Asisto tristemente al espectáculo de poder y de ambición, en el que todos los partidos de todos los colores ambicionan poderes y sillones, olvidándose de un país que se encuentra en graves problemas económicos por la irresponsabilidad en la gestión de una pandemia que azota al mundo con graves consecuencias. En lugar de solucionar de forma unida y comprometida las gestiones necesarias para que la sociedad esté protegida de todos sus derechos, la mayoría de los políticos se insultan, jalean en el Congreso como niños y niñas mal educados, faltando el respeto del otro y vitoreando las barbaridades de unos y las sandeces de otros. ¿Puede existir algo más patético de todo lo que estamos siendo testigos?
Y mientras los políticos con sus sueldos, sus privilegios que lo siguen teniendo cada vez más y sus luchas de poder entre ellos mismos se sacian con sus palabras perdidas y difusas; las colas del hambre aumentan en un país donde se ha perdido la vergüenza. Nos quitan libertades en nombre de un virus y sin embargo los vemos a ellos peleándose sin ningún pudor.
La casta política debería estar en decadencia. Habría que legislar una Ley de políticos donde tuvieran sus derechos, pero también sus obligaciones y sus consecuencias en casos de corrupción, de faltar a la verdad, de no cumplir programas electorales y expulsarles de cualquier cargo público por incumplimiento de esa Ley. Pero claro, es muy bonito legislar para los demás, es decir para la plebe, mientras que sus sillones se encuentran blindados y sin responsabilidad alguna.
Este es el panorama incierto en el que estamos sumidos en España y en muchos lugares del mundo. Ni esto es democracia, ni tampoco nos representan. Mientras que según las estadísticas oficiales dicen que han muerto 72.085 personas por Covid-19 en España, muchas de ellas sobre todo el año pasado por la mala gestión realizada como ya denunció Médicos Sin Fronteras y Amnistía Internacional en sendos informes espeluznantes, nuestros llamados representantes en lugar de ayudar a la sociedad aunando sinergias entre todos los colores políticos, juegan a pintarse los unos a los otros de payasos alegres y convocan elecciones sin tener en cuenta la cantidad de millones de euros que se van a tener que desviar para su propio juego, quitándoselo a las familias que están pasando hambre y a los más de cuatro millones de parados que se han quedado sin trabajo y en los que muchos de ellos no tienen más remedio que sacar tique a la fila del hambre, pedir para comer y pagar las facturas . ¿Es este el país que queremos? ¿Esta es la estampa que nos venden en todas las elecciones para después dar portazo con sus gestiones a las narices de todos los ciudadanos?
Rabia contenida, es lo único que el ciudadano puede hacer ante tanto circo montado. Las urnas se han convertido en promesas que se volatizan al día siguiente del recuento de escaños. Vítores y carcajadas dependiendo de en que bancada te encuentres y como haya subido la intensidad del color al que se representa. Después todo se olvida, comienzan los pactos, las salidas de tono, intentar que no salgan leyes porque las que promovido el contrario, insultos y faltas de respeto en el corazón mismo de la democracia, sueldos que se suben, numerosas comisiones parlamentarias que se organizan porque da dinero extra además de los sueldos ya abultados y privilegios de todo tipo. Todo ello multiplicado por diecisiete gobiernos dentro de otro nacional, con competencias cedidas, sin llegar a criterios comunes y un sinfín de otras anomalías que posiblemente están en el pensamiento de todos.
Rabia contenida al ver como se pelean por un nacionalismo cuando todos olvidan las colas de hambre, los muertos en nuestras aguas, el cómo tratamos a los que nos ayudan en la recolección de la agricultura mal viviendo muchos de ellos. Amargura de una sociedad que sufre y de otra, la política, que viven en el mundo de Yupi luchando por sus intereses y colores que cuando quieren cambian de luz y se auto denominan multicolores.
Rabia contenida de amargura sin precedentes, de lágrimas por los que han sido abandonados a su suerte y se han ido solos, llorando, encerrados, sin una mano amiga, sin una voz de aliento y esperanza. Qué vergüenza me da y que pronto se olvida todo lo pasado en nombre del virus y del miedo.
Los programas electorales siempre nos engañan y dicho muchas veces por los propios responsables de su redacción. Promesas que vuelan y se olvidan. Todo vale con tal de obtener votos. ¿Cómo fiarnos de ello? ¿Cuántas veces han prometido cambiar la Ley electoral? ¿Poner fin a las puertas giratorias? ¿Por una Ley de los derechos de los animales a nivel nacional? ¿Para acabar con la obsolescencia programada que nos imponen las industrias? ¿Para el control de las multinacionales españolas que respeten el medio ambiente y los derechos humanos fuera de nuestras fronteras? ¿Acabar con los abusos de las facturas de la luz? ¿Blindar los servicios públicos? ¿Las pensiones de nuestros mayores? ¿Acabar con los privilegios de los políticos y sus aforamientos? Son tantas preguntas que podríamos rellenar un libro titulado “Promesas incumplidas”. Y lo malo de todo ello es que ni si quiera podemos pedirle responsabilidades por estafa, por engañarnos.
Sé que hay otros políticos con verdadera vocación de servir, pero son engullidos en esa otra mayoría que su vocación termina una vez sentado en su sillón.
¿Qué podemos hacer? No lo sé, sólo me miro a mi mismo y siento una intensa rabia contenida.