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Rabia en Central Park

 

El bosquecillo de Nueva York sufre una plaga de mapaches rabiosos y la ciudad se debate entre el histerismo y la necesidad zoosanitaria de controlar estos vectores de una enfermedad viral mortal.

La rabia es una enfermedad neurológica progresiva, causada por un lisavirus vehiculizado por la saliva de animales infectados.

Una mordedura de zorro en Europa o de coyote en Norteamérica sería la causa más frecuente. Pero existen muchos más animales que pueden sufrirla y transmitirla. Por ejemplo, en Brasil, ocasionalmente, las vacas criadas en ganadería extensiva pueden morir por rabia, contagiada desde un murciélago hematófago (un vampiro), y de paso, antes de morir, transmitirla a algún perro vagabundo.

De hecho, en la India, cualquier mordedura de perro se considera potencialmente rabiosa, o simplemente el contacto de boca u ojos con saliva de un perro.

La infección viral progresa a través de los nervios hasta llegar al sistema nervioso central, donde produce la parálisis de la musculatura de la lengua y faringe, lo que causa el característico rechazo al agua (hidrofobia). La muerte (más horrible que cualquier otra muerte) se produce por encefalitis, una inflamación irreversible del cerebro.

Sin embargo, nadie en el mundo debería morir de rabia, porque esta enfermedad es prevenible. El control veterinario de animales callejeros, junto con la eliminación sanitaria de los residuos, debería ser el primer gran objetivo de la salud pública en cualquier país, muy cerca de la alimentación y el suministro de agua potable. Si, además, una persona es mordida por un animal potencialmente rabioso, hay varias opciones, como sacrificar el animal y analizar su cerebro, mantenerlo en cuarentena para ver si desarrolla la enfermedad, o directamente, vacunar a esa persona y administrarle una inmunoglobulina (anticuerpos) contra el virus de la rabia.

Ciertamente, todo ello es costoso, pero no menos, en términos económicos y humanos, que dejar morir a una persona, sin remedio, por una enfermedad evitable.

Queda un riesgo menor: los murciélagos en las cuevas. Ellos pueden ser el reservorio permanente del virus. Si es aficionado a la espeleología debería vacunarse contra la rabia, especialmente si las cuevas que visita están en países endémicos, y están tapizadas de guano de murciélago.

Por cierto, la Península Ibérica (junto con las Islas Británicas) son los únicos territorios del mundo libres oficialmente de la enfermedad animal. Pero hoy nadie está libre de nada por completo: la última alerta por rabia en Francia se debió a un bonito cachorro comprado en Marruecos…

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