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Mientras tantoQuizás hoy

Quizás hoy


A.F.J

Cae el día. Y quizás hoy el viento se levanta. La arenilla azota la piel. El mar ruge como una bestia amarrada batiendo sus olas contra la orilla y con temor a que la atrapen en la jaula de la noche. Las gaviotas planean muy bajo con sus alas cansadas. El sol entorna poco a poco su fuego.

Cae el día. Quizás hoy ha sido para unos el día en que han enterrado a su padre. Para otros, el del nacimiento de su hija. El cumpleaños de un amigo, la última clase antes de jubilarse, el primer beso. O el día quizás en que te han partido el corazón y has llegado a casa y has cerrado la puerta con aquel mismo gesto «con que se quita la hoja atrasada al calendario». O el día quizás en que has bajado al mar porque ya habías olvidado lo mucho que hacía que no lo venerabas ofreciendo tus pensamientos ante el altar de su orilla. O ese día en que, quizás, te has quebrado en medio de un corro de gente que reía y te ha deprimido saber que no estás bien y has llorado junto al coche haciendo como que buscabas algo en el maletero. O quizás hoy ha sido ese otro día en que en medio de un corro de gente -compañeros de trabajo, la cola en la charcutería, tu familia en la mesa a la hora de comer- has sonreído sin motivo alguno solo porque una brisa interior te lo ha suscitado desde tus entrañas sanadas de aquella herida que tanto te sangraba y que ya no te hace daño. Quizás hoy es ese venturoso día. O quizás ha sido ese otro, insostenible ya, estropeado e imposible de enmendar por más que se quiera, y te has entregado a la noche y a los sueños esperando que ellos reconstruyan por ti las piezas de tu jornada rota. Quizás hoy has sido tú, que me lees, el pensamiento merodeador de alguien, de tu madre o de ese chico enamorándose de ti. O ese día en que después de semanas sin sentirlo ha vuelto a refulgir en tu alma la belleza convulsa de esta isla. O quizás haya sido un día pasajero y sin más, como quien ve sucederse las mañanas, las tardes y los crepúsculos igual que los carteles con el nombre de los pueblos que se dejan atrás desde la ventanilla del coche en la carretera. Días sin fuste, sin basamento, sin un solo motivo por el que habría merecido la pena vivirlo. Quizás hoy te has visto desde fuera en el epicentro de una vida monótona, como de segunda mano, un yo que nunca quisiste ser, y has pensado que a lo mejor la verdadera, la auténtica, no está aquí, ni siquiera en este día, sino realizándose en otra parte, no sabes dónde, viviéndola tu otro tú muy lejos de tu alcance.

Cae el día. Ese otro día en que quizás has salido del trabajo y has pensado que no quieres otra vida ahora mismo que esta, la de aquí, conducir y frenar por los caminos de siempre y frente al paisaje inmutablemente hermoso de todas las tardes cuando se pone el sol y sentir que eres tú y no las circunstancias quien lleva las riendas de tu destino. Quizás te has comprado hoy una casa, has empezado a ir a terapia o te has puesto el primer jersey de temporada. Quizás hoy también ha sido el día en que te has preguntado con suave vértigo de nostalgia qué habría sido de ti si las cosas hubieran sucedido de otra manera, si te hubieses decantado por esa otra decisión que ya nunca más podrás tomar. O quizás ha sido uno de esos días extraordinarios de los que se nutre el arte, el cine, la literatura. Días en los que te ves atrapado en un callejón sin salida y de repente ese héroe cotidiano aparece de la nada y te salva de la perdición. O esos días de misteriosas coincidencias, de exclamar que el mundo es un pañuelo, de sorprenderse por haber pensado en alguien y que de súbito aparezca a la vuelta de la esquina, o que te escriba un mensaje después de meses, y sentir el escalofrío de que todo parece estar hilvanado y armonizado desde la noche de los tiempos, y que nada pende de meras casualidades ni de accidentes fortuitos, sino acaso de una raigambre ancestral que ya había pensado en ti antes de que nacieras.

Cae el día. Y un señor con sombrero mexicano va recogiendo una a una las sombrillas de las hamacas de alquiler. ¿Cuál habrá sido su día? ¿El quiebre de su día? Iba silbando. Quizás hoy ha dejado el tabaco, quizás su mujer le ha dado una segunda oportunidad. O simplemente ha recordado con pasión serena al ver a dos guiris besándose debajo de la red de voleibol a cuando él lo hizo torpe e incómodamente por primera vez en un coche alquilado a finales del otro milenio. Mañana a esta misma hora las recogerá otra vez.

Y quién sabe si hoy no es ese día por el que tantas veces pasamos tú y yo ignorando que será la fecha en que caerán nuestros días para siempre. Ese día que nos persigue cada vez más de cerca. De los trescientos sesenta y cinco, ese. Y ya solo los amigos que te sobrevivan se acordarán de ese día, los hermanos que se encargaron de tu lápida y los hijos que aún no tienes y que ya te habrán perdido por entonces. En un día como hoy pondrán flores en tu tumba, bisbisearán una oración por tu memoria, irán a comer al campo o a tu restaurante favorito, o al atardecer viajarán hasta el mar donde esparcieron tus cenizas, subirán aquel monte al que les llevaste de niños y harán una pequeña hoguera como tú la hiciste con ellos aquella vez, y guardarán unos segundos de silencio en tu honor. Serás ya puro ritual. Y tu rostro, ese que ahora miras todos los días en el espejo con ingenuos flecos de eternidad presumida, será una impresión efímera en los recuerdos de otros hasta que olviden incluso el día en que partiste. Nada permanece. Si acaso, las fotografías les devolverán por un instante la extrañeza de tu cara, un aire muy lejano de la cercanía que fuiste para los demás, pero pronto te disiparás en sus frágiles memorias. Como la imagen evanescente y huidiza que queda en la retina cuando cerramos los ojos.

Cae el día. Y el viento y la marea borran las huellas en la orilla. Ya no queda nada, ni eco ni rastro de lo que fuimos. Como si nunca hubiésemos pasado por aquí. Como si quizás hoy hubiese sido otro de esos días que ya jamás recordaremos.

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