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Quiero el divorcio. La independencia de las guineanas choca con el matrimonio forzado bantú

Ceiba, como las mujeres de mi pueblo en las mañanas, ha dejado el pueblo y marchado a la finca. Los hombres en la Casa de la Palabra hablan de las mujeres entre dientes. Nadie informó por teléfono pero el Aeropuerto Adolfo Suárez se ha cerrado. Son personas de Guinea Ecuatorial con caras de “Me quiero morir”, “me quiero ir a casa pero no puedo”. No, vuelos no. Hasta nueva orden. Una chica negra de mente blanca pregunta las razones. “Órdenes de arriba”, contesta un varón nervioso y enchaquetado. La gente observa al pasar. Varias mujeres se duermen sobre bultos grandes. Al menos seis cargas por individuo. Las tienen que trasladar hasta el hotel. De hotel en hotel. Parecen mis madres con el nkueñ/cesta. Allí vienen. Allí pasan. Suben la cuesta.

 

Son las mujeres guineoecuatorianas en Madrid. Lo han comprado todo para el mundo, la familia extensísima guineana. A su lado los pasajeros guineanos. Son varones. Cuánta envidia les tengo. Me gustaría vivir así. Una maleta mediana, un maletín como mucho, una mirada a todo el mundo con cortesía franquista y bantú. Las mujeres se levantan, se caen. En los hoteles las miran. ¿A dónde van tan cargadas?

 

Es invierno en Madrid. Las cinturas de mis madres aguantan el arraigo de un jersey. Los dulces de la nieta se dejan caer. Luego se agachan ellas a recogerlos. La nuera del hermano pidió ropa de marcha. También se lleva. Las mujeres guineanas. Son nuestras mujeres, se dice con orgullo, son las empleadas de toda la familia, están casadas con la cultura bantú de manera forzada. Quiero el divorcio. Y el matrimonio tiene que durar. Tiene que romperse. Los matrimonios forzados en tiempos modernos no tienen lugar.

 

Son mis madres. Con el nkueñ/la cesta suben la cuesta. Las cestas están llenas. Lo llevan todo. Pesan un cáncer. Yo no puedo con la mía. A su lado un hombre pasa con un Ebara/el nkueñ masculino. Es pequeño. Pequeñísimo. Y casi siempre se trae al pueblo vacío. Deja lucir elegancia. Despierta. Es Madrid. Ya no la aldea. Y cállate. Estas cosas no se dicen. Y siendo mujer acá. Guinea Ecuatorial es ya un país moderno. Las mujeres, que os quejáis de todo, haced el favor de distinguir los momentos. Yo no lo creo.

 

No lo creo porque ayer y hoy se llamaban nkueñ y el ebara, ayer y hoy son varias maletas para ellas, y un maletín para ellos. En qué hemos cambiado. El patriarcado tiene nuevas caras. Antiguas y disfrazadas. Sabe sobrevivir. Parece un dictador africano, de éstos que ni con ayuda de la naturaleza nos hacen favores como irse a abrazar el barro.

 

El divorcio en la escritura. Mis madres quieren el divorcio. Yo llevo el nkueñ de hoy. El nkueñ del hogar. El del rechazo por el divorcio. Y la penalización es tan dura. Cuatro de la mañana. La comida hay que hacerla. Tu pareja descansa. Y menos ruido, por favor, no vaya a ser que el pobrecito se despierte. Regresó tarde a casa, venía del ocio nacional. Sexo en los hoteles construidos en un país cerrado y abierto al turismo. Somos una contradicción. Y luego son las seis. Por favor, mujer, cuida tu matrimonio, el agua del señor, al baño. La ropa planchada del señor, sobre la cama. No olvides que una buena esposa, en Guinea, se refleja en lo limpio que lucen el marido y la descendencia al salir a la calle. El desayuno familiar. Limpieza, por favor, una buena esposa…

 

Una buena esposa se vive a través de la limpieza del hogar. Y que no visiten familiares a primera hora. La casa está indecente. Por Dios. Ya te dijimos que no te casaras con una mujer formada. Solo saben discutir por todo. No valen como mujeres africanas. Quizás les sirvan a los blancos que poco a poco han dejado de ser hombres. Y luego el trabajo. ¿No seréis estúpidos no, chicos? A quién se le ocurre en el siglo XXI casarse con una mujer sin empleo remunerado. Las cosas del patriarcado, ¿verdad? La apropiación indebida, en un país donde nadie roba, solo cambiamos las cosas de sitio, es la regla, y las mujeres lo tenemos claro, la usurpación de nuestra mano de obra, si Karl Marx pudiera resucitar.

 

La cultura bantú se nutre hoy del trabajo sin salario femenino, el hogar, y el remunerado. Unos sinvergüenzas con los pies colocados sobre la mesa, mando de televisor en mano y viendo el fútbol, esperan servicio. No saben ni ordenar sus calzoncillos. Y son jefes de familias en el papel. Yo, quiero el divorcio. El divorcio de este matrimonio forzado que en el siglo XXI no tiene cabida.

 

La independencia de la mujer acá se pelea con el matrimonio forzado de la cultura bantú. Son tantos los roles que nos corresponden en esta sociedad de silencio y de vida comunitaria. El bantú vive para la comunidad. No para sí mismo. La bantú vive para servir a la comunidad. Ella no existe. Por eso es inexistente en los libros, en la vida. Yo me quiero morir. El divorcio, urgente, exprés. Los roles de género nos matan. No me gusta ver a estas mujeres guineanas zombis. Sin vida, sin amor, sin nadie que las escuche. Por eso a las divorciadas las odiamos. Mujeres que han decidido hacer de sus vidas el arma de la libertad. No las quiere nadie. No nos quiere nadie aquí. Nos llaman las feministas. Yo soy feminista. Me encanta decirlo. Me agrada ver la cara de enfado que les sale a los personajes públicos oficialmente modernos y machistas en la intimidad.

 

Soy feminista. Quiero el divorcio. Eso acá equivale a la mismísima traición a África definida equivocadamente. Hasta nuestros compañeros de viaje, estudios, y sufrimiento, nos aman con odio. Desde el aeropuerto se les quita la tontería de la igualdad de género y respiran aliviados, por fin regresan al hogar del patriarcado sin castigo tímido. El divorcio. Quiero el divorcio de los roles de género. No quiero ser una mujer. Quiero ser una mujer.

 

 

 

 

Trifonia Melibea Obono (Afaetom, Evineyong, Guinea Ecuatorial, 1982) es periodista y politóloga, docente e investigadora sobre temas de mujer y género en África. Licenciada en Ciencias Políticas y Periodismo por la Universidad de Murcia y Máster en Cooperación Internacional y Desarrollo en la misma universidad. Es docente en la Facultad de Letras y Ciencias Sociales de la UNGE (Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial) de Malabo desde 2013. También forma parte del equipo del Centro de Estudios Afro-Hispánicos (CEAH) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Ha sido incluida en Voces femeninas de Guinea Ecuatorial. Una antología, editada por Remei Sipi, y es autora de las novelas Herencia de bindendee La bastarda. En FronteraD ha publicado Una mujer de costumbres blancas en Guinea Ecuatorial y De los ecuató a Primark. ¡Qué va a saber una negra!

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