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Radiografía de un pueblo arrasado por la DANA. Enfermeras, tractoristas, empresas de rescate… distintos voluntarios dispuestos a levantar a Algemesí de la catástrofe

La bicicleta de uno de los niños del pueblo engullida por el lodo. Alejandro Picó

Una historia de amor en mitad de una catástrofe. El hombre y la máquina, codo a codo, sostienen su pasión en uno de los peores escenarios nacionales que se recuerdan. En el barrio del Raval, en Algemesí, el epicentro de la catástrofe en la zona de la Ribera, Toño Siruela y su retroexcavadora forjan esa historia de amor. Originario del Torviscal, en la provincia de Badajoz, este voluntario decidió emprender un camino de 568 kilómetros para ayudar al pueblo valenciano. De manera altruista, y en su semana de vacaciones, los protagonistas fueron el tercer binomio humano-máquina que llegó al Raval, tras una semana de las inundaciones, para retirar capas de fango de más de dos palmos de altura.

La DANA ha sido catastrófica. En Algemesí, con más de 27.000 habitantes y situado al sur de la capital valenciana, en el levante español, una semana después del desastre, el escenario es postapocalíptico. Carreteras de asfalto cubiertas de lodo, montones de escombros que bloquean la entrada y salida de los domicilios y cientos, incluso miles de coches inoperativos. En mitad de este caos, y sin ayuda de la clase política, el pueblo ha decidido levantarse y ayudar, dentro de sus posibilidades, a los afectados de la tragedia. Son muchos y están descoordinados, pero, poco a poco, se comienzan a ver brotes verdes.

La realidad de las calles de Algemesí es que, a una semana de la DANA, son muchas las que siguen repletas de escombros y basura, dificultando el paso de vehículos y peatones. Miguel B. Irigaray

Tras una semana de la DANA solo algunos comercios permanecían abiertos. Las grandes cadenas como Consum o Burguer King dejaron de funcionar. Todavía, alguna tienda local se hacía fuerte ante el fango, como una pequeña tienda de ultramarinos paquistaní, donde sus trabajadores se apresuraban en reponer la cerveza y mantenerla fría. Muchas personas, ante una situación así, se refugiaban en pasar un buen rato con sus familiares con tabaco y alcohol.

Bajo un sol radiante, sobre las cinco de la tarde, alguien hace sonar el claxon y arrincona a los demás voluntarios que estaban en el lugar. Al echar la vista al frente, con las gotas de sudor cayéndoles por la cara, los allí presentes alcanzan a divisar una pequeña retroexcavadora, con una bandera de Extremadura ondeando en la parte superior y un hombre de mediana edad, complexión fuerte y una sonrisa en la boca. Ahí venía Toño. “¡Cuidado!”, gritaba. Lo que 15 voluntarios estaban haciendo con palas y cepillos se antojaba tarea fácil para el extremeño. Incansable. En menos de una hora, Toño Siruela consiguió limpiar toda una calle de lodo, haciendo posible que las familias que vivían en ese edificio pudieran acceder a sus casas.

 

El pueblo salva al pueblo

Este héroe desconocido arribó al barrio del Raval el 5 de noviembre, una semana después de la DANA. Desde entonces, con su fiel compañera, sale a limpiar las calles a las 8 de la mañana, para no perder tiempo. Su jornada dura 12 horas, “hasta las siete u ocho de la tarde, cuando cae el sol y no se trabaja igual”, explica. Duerme en el pabellón ‘9 d’Octubre’ habilitado por la Cruz Roja y el Grupo Scout Azahar para que los voluntarios dejen sus cosas y puedan descansar después de largas jornadas de trabajo. Sabe que su labor es imprescindible, pero no para siempre. El martes siguiente tiene que volver al trabajo –está en su semana de vacaciones– y ha pedido permiso al ayuntamiento para poder traer la retroexcavadora.

Además, gracias a una red de voluntarios, Siruela admite que no le costó nada el envío de la máquina. “No hemos gastado ni un duro. Me subí al convoy que iba para Algemesí y ellos lo gestionaron todo”, señala. También resalta la poca maquinaria que encontró a su llegada: “Fui la tercera máquina aquí. Estaba todo cortado y empantanado. Yo he ido abriendo calles para que tengan acceso otras máquinas y para que la gente pueda salir de sus casas, había vecinos que no habían salido de casa en tres días”, dice.

Toño Siruela posa junto a su retroexcavadora y la bandera de Extremadura, su tierra. Alejandro Picó

Lo que más destaca, sin duda, es la buena aceptación que tuvo en el barrio: “Estoy enamorado. Los vecinos lloran cuando te ven. Cuando les abres la calle, te dicen de todo, todo bueno”. Toño es un ejemplo de solidaridad ciudadana. Una persona, desde Extremadura –así de orgulloso portaba la bandera en la retro–, haciendo más de 500 kilómetros para ayudar a cientos de personas que se encuentran en una situación extrema. Toño Siruela es un ejemplo de lo que está bien.

Pero no todo era júbilo. Del otro lado de la calle, Antonio, un vecino del Raval, luchaba sin descanso junto a un grupo de voluntarios por recuperar su camión. Y es que no era solamente un camión. Ese vehículo era de vital ayuda ya que albergaba una plataforma trasera en la que poder cargar muebles y escombros y aligerar las calles. Antonio, más que salvar su camión, quería salvar a su pueblo.

Su opinión sobre los voluntarios era clara. “Estuvimos unos cinco días sin ayuda de maquinaria y camiones. Si no es por los voluntarios, todavía no habríamos salido de casa”, apunta. Vivió la DANA de primera mano. Prácticamente, “en 15 minutos el agua llegaba a unos dos metros y no se veían los techos de los coches. Recuerdo que mi hija quería bajar a la calle y discutí con ella para que no saliera, y menos mal…”, evoca angustiado.

 

“No nos sentimos respaldados por los políticos”

Entre esfuerzo y esfuerzo por retirar lodo y barro de debajo del camión, Antonio reconoce que se siente abandonado. “No importan los colores ni las ideologías, no nos sentimos respaldados por los políticos ni por ningún partido. El verdadero apoyo es la ayuda de los voluntarios, que sin ellos no sabríamos cómo estaríamos ahora. Y da gracias si levantamos cabeza para el verano…”, suspira.

El Raval de Algemesí es uno de los barrios más pobres del país. Las familias que allí residen se encuentran entre el 1 % de la población con menos recursos económicos de España, según un estudio del INE (Instituto Nacional de Estadística). Un barrio con pocos recursos, considerado una de las zonas de mayor compra-venta de droga de toda la Comunitat Valenciana, donde la calidad y el cuidado de las infraestructuras es nulo y su extrema cercanía al río Magro ha ocasionado que este enclave se erigiera como el epicentro de la catástrofe en Algemesí.

El barrio del Raval ha sido la zona 0 de Algemesí. Su cercanía al Río Magro y su baja calidad de infraestructuras han influido en la destrucción de algunas de las viviendas de la zona. Alejandro Picó

Esta pobre calidad de vida ha quedado de manifiesto en las infraestructuras. Al igual que en otros puntos de la localidad las casas han sufrido inundaciones, pero siguen en pie. En El Raval hay casas en las que la fuerza del agua ha llegado a hacer boquetes en las paredes. Lo mismo ocurrió en los colegios. En el CEIP Carme Miquel, debido a la falta de recursos y material que se prevé, voluntarios sacaban colchonetas, mesas, sillas e incluso una mesa de ping-pong para su reutilización. “Aquí no se tira nada, que luego se vuelve a utilizar”, exclamaba uno de los dirigentes de la limpieza.

José, que vive en la entrada del Raval, comenta que la noche del inicio de la DANA fue un caos en Algemesí. “Mis padres casi se ahogan. Viven en una planta baja y el agua les llegaba al cuello. Menos mal que mis tíos viven arriba y lograron ayudarles a subir”, cuenta. “Fue devastador, el nivel subía cada vez más rápido y los coches se amontonaban al final de la calle, está el mío, el de mi vecina, el de mi hermano… ¿cómo vamos a sacar los coches si no arrancan?”.

Vecino de toda la vida en el pequeño municipio de la comarca de la Ribera Alta, ve ahora mismo un pueblo irreconocible. Las calles de su infancia y juventud se encuentran bajo capas de lodo y escombros. Las charlas vecinales rutinarias en cada esquina se han convertido en cuadrillas de voluntarios, locales y foráneos, que arriman el hombro con tal de devolver la normalidad. Con tono frustrado, repite lo que decenas de algemenienses reclaman: “Necesitamos maquinaria para limpiar todo esto. Hay dos palas quitando trastos, pero se necesita mucha más”. El Raval sigue necesitando ayuda de maquinaria especializada y de logística. Sin embargo, la ayuda de los voluntarios ha sido crucial para muchas familias como la de José, que solos no podrían con la magnitud del desastre. El lodo, los escombros, y los coches amontonados dificultan las tareas de limpieza y reparto de comida y enseres en el Raval.

Tractores voluntarios despejan El Raval de escombros, fango y restos orgánicos. Paula Rivas

Asociaciones como la Cruz Roja o voluntarios como el grupo Scout Azahar transportan comida, material de limpieza y ropa desde los puntos de recogida a las zonas afectadas. José explicaba que están utilizando la parroquia San José Obrero, la única del barrio, como almacén para poder depositar todos los suministros. Esto va a ser peor que el COVID, aquí hay familias trabajadoras que lo han perdido todo: coche, casa, garaje, ropa… lo hemos perdido todo”, dice exaltado.

En otra de las calles más devastadas se divisan, a los lejos, dos Land Rover techados, avanzando por un terreno inmundo, recreando una escena de Mad Max. Desde Cantabria, y cargados de material, llegan varios 4X4 del grupo SOS4x4rescatecon la intención y la voluntad de ayudar a mover coches. “Venimos con los coches cargados hasta arriba: karchers, bombas de achique y mangueras. Íbamos a traer un grupo electrógeno, pero no nos cabía en los 4X4”, comenta súperBernard, como se hace llamar uno de los voluntarios.

SuperBernard y el 4X4 con el que remolca y despeja calles en Algemesí. Alejandro Picó

Con la habilidad de un cincelador, Bernard y su 4X4 despejan las calles del Raval de coches para que el resto de la maquinaria pueda continuar sus labores de limpieza. “Hemos ido deambulando por el pueblo preguntando donde se necesitaba más ayuda y nos han dicho que aquí había llegado muy poca gente”, afirman los voluntarios cántabros. Bajo su prisma, la desorganización es evidente. Comentan que sería necesario crear un punto de información donde los voluntarios sepan dónde se necesita más su ayuda y el material que traen. “Ese tiempo que se pierde yendo de un lado para el otro se podría aprovechar mejor”, dice Bernard.

En medio de todo el caos natural, político y logístico, la red de voluntarios se erige como pilar para que estos municipios no se hundan. Débora Fernández coordina el grupo Ayuda a la terreta y voluntarios por la DANA, en el que hay miles de participantes dispuestos a prestar su ayuda donde más lo necesiten los vecinos afectados. Relataba que los dos días posteriores a la catástrofe reunieron a más de 600 voluntarios para llegar a los pueblos vulnerables. Sin embargo, desde las instituciones se les instó a no colapsar las carreteras.

“Ese día tocó logística”, destaca exhausta. Desde el lado voluntario, crearon un mapa donde se reflejaban las zonas más afectadas por el paso del agua y hay más necesidad de ayuda voluntaria. La información se va actualizando conforme la comunicación avanza.

Voluntarios crean montañas de lodo en zonas donde las máquinas puedan acceder para su posterior extracción. Paula Rivas

Esta organización es clave, en palabras de Debora, para que la ayuda voluntaria sea eficaz. “Los pelos de punta… hay gente sufriendo en sus casas mientras yo estaba en una cafetería intentando abarcar logísticamente la situación”. La comprensión del mapa y las necesidades de los afectados es crucial para organizar la ayuda de los voluntarios. Tras conocer los lugares y vecinos afectados, comenta que contactaba con las personas damnificadas con la intención de saber que dificultades tienen para movilizar voluntarios que se encontraban en la zona.

La red de voluntarios de Ayuda a la Terreta y Voluntarios por la DANA ha ido creciendo gracias al boca a boca y las redes sociales. Ya son decenas de casas que se han podido despejar, cientos de calles que han conseguido limpiar y miles de vecinos a los que han podido prestar su ayuda, apoyo y esperanza. Debora, consumida y enfangada tras dos horas de recoger escombros, critica que están haciendo las tareas que deberían ser obra de las instituciones.

“Sentimos impotencia. Intentas gestionar y se te caen las lágrimas. Lo hago como valenciana, desde El Perelló, que ama a su tierra. Hay gente que ha perdido a sus familiares, sus cosas materiales y no están recibiendo la ayuda que merecen”, se quejaba. Mientras tanto, se cuestiona su estancia en una cafetería sin saber qué hacer, intentando coordinar voluntarios y sabiendo que a las 9 de la mañana del día siguiente hay que volver al trabajo. “Es pura impotencia”, sentencia.

Su vida orbita en torno a El Perelló, trabaja de maestra y es madre de una niña. Su rutina, desde el martes 5 de noviembre, ha cambiado. Del trabajo al voluntariado, del voluntariado a casa y de casa al trabajo, arrastrando consigo todos los sentimientos encontrados en una catástrofe que le toca de cerca. “Al principio íbamos a ayudar a Alfafar, Sedaví, Aldaia… donde no había llegado nadie. Sin embargo, la gente decía que no acudieran voluntarios, para no colapsar… y claro desde el sofá de tu casa –donde no te había pasado nada– pensabas en no colapsar”, se imaginaba. “No obstante, me llamaron mis amigas de Algemesí o Sedaví implorando que les fuera a ayudar y que necesitaban todo el apoyo posible”, asegura Debora.

 

“Las alertas llegaron tarde”

Necesitaban sacar sus trastos de casa, porque nadie les avisó. No podían salir de sus domicilios, porque nadie les avisó. Los coches se amontonaban en las cunetas y las bocacalles, porque nadie les avisó. El parqué de su casa, en minutos, se convirtió en lodo, una vez más, porque nadie les avisó.

“Las alertas llegaron tarde”, replica Debora. Cuenta que el primer aviso institucional que recibió fue a las ocho de la tarde el día del inicio de la DANA y que esta no implicaba, como en la COVID, quedarse en casa. Fue una alerta de lluvias fuertes, no avisaron nada de la magnitud que ha sido esto. En las horas posteriores, las redes y los medios de comunicación se hacían eco de los primeros destrozos que causaban los torrentes. “Amigos de Algemesí compartían videos… eran ríos de vidas, coches, enseres, muebles… de todo. La Generalitat no les avisó de que esto podía pasar”, se lamenta.

El trabajo incansable de voluntarios, con sus propios medios, despejando las calles de coches inoperativos, una semana después de la DANA. Miguel B. Irigaray

La situación económica actual de los vecinos de los pueblos de la Ribera Alta es crítica. Cientos de hogares destrozados, una gran cantidad de coches inoperativos y muchos negocios que están empantanados. “Esta gente necesita ayudas, ayudas reales para restaurar sus negocios locales y sus viviendas”, afirma Debora. “El panadero quiere su panadería, ni un ladrillo más ni uno menos”. Si los negocios locales no se reaniman, la gente del pueblo perderá sus ingresos y, a largo plazo, “estos pueblos pueden morir”, pronostica la voluntaria. Desde las calles de Algemesí, esperan una respuesta política que les ayude a recuperar lo que han perdido y que, a pesar de lo sufrido, los vecinos puedan volver a sus trabajos y negocios con la máxima normalidad posible.

Uno de los aspectos a destacar, tras las sobrecogedoras inundaciones, es la salubridad y la capacidad del servicio sanitario en las condiciones que se respiran en más de 70 pueblos de la Comunidad Valenciana. Elena Roig vive en la Calle Sant Onofre, una radial que cruza el centro de Algemesí. De profesión, enfermera; de vocación, voluntaria. Elena es una de las muchas personas que ha visto su vida afectada a causa de la DANA.

La salud mental, imprescindibe en un momento en el que las personas lo han perdido todo. Miguel B. Irigaray

Sin embargo, se dedica a realizar curas, conseguir material médico e ir casa por casa asistiendo a la gente más débil y con problemas de movilidad. “Esto es una locura, hay gente mayor que no puede salir de casa, que necesita su medicación y las farmacias o centros operativos se encuentran a horas andando”, explica Elena.

En un pueblo de 27.000 habitantes son muchos los vecinos que requieren de asistencia médica, ya sea por problemas anteriores a la DANA o por consecuencia de esta. “Estamos viendo cómo las infecciones aparecen debido a lo irrespirable que es el aire y la toxicidad del lodo y todo lo que arrastra. Es crucial curar bien las heridas y cubrirlas debidamente”, dice la enfermera.

Pacientes crónicos o con movilidad reducida cuelgan una sábana blanca de sus balcones y puertas para que, voluntarios como Elena, sepan de la necesidad sanitaria de estas personas. “Voy casa por casa preguntando si alguien necesita curas u otros tratamientos. Al ser un pueblo no muy grande conocemos gente que no puede salir de casa o que viven solos. Ellos son los primeros a los que acudimos”, cuenta.

‘El pueblo salva al pueblo’, lema oficial de los voluntarios ante la inoperancia, según ellos, de la clase política. Alejandro Picó

El grueso de los voluntarios sigue en la calle. Los locales, tras ver su vida embarrada, siguen en la calle. El pabellón ‘Polivalent’ es el centro neurálgico de los cuerpos de seguridad del Estado. Sirve como gran almacén donde se reúne todo lo donado: botas, ropa, comida, palas, cepillos… La logística del centro está a cargo de los militares y de la policía. Sin embargo, la de las calles y su limpieza las dirige el voluntariado. Como estos héroes existen más voluntarios, y son muchos.

Juanjo, autónomo, junto a su tractor, se encargaba de limpiar el patio del CEIP Blasco Ibáñez. “Los niños necesitan volver al colegio, es lo primordial”, proclama Juanjo. Desde Alicante, el Grupo Scout Kenya envió un coche repleto de mascarillas, botas de agua, botellas amarillas de lejía, mascarillas, palos, escobas y palas. A la entrada del Raval, tres voluntarios de Molina del Segura plantaron tres mesas con fogones para hacer comida caliente. “Las mejores pelotas, desde Orihuela”, decía uno de ellos. Son afectados y voluntarios, víctimas y a su vez trabajadores. Han pasado muchos días después de la DANA y siguen siendo la principal mano de obra para devolver la realidad a una comarca que ha sufrido su peor catástrofe en cincuenta años.

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