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AcordeónLa estrella vespertina. Memoria contra el coronavirusRafael Estévez Guerrero, comunista libertario

Rafael Estévez Guerrero, comunista libertario

 

(Sevilla. Historiador, murió con 38 años el 22 de marzo). Cuando hace dos días recibo un whatsapp comunicándome su muerte me resultaba imposible creerme la noticia. No podía ser, Rafa no, Rafael no. No por la edad, no por tener buena salud, no por ser amigo, no por lo inesperado. No y mil veces no, Rafa no podía sucumbir a esta pandemia de origen dudoso que hoy nos llega a todos; él, que siempre presentaba batalla al capitalismo, al fascismo, no podía caer ante un enemigo invisible y de tan poca cuantía. No dormí esa noche, Rafael y yo (así le llamaba) habíamos entablado en los últimos años una amistad profunda que, si se inició en el Archivo del Tribunal Militar, se fraguó en base a nuestra común ideología, él como practicante comprometido muy activo y yo como antiguo luchador hoy al abrigo de las comodidades del sistema. En mi memoria se agolpaban, en la noche, recuerdos de lo habido, y tristeza por lo que no llegará, momentos buenos, y momentos mejores, porque entre Rafael y yo nunca existió un mal día, ni un mal rollo, no, porque nada de eso era  posible con él, y es que Rafael era un tipo íntegro, al tiempo que sencillo y sincero. Maravillosamente impulsivo y cariñoso, siempre con su sonrisa de niño travieso, Rafael era mi amigo, con mayúsculas, no un usuario más del Archivo con quien puedes tener un trato más o menos afectivo. Si mi memoria no me lleva a error, Rafael visitó por primera vez el Archivo a finales de 2009 en pleno traslado de los fondos documentales a la actual sede. Licenciado en Historia, me pidió (durante unos días me habló de usted) acceso a la base de datos porque quería hacer un trabajo de investigación sobre La Rinconada. Dado su carácter sencillo, su forma de ser y vestir, y mi costumbre de recibir a investigadores, profesores, catedráticos, todos ellos serios, formales, de renombre y gran currículo, aquel licenciado en Historia me pareció una extraña novedad al tiempo que una posible renovación o en cualquier caso el mantenimiento del interés por el pasado reciente de este país, Guerra Civil, represión, dictadura… por lo que decidí prestarle más atención que a otros de nuestros investigadores que, ciertamente, ya conocían el camino. Los comienzos no fueron fáciles ya que la información que en ese momento Rafael manejaba no era muy clarificadora y nuestra base tampoco era la más completa, por lo que su trabajo iba muy lento y yo le aportaba poco. Y en esa lenta progresión del trabajo, y la por entonces común falta de confianza en lo personal, una mañana cambia todo y surge ese Rafael que me llevó a mi amistad con él y a su recuerdo infinito: le localizo por teléfono (nada fácil) para informarle que un nombre que buscaba y que le iba a dar otras pistas lo tenía en mi mesa. Acercándose de una manera inusualmente rápida a la oficina del Archivo que aún teníamos en la sede del Tribunal Militar, y en aquel pasillo frecuentado por jueces, fiscales y abogados, me abraza, me agarra por la cintura y me levanta hasta donde sus fuerzas le permiten. Una vez superada mi sorpresa, lo llevé a la oficina y empezamos a hablar, él empezó a hablar, y el sumarísimo que tanto interesaba quedó para días futuros. Ese día del abrazo, Rafael me comentó que era comunista libertario, que quería escribir, editar y publicar sin ningún tipo de subvención, y que para ello trabajaba en todo lo que iba saliendo, que era poco y duro. Me habló de su familia, de como vivía, de sus necesidades y de sus logros, y de que el medio en el que se movía para su investigación, entre cuadros del Jefe del Estado y banderas, no era el más cómodo para él. Igualmente me hizo una crítica sobre la falta de reconocimiento que por aquel entonces tenían los anarquistas, tanto en el periodo de la República como en la Guerra Civil, a la vista de las publicaciones que existían en el momento, exceptuando a un par de autores. Le costó a Rafael su investigación, y la publicación de Comunismo Libertario en la Rinconada, le costó diez años de trabajo en el campo, de cuidados de ancianos, y de noches lavando platos en restaurantes. Pero en ese costo a Rafael no se le fue la vida, la amplió, y mucho, tanto en lo personal como en su lucha antifascista, su razón de ser. Y de esto último, su lucha antifascista, soy consciente y conocedor más allá de un puesto de venta de publicaciones totalmente artesanal en la Macarena. La aparición declarada en el país de un partido político de ideología fascista, más que una preocupación, motivó a Rafael una razón para seguir en la lucha, lucha que había decaído con posterioridad al 15 M y de la que se quejaba en sus charlas conmigo. Me hablaba de sus acciones en la calle, me documentaba sobre las mismas, mientras yo, en la prudencia que me corresponde, le aconsejaba. Y todo ello sin hablarme de su libro del que yo tan solo sabía que había puesto fin a la investigación. Después de unos meses que pasó en Brasil y otros avatares, el pasado octubre Rafael me llamó para darme una alegría, porque ya disponía de la maquinaria adecuada, de papeles y tintas para publicar su libro sin que saliera un euro del amplio bolsillo de la administración. Tuve la satisfacción de ser el primero en tenerlo en las manos y de leerlo, y él, no lo olvidaré, en su sencillez, viendo anotaciones mías en los márgenes, me comentó que ya había conseguido que alguien lo leyera. Tal vez no es momento de hablar de libros, pero aquel ejemplar que tuve en mis manos, lejos de un impersonal texto en word, destilaba la esencia no ya del historiador, también la del luchador que fue Rafael, su vitalidad, el compromiso con sus ideales y también, tal vez, su soledad en esa lucha. Me agradó, por otra parte, su narrativa sencilla y su capacidad didáctica para llegar a sus vecinos, independientemente de los conocimientos históricos que los lectores puedan poseer. Cuando partimos siempre dejamos algún proyecto por iniciar, y Rafael, aún joven, seguro que muchos. Entre otras ideas que rondaban su cabeza, me pidió colaboración en la búsqueda de nombres de la 77 Brigada Mixta que formó Sabin con anarquistas, para lo cual teníamos prevista una reunión a su vuelta de Madrid. Nuestra charla de la noche del día tres no tuvo continuación. Tampoco pudo ser la presentación de su libro en La Fuga, en los meses de mayo o junio. Cuando volvamos a abrir el Archivo, no me resultará fácil llenar el hueco que nos ha dejado Rafael. No será fácil, pero tampoco quiero que lo sea. y de una manera u otra mantendremos vivo su recuerdo. Así solía terminar Rafael nuestras conversaciones, y así dejo yo también estas letras aprisionadas. “Y ahora me voy a trabajar, que es lo que toca, porque cuando no se quiere vivir de subvenciones es lo que hay, venga, un abracito, Ángel”. Rafael, compañero, que la tierra te sea leve. Ángel García-Villaraco Gómez, tu amigo del Archivo del Tribunal de Sevilla.

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