Tengo desde hace pocos meses una PlayStation 4, la consola más vendida esta generación, y he estado recuperando mucha superproducción de Sony. Todas tienen en común unas escenas de vídeo abusivas, infamantes, y que evitan algo tan necesario como interactuar con la pantalla. He llegado a sufrir, incluso, parones de casi diez minutos donde tenía la impresión de que estaba viendo una película a mayor gloria de los grafistas.
Los aficionados a estas escenas sin fin se han llamado “piperos”, en el sentido que se tiraban mirando esos vídeos horas mientras tomaban pipas. Sony es la gran compañía obsesionada con estas secuencias desde la Play original e incluso ha llegado a popularizar las secciones de vídeo de muy limitada interacción de Dragon’s Lair en juegos de acción como God of War. Es imposible, en ese sentido, separar a la Sony creadora de videojuegos de la dueña de la productora Columbia: buscan el mismo público, el niño adolescente que pretende impresionarse con productos tan espectaculares como aburridos.
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El llamado “juego Sony”, así, sustituía cualquier experiencia mínima de juego, esos sistemas divertidos y desafiantes propios de compañías japonesas como Capcom o Nintendo, con vídeos aburridos e historias bastante mal escritas. Títulos sencillos, hechos para ser acabados en apenas cinco horas, veían en sus propios valores de producción tanto su principal baza como su talón de Aquiles: eran tan caros de producir que la mayoría eran deficitarios.
En el mismo tiempo, así, que Sony producía películas interactivas de bajo estofa a la diseñadora Quantum Dream, Platinum Games creaba Bayonetta con un presupuesto muy ajustado. Este último título, se acordarán los jugadores, no tenía apenas secuencias de vídeo lustrosas y ponía todo su énfasis en el mando del jugador. No por casualidad, y tampoco creo exagerar, ningún monstruoso God of War de miles de dólares está a su altura como videojuego.