblaban el Sur. Su madre le inculcó un anacrónico sentimiento de lucha por la Unidad Ibérica. Se crió en la Sierra de Cazorla de la que ha heredado un incorregible provincianismo.

Desde su más tierna infancia manifestó interés por la alta literatura. Devoró, de forma literal, la biblioteca de su abuelo paterno, mostrando predilección por Büchner, Hugo y Jarry. A la tardía edad muflona de 15 años, se trasladó a Madrid, con la firme creencia de que el teatro capitolino es de mayor altura que el provincial. Efectivamente, desde la primera fila no se puede ver la función. 

 

Pelma y gris es una artista que murió de sincericidio profesional en todas sus disciplinas. En su exilio social vive en un Thunderbird del 57, del que sólo sale para ir de vez en cuando al teatro. Aunque ama el cine, los libros, la música y la pintura, su interés por todo lo demás fue mermando desde el Apocalipsis Televisivo que volvió aburridos a casi todos los humanos al son del capitalismo. Sólo usa el radiocasete para escuchar cintas viejas y de vez en cuando pone la radio para seguir el discurso que se cuenta a los dormidos. El último veto que se le recuerda fue en algún teatro público, después de pronunciar: “Los mejores no son los que están”.

 

Turuleta nació en un corral -concretamente en el de Almagro- y de ahí le viene su pasión por el teatro. Actualmente pone huevos en Madrid y se rumorea que anda clueca. Dicen que se quedó Turuleta por ver una media de seis funciones por semana. Es fácil encontrarla metiendo el pico en todos los estrenos o escarbando hasta echarse tierra encima.

 

Vera Yobardé. De origen congolés, nació en los valles del sur de Francia hacia 1999. Después de vivir en Gante durante un tiempo, se instaló en España. Aprendió español yendo al teatro en Madrid y regateando en las playas de Mazarrón. No se queda a las cañas, salvo en caso de coacción.

 

Antonio García. Hombre normal. Le gusta comer todos los días. Etcétera.

 

Proveniente de la aristocracia catalana, Camile Solá fue rechazado por su familia al mostrar, ya desde niño, un ferviente interés por el teatro. Se trasladó con apenas dieciocho años a la capital de su país, en la que malvivió durante años, con la intención de ganarse la vida sobre las tablas. La crisis, en el año 2010, fue la causa de su desahucio, hecho por el que duerme ahora en la puerta del CDN, en el barrio de Lavapiés.

 

Animal y escritor, Corvus Arosa nace en 1987, en la Ciudad de los Ángeles, nombre que parece definir su vida. Estudia en el conservatorio Rodolfo Halffter cinco años de piano, que acaba dejando en grado medio a la edad de 15 años. Termina bachiller en el instituto San Isidro de Madrid y luego estudia Dramaturgia en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Melómano y seriéfilo. Español dolorido, joven reprimido, fumador empedernido.

 

¿Quién coño es El Trapo? Quién soy es una cuestión con una respuesta que no existe a ciencia cierta. Fui tricotado en algún paraje extraño de Méjico para luego ser exiliado sin madre ni padre y, mucho menos, sin recuerdos. Una vez allí, los ojos de los clientes de un todo a cien de la Plaza de España de A Coruña me juzgaban como si pudieran comprarme. Lo que yo no sabía es que, efectivamente, estaba ahí para eso. Fui comprado por noventa pesetas. ¡Noventa! Me dolía pensar que ni siquiera merecía tener el precio íntegro de los demás productos de la tienda. Pero dio igual. Me compró una mujer con ojeras y ojos verdes y, como no podía ser de otra manera, me enamoré perdidamente de ella y de sus manos que yo secaba después de que las utilizase para fregar. Era el mejor de los tiempos. Lo que yo no sabía es que ese demonio llamado tiempo no tiene piedad y pasa factura a cada segundo. Se aprende a hostias. Al quedarme huérfano de amor, decidí invertir mis últimos hilos en escribir. Para eso sirve, ¿no? Escribir para intentar salvar los últimos resquicios de un alma que fue amada.

 

Soledad Expósito nace en Buenos Aires en 1983. Con veinte años abandona el estudio oficial de Artes Plásticas, viaja a España y se instala en la ciudad de Guadalajara, donde reside durante tres años. En 2006 se traslada a Madrid con el objetivo de iniciar estudios de Arte Dramático. En 2010 participa en la fundación de la Compañía Opcional, grupo de teatro en el que ejerce de dramaturga y con el que ha estrenado espectáculos en España y México.

 

Más del autor

-publicidad-spot_img