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Mientras tantoQuirúrgico

Quirúrgico


Ilustración de Antonio András

Ella no sabe que lo sé. Ni se lo imagina. Al doblar una esquina, él la arrinconó contra la pared y la besó. La descubrí por casualidad. Y reconocí en ella una expresión conocida pero casi olvidada ya, la de nuestros comienzos. Hace años que no despierto en ella tanta sed. Aquellos arrebatos se fueron desvaneciendo y dieron paso a una rutina plácida, cómoda, en la que yo he encontrado el sentido de mi existencia, al igual que ella, estoy seguro. Pero esto no ha impedido que incurra en una infidelidad torpe, inocente, que aunque torpe e inocente no deja de ser dañina. Por supuesto, no esperaba esto por su parte, pero no soy ningún ingenuo. Todos cargamos con nuestras contradicciones y nuestros errores a cuestas; intentar convertirse en alguien inmaculado es una imbecilidad. No le dije nada. Mantuve la calma. Lo que sí hice fue empezar a seguirlos, y pronto supe que él tenía otras dos amantes, es decir, que se dedicaba a embaucar a mujeres casadas. Por eso no quedaban con tanta frecuencia, por eso ella estaba enganchada, desquiciada. Nuestros hijos, sin duda, han notado el cambio.

Si me quedase quieto, si no hiciese nada, esta aventura terminaría más pronto que tarde. Estoy casi seguro. Pero que sea una estupidez predecible no significa que sea inofensiva. También estoy casi seguro de que puede destrozar nuestra vida en común, que es lo más importante. Después de satisfacer sus instintos, sus debilidades, tendría que lidiar con el arrepentimiento, con el sufrimiento de nuestros hijos y el mío. Pero ella ahora está cegada. No es consciente del horror hacia el que se está encaminando. Afortunadamente, puedo evitar que se produzcan más daños, puedo cercar las consecuencias de su error. No todo está perdido.

Cada cuerpo es un mundo. Ante las mismas circunstancias, unos aguantan mejor que otros. Uno puede, por ejemplo, beber a diario y vivir noventa años, y otro puede hacer lo mismo y no llegar a los cuarenta. La vida funciona así, y en la certeza de esa incertidumbre reside nuestra libertad, nuestra idiosincrasia. En este momento, tengo delante a un hombre de cuarenta y cuatro años que, además de deportista, también es bebedor, fumador y cocainómano, y su corazón se ha resentido. Antes de la operación ya le expliqué los riesgos, ya le dejé claro que existía la posibilidad de no despertar jamás, y él era plenamente consciente de que estaba pagando las consecuencias de su conducta. Sabía que había optado por un tipo de vida, sabía que había tomado una decisión.

Además de unos hábitos perniciosos, también eligió una vida de afectos inestables, una vida agitada, cambiante. Un día, de hecho, conoció a mi mujer, y la sedujo con sus tretas, con sus engaños. Estamos, por tanto, ante un hombre que se comporta egoísta y caprichosamente, que carece de una perspectiva profunda y amplia de la existencia, y al que no le importa el dolor que pueda ir dejando a su paso. A mi juicio, en definitiva, empeora el mundo, lo achica, lo afea. Lo miro ahora, abierto en canal, sedado, y siento el vértigo de una gran responsabilidad. Con un movimiento sutil, certero, callado, podría evitar todas las desgracias que causaría si saliese de esta. Se trataría de una intervención quirúrgica en el devenir de los acontecimientos; algo sencillo, mínimo, y ya no habría más víctimas. Los médicos sabemos disfrazar la muerte prematura de inevitabilidad.

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